El Parlamento es un escenario privilegiado para representar papeles. La política institucional tiene mucho de escenificación y de teatro. No solo por el papel que representan los diferentes actores, sino por el papel de espectador que se le otorga al público. Lo que está pasando en esta negociación de investidura está siendo un ejemplo perfecto.
Pedro Sánchez y su camarilla están intentando asumir el papel de actor principal. Es el típico personaje que no genera ningún tipo de ilusión popular, un producto de las circunstancias, de unos resultados electorales insuficientes para mantener lo viejo pero todavía incapaces de generar el ansiado cambio político, aunque está demostrando cierta inteligencia en la maniobra corta que no debemos desdeñar. El “progresismo” del que tanto se reclama Pedro Sánchez suele significar una serie de reformas incapaces de lograr transformaciones cualitativas. Cambios cosméticos sin alteraciones de fondo que sirven, como mucho, para lograr nuevos equilibrios sin tocar la estructura. Sin embargo, hay dos formas diferentes de representar ese progresismo. No hay más que comparar a Pedro Sánchez, un candidato gris guiado por sus ambiciones particulares con, por ejemplo, Bernie Sanders. Mientras el primero negocia con izquierda y derecha ante la indiferencia de millones de personas, hastiadas de un juego político del que no se sienten parte, el candidato demócrata ilusiona a millones de personas con su mensaje de cambio político. Más allá de mensajes y programas, la encarnación del cambio nunca puede darse en una persona que lo único que genera es pasividad entre las clases populares.
Sin embargo, puede que ese sea el papel que aspira a representar Pedro Sánchez. Su papel es un producto del “interregno” del que hablaba Gramsci: lo viejo no termina de morir, lo nuevo no termina de nacer. ¿Y mientras tanto? Mientras tanto, el PP estalla internamente: un caso de corrupción tras otro generan una situación de crisis permanente en un partido que ya no es que tenga corruptos, sino que es en si mismo la encarnación más acabada de la podredumbre sistémica. De hecho, nos atrevemos a lanzar una propuesta a la RAE: que Partido Popular y corrupción consten a partir de ahora como sinónimos en el diccionario. Debemos comprender los conceptos a través de ejemplos concretos y en este caso, no hay ninguno mejor. Sin embargo, no demos por muerta a la derecha. La derecha de este país se sustenta por una hegemonía cultural en su campo social construida a través de décadas. Puede estar en crisis la organización, pero no la institución. La dimisión de Esperanza Aguirre puede leerse como un triunfo de la indignación anti-corrupción, pero también como un aviso de una disputa que viene en torno a una más que posible refundación de la derecha.
Mientras tanto, Podemos trata de recuperar la iniciativa política ante las contrapropuestas del PSOE. Los golpes de efecto comunicativos se han mostrado capaces de alterar la coyuntura, pero no de generar una nueva dinámica en la que el PSOE gire a la izquierda. Este hecho es completamente natural: el PSOE no es un partido en disputa, es un partido estructuralmente vinculado a las élites y cuyo papel histórico es desactivar los anhelos de cambio para convertirlos en algo inocuo y decepcionante. El “mientras tanto” de Podemos no debe ser una agónica espera. Podemos es diferente al resto de partidos porque es producto de los anhelos e ilusiones de millones de personas. Por lo tanto, no debe jugar igual en este interregno: tiene muchas opciones. Para no desfallecer, necesita cuidar esa relación con la gente, tener siempre una perspectiva abierta. Nosotros proponemos una: asumir que pase lo que pase, el ciclo abierto por el 15M no ha terminado. Ya sea en junio o dentro de dos años, habrá nuevas elecciones, porque la relación de fuerzas no está solidificada y las contradicciones entre los diferentes aparatos de dominación de clase son demasiado fuertes como para suturarse de forma permanente.
Así que nuestra tarea, de Podemos y de las confluencias, de todo el movimiento popular más allá de lo electoral, es prepararse para la lucha con esa perspectiva. Organizarse en más espacios, construir un programa de gobierno que sea capaz de conectar con todos esos sectores de las clases trabajadores y de las clases medias que, mientras tanto, siguen sufriendo la precariedad cotidiana. En este contexto tan incierto, el techo electoral de Podemos es potencialmente muy superior al del resto de partidos, porque las fuerzas sociales que puede desatar son el famoso 99%, mientras que el resto solo está al servicio de una minoría privilegiada. Eso sí, si es capaz de superar los límites de una política guiada por las clases clases medias, que genera una tendencia a la moderación y a la búsqueda de una restauración de un periodo anterior a la crisis que no va a volver. solo la irrupción, organización y centralidad de los sectores más populares y vinculados al mundo del trabajo (el nuevo precariado urbano, la clase obrera de las grandes y medianas empresas) puede superar estos límites. Para permitir que la “representación” salga del teatro y que el público se convierta en el actor principal, se necesita una orientación consciente y sistemática en ese sentido. Esa es nuestra gran tarea en este “interregno”.
Mientras tanto, Pedro Sánchez parece haber encontrado un aliado en su lucha por sobrevivir. Como marxistas, quizás sea el momento de recordar aquella afirmación tantas veces utilizada de forma abusiva de que “el ser social determina la conciencia”. En el caso de Izquierda Unida parece bastante acertada. Aunque Garzón tuvo durante la pasada campaña electoral un discurso en más a la izquierda que el de Podemos, recogiendo algunas de las reivindicaciones abandonadas por el partido morado, su discurso y práctica no siempre se corresponden una vez pasado el 20D. El problema de fondo es que las presiones de IU hacia Podemos para que de alguna forma permita gobernar al PSOE a cualquier precio tienen el efecto perverso de girar el campo político hacia una serie de reivindicaciones positivas pero que renuncian, como tantas veces en la historia del PCE, a poner en el primer plano la ruptura con el régimen del 78, posponiéndola para un futuro indeterminado que al aparato profundo de IU le parezca adecuado. Lo que está claro es que con esta política ese momento nunca llegará. Quizás sea el momento de que toda esa militancia y base social radical que todavía ve a IU como su referente, comience a plantearse la necesidad de otros instrumentos político-organizativos que no les dejen al margen de las posibilidades de la época.
Mientras tanto, existen riesgos. El riesgo de que en vez de una polarización que beneficie a Podemos, se fortalezca de forma temporal un centro político (PSOE-Ciudadanos) que bloquee y trate de convertir en estático un periodo caracterizado por la inestabilidad. El PP puede tratar de aplicar aquella máxima de Lenin que decía “ceder espacio para ganar tiempo” y permitir un gobierno de estas características. Por supuesto, no aseguramos que esta hipótesis sea la que va a ocurrir, pero si que es una posibilidad real. A todos los que aspiramos al cambio nos tocará sentar las bases de que la famosa ventana de oportunidad siga abierta, explorando una relación de tensión con un gobierno débil al cual le exigimos políticas antiausteridad que no puede cumplir con el objetivo de fortalecernos y tomar el relevo. Y mientras tanto, la troika y las instituciones antidemocraticas de la UE siguen al acecho, con miles de millones de euros en recortes preparados para seguir aplicando su distopía neoliberal. Si jugamos bien nuestras cartas en los conflictos que vienen y conseguimos que el público desborde el teatro, estaremos mas cerca de abrir una brecha tan grande que ni siquiera los mejores actores puedan cerrarla.