La fórmula que ha garantizado la hegemonía desde 1977 del actual Modelo Productivo y por tanto de modelo de sociedad, el Bipartidismo Monárquico, ha gobernado España en alternancia del PSOE y PP desde 1982, año que es derrotada la UCD por el PSOE del entonces candidato Felipe González. Esa alternancia se producía sobre la base de compartir aspectos muy importantes de la política llamada 'de Estado': relaciones exteriores, seguridad, defensa y un acuerdo central en relación a la orientación neoliberal de la Unión Europea que basa la desregulación económica en el eje central de la acumulación de capital, a costa del trabajo y del modelo social para el bienestar de las personas.
La reforma exprés del artículo 135 de la Constitución, impuesta por la UE al gobierno de Zapatero y apoyada por el PP desde la oposición, que da prioridad al pago de las deudas del Estado antes que al cumplimiento de los derechos sociales, fue la constatación más clara del alcance del acuerdo de principios al que el PP y PSOE llegaron en las distintas legislaturas para garantizar el desarrollo del actual modelo productivo depredador para el empleo y los derechos de la ciudadanía.
El Bipartidismo, al compartir una misma visión del Modelo de Estado (Monarquía), de la Defensa y Seguridad (OTAN), del desarrollo de la Unión Europea y sus Tratados, de la Política austericida de la Troika, se aseguraba a través de la alternancia en el poder, una continuidad de los poderes económicos que son al fin y al cabo los que dirigen al día de hoy, desde sus Consejos de Administración, el verdadero Gobierno de España. El Bipartidismo se convertía en sí mismo en un ente, con su organicidad y sus aparatos de influencia para garantizarse siempre una hegemonía social, que no pusiese en peligro la acumulación y concentración de capital para las élites, para desarrollar y contribuir al gobierno conjunto de la UE y para sostener a la monarquía como Modelo de Estado.
Esa organicidad contaba y cuenta con actores fundamentales dentro de ambos partidos, de empresas influyentes, de medios de comunicación, de “creadores de opinión”, de la mayoría de los Consejos de Administración de las principales empresas españolas y de una parte importante del pensamiento que se reproduce y se enseña en el mundo académico.
Gracias a esa unidad orgánica y a esa hegemonía, consiguieron superar situaciones tremendamente delicadas para su ideario como la abdicación del Rey o las contestaciones masivas y activas de la ciudadanía contra la política austericida: la aparición del 15 M, las Huelgas Generales, las Marchas por la Dignidad, la defensa de los servicios públicos, que fueron la respuesta de la inmensa mayoría de la sociedad a los planes impuestos a nuestra soberanía nacional por parte de la Troika, con el beneplácito y ejecución del Bipartidismo Orgánico, que evitó que el actual Sistema se pusiera en jaque ante el mayor envite social desde el inicio de la democracia representativa.
Como consecuencia de todo ello, tras conocerse los resultados de las dos últimas elecciones generales, donde por primera vez, la suma de PP y PSOE no garantizaba la gobernabilidad de su Modelo Económico y de Estado, y ante una dirección del PSOE que tímidamente comenzó a poner en cuestión aspectos importantes de la acción bipartidista, como la reforma exprés del artículo 135 de la Constitución, su determinación a no permitir la investidura de Mariano Rajoy y sobre todo, su voluntad de explorar un gobierno alternativo, de cambio, fue la señal de alarma para que todo el aparato orgánico del Bipartidismo se pusiese en marcha para abortar semejante “marrullería”.
En su sala de máquinas, Felipe González, José Manuel García-Margallo, Juan Luis Cebrián, representantes de las principales empresas, la Banca, la Casa Real, comenzaron a diseñar el acoso y derribo del secretario general del PSOE que tuvo la osadía de poner en cuestión la permanencia del Bipartidismo Orgánico que tan buenos y sustanciosos beneficios reportó a las élites, las que mandan.
Y desataron un ataque mediático obsceno a través de sus empresas de comunicación que, curiosamente, a la cabeza de los máximos improperios se destacó El País, que dedicó calificaciones más duras que el ABC, El Mundo o La Razón.
“Marrullería de un dirigente contestado”, “un insulto a la inteligencia”, “secuestrador del PSOE”, fueron las palabras utilizadas por el País, que por su virulencia fueron criticadas por el propio Comité de Redacción.
En ese ataque premeditado y planificado se trataba de desacreditar cualquier fórmula alternativa al gobierno de Mariano Rajoy, “Gobierno Frankenstein” para, de forma obscena, ocultar que constitucionalmente es factible y por supuesto deseable, un gobierno plural alternativo al Partido Popular, al ser mayoría los electores opuestos a la reedición del gobierno del PP. Un ataque que dirigió toda su artillería al Comité Federal del PSOE para impedir a toda costa las pretensiones de su secretario general de no facilitar la investidura de Mariano Rajoy y su idea de trasladar a los afiliados del PSOE la decisión última sobre dejar gobernar o no al PP.
En ese ataque frontal han conseguido al día de hoy descabezar al PSOE, dividirlo como nunca desde la transición y hacer más difícil un gobierno alternativo. Es muy seguro que no todas las personas del Comité Federal que se opusieron a las propuestas de Pedro Sánchez se consideran proclives al Bipartidismo, pero las consecuencias prácticas son las que interesan a los “ingenieros orgánicos” del Bipartidismo como Felipe González, José Manuel García-Margallo o Juan Luis Cebrián, estas son, dejar gobernar a Mariano Rajoy para dar continuidad a un Modelo Productivo que garantiza la continuidad de a las élites, y la oligarquía, que conforman el auténtico gobierno de España.