Una nueva manzana en el Edén
El libro del Génesis cuenta que Dios creó un maravilloso jardín, el Jardín del Edén, y que en él dispuso a Adán y Eva, los primeros seres humanos. Les otorgó casi todas las libertades, pero no les estaba permitido tomar el fruto del Árbol del Conocimiento del Bien y del Mal. El castigo si llegasen a comer del árbol sería la muerte. Pero está claro que no hemos venido a este mundo para ser eternamente felices, así que la serpiente, que era el más astuto de cuantos animales andaban por allí, convenció a Eva, y esta a Adán, de que comiesen el fruto prohibido, una manzana. Probablemente sea la manzana más famosa de la historia, con permiso de la de Newton. Eva y Adán fueron inmediatamente expulsados del paraíso en el que vivían. Adán en particular fue condenado a trabajar la tierra para obtener el sustento. Ya saben: “Con el sudor de tu rostro comerás el pan hasta que vuelvas a la tierra, porque de ella fuiste tomado; pues polvo eres, y al polvo volverás.”
Quizás en no muchos años podamos escribir la segunda parte de aquella caída en desgracia. La manzana será ahora la inteligencia artificial y la tentación, utilizarla para que haga nuestro trabajo e incluso buena parte de lo que no lo es. El castigo es más sutil, ya que consistirá en volvernos poco a poco menos capaces e inteligentes. Esta vez, eso sí, no podremos echarle la culpa a la mujer de habernos inducido al pecado. El mundo de la IA, como el de las tecnologías de la información y las comunicaciones en general, es sobre todo masculino. Y también el de sus usos y abusos.
No, no ha sido la Semana Santa lo que me ha inspirado estas reflexiones sino algo que hace tiempo que me ronda la cabeza y que se va confirmando a medida que se va haciendo más y más patente el impacto de las máquinas en nuestras vidas. Me refiero a que conforme vamos delegando en las máquinas nuestro esfuerzo, sea físico o cognitivo, van mermando algunas de nuestras capacidades. Ha sido muy notorio en el caso de las máquinas que nos ayudan a desplazarnos, a llevar cargas de un lado para otro o a realizar el trabajo físico. Cuando no existían, la resistencia y fuerza física de las personas era bastante mayor que ahora.
Es cierto que podemos mantenernos en buena forma a través del ejercicio y de otros hábitos de vida saludables, pero la vida que llevamos tampoco nos da mucho pie para ello (nunca mejor dicho lo de pie). De modo semejante, estoy seguro de que comienza a ocurrir lo mismo con nuestras capacidades cognitivas, que se verán aún más limitadas a medida que las máquinas ganen en inteligencia. De nuevo, podremos impedirlo o ponerle cierto coto si con intención ejercitamos nuestro cerebro más allá de la necesidad de hacerlo en nuestro trabajo, que podrá ser cada vez menor. Pero corremos el riesgo de que no sea así, ya que el esfuerzo cognitivo sigue siendo eso, un esfuerzo, y tiene un elevado consumo energético. El cerebro es perezoso por naturaleza. Al igual que a Jeanette el mundo la hizo rebelde, la evolución nos hizo vagos de pensamiento.
Ya comienza a haber algunas evidencias de lo que digo. Al menos esto es lo que puso en evidencia un estudio realizado con 800 consultores en Estados Unidos. Todos tenían que realizar un trabajo consistente en 18 tareas de distinto tipo: algunas de análisis, otras de redacción, márquetin, persuasión y, finalmente, otras que requerían una mayor creatividad.
A una parte de los consultores se les permitió utilizar ChatGPT, algo para lo que habían sido previamente adiestrados. Al resto no. Los que utilizaron la inteligencia artificial para desarrollar sus tareas hicieron más rápido y mejor su trabajo. Hasta aquí lo esperable. Al fin y al cabo, bien utilizado este chatbot es una herramienta muy versátil y potente. Pero se apreció también que la mayoría de los que lo hacían aportaban poco de sí mismos al trabajo, limitándose a trasladar a la máquina las preguntas que se les hacían y a usar sus respuestas, a veces siquiera retocarlas. Es más, se evidenció también que la confianza en ChatGPT llevó a quienes lo usaron a un menor cuestionamiento de las tareas, de modo que cuando estas estaban intencionadamente mal diseñadas, quienes no usaban la IA se percataban de ello en mayor medida.
La nueva manzana, igual de tentadora que la del Paraíso, bien podría ser la de Apple, simbolizando al conjunto de empresas que controlan la IA. Pero estemos alerta, ya que esta manzana puede ser incluso peor que la de Blancanieves, y al morderla no despertar nunca del sopor.
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