A diferencia de la década de los ochenta, cuando en Europa había múltiples manifestaciones contra el armamento nuclear instalado en el continente, hoy día parece que este tema está superado y no requiere mayor atención. Es un error gravísimo, pues la amenaza nuclear está muy presente, continua la proliferación de estas armas, e incluso se amenaza con su uso. Por todo ello, que el Nobel de la Paz haya recaído en la organización Nihon Hidankyo es un acierto, no solo para reconocer a quienes sufrieron los efectos de las bombas lanzadas en 1945 sobre Hiroshima y Nagasaki, sino también para advertir de los riesgos que supone la existencia de grandes arsenales nucleares.
En 2017, hace siete años, el Nobel de la Paz fue concedido a la Campaña Internacional para la Abolición de las Armas Nucleares, formada por 652 organizaciones de todo el mundo y que persigue la firma y ratificación de un tratado que prohíba el uso de estas armas. Actualmente, 73 países ya lo han ratificado. El Nobel de este año, y a diferencia del de 2017, es porque ya no estamos hablando de un riesgo supuesto, sino de un grave problema desde el momento en que Putin amenaza con utilizar armas nucleares tácticas, ha desplegado misiles en Bielorrusia, y los nueve países que disponen de armas nucleares están modernizando sus arsenales, cuyo mantenimiento costó 91.393 millones de dólares en 2023, esto es, 2.898 dólares por segundo.
El Comité noruego que concede este premio destacó que las relaciones entre Estados Unidos y Rusia y sus respectivos aliados están hoy en su punto más tóxico desde la Guerra Fría. El término tóxico es pertinente, pues el aumento de las armas desplegadas y su modernización, supone un envenenamiento de las relaciones internacionales y la posibilidad de muerte a causa de la intoxicación. Es más, la disuasión nuclear que permitió que no se utilizara nunca el arma nuclear desde 1945, a causa de la destrucción mutua asegurada, parece que ya no sirve para el día de hoy, cuando de forma más que insensata, se juega a la amenaza de utilizar este tipo de armamento.
He de recordar que estamos hablando de la existencia de 12.121 ojivas nucleares a principios de año, de las que 9.585 se encontraban en los arsenales militares dispuestas para su uso inmediato. El Instituto Internacional de Investigación para la Paz de Estocolmo (SIPRI), al hablar de este tema, nos recuerda el deterioro de las relaciones geopolíticas del momento actual, con la inseguridad que ello conlleva. Aunque el 90% de estas armas están en manos de Estados Unidos y Rusia, preocupa que China, India, Pakistán y Corea del Norte persiguen la capacidad de desplegar múltiples cabezas nucleares en misiles balísticos, y que la transparencia sobre este tema haya disminuido desde la guerra de Ucrania. Jugamos con fuego. También que Irán esté a punto de hacerse con armas nucleares a corto plazo, amenazando a Israel, que dispone de 90 ojivas nucleares.
Por si no tuviéramos bastante con estas dinámicas, hay que recordar que hay un retroceso en los tratados de desarme nuclear. En febrero del pasado año, Rusia anunció que suspendía su participación en el Tratado de 2010 sobre medidas para una mayor reducción y limitación de las armas estratégicas ofensivas. Como respuesta, Estados Unidos también ha suspendido el intercambio y la publicación de datos del tratado.
El nuevo Nobel, por tanto, ha sido muy oportuno. Nos recuerda los riesgos de la escalada actual, y la necesidad de situar este tema en la agenda de las prioridades de la política exterior de los Estados, además de invitar a la ciudadanía a volverse a movilizar a favor del desarme nuclear, hoy en el olvido.