“Patricipación”: patrimonio y participación. La mejor manera de Cuidar Madrid
Decía John Berger en su libro “Modos de ver” que el auténtico poder de la representación reside en quién mira y qué quiere ver. El patrimonio cultural en la ciudad de Madrid ha resultado una víctima más de un modelo urbanístico voraz, desmedido y terriblemente cortoplacista. Es tradición que las políticas municipales no hayan querido ver en el patrimonio un agente capaz de contribuir a la transformación urbana sostenible. Al negar la capacidad que el patrimonio tiene de regeneración como proceso dinámico y participativo han anulado los beneficios sociales, económicos y ambientales que la valorización del patrimonio vierte en la ciudadanía.
Así, en octubre de 2020, el Área de Desarrollo Urbano del ayuntamiento de Madrid licitaba la revisión del catálogo de elementos protegidos que forma parte del PGOUM 97, dejando fuera cualquier consulta o forma de participación de la ciudadanía en la confección del inventario de elementos a salvaguardar, quedando en manos únicamente, en primera instancia, de un equipo técnico cuyo enfoque principal se centra en lo artístico y lo arquitectónico; y en última instancia de las decisiones políticas del equipo de gobierno municipal, sin rendición de cuentas o explicación de sus decisiones ninguna.
Para subsanar esta evidente deficiencia, el grupo municipal Más Madrid presentó en enero de 2021 una proposición en el Pleno municipal que, tras su negociación con el Área de Urbanismo, quedó aprobada por la unanimidad de los grupos de la siguiente forma: “este proceso de actualización y modificación del Catálogo se llevará a cabo con la adecuada participación de los ciudadanos y de las entidades y profesionales expertos en esta materia o concernidos por la mejor protección de nuestro patrimonio, que constituye un valor esencial en el desarrollo de las personas y en su calidad de vida”.
Sin embargo, a día de hoy, este proceso no ha comenzado salvo por torpes movimientos que indican la total falta de compromiso del consistorio por los catálogos como primer motor de toda operación de tutela del patrimonio. El procedimiento elegido escapa del control total de intereses conocidos, ignorando la construcción de un modelo de ciudad moderno, participativo y cuidadoso del entorno cultural, en beneficio de la mayoría frente al modelo nuevamente de unos pocos.
Las anomalías de esta forma de entender el espacio público, vertical y paternalista, no terminan en una discrecionalidad sospechosamente arbitraria, sino que este modo tradicional madrileño de enfrentar el patrimonio cultural también reproduce la invisibilización de los distritos periféricos frente al centro histórico, dejando la cultura en manos de extraños intereses ajenos a cualquier modernidad e integración real de toda la ciudad.
Efectivamente, actualizar el pensamiento y la acción patrimonial generan tensión. Una tensión que no puede obviar la responsabilidad de la administración en proteger y devolver a la sociedad a la que pertenece su patrimonio en el sentido más amplio y diverso. No puede -en el siglo XXI- entenderse un catálogo de elementos protegidos sin un proceso de discusión abierta sobre el concepto mismo de selección, sobre quién y cómo se fijan las prioridades, sin un diálogo que establezca qué se queda fuera y por qué, sin un acto crítico de conocimiento de lo realizado.
La Convención de Faro (firmada por España el 12 de diciembre de 2018), hace hincapié en los aspectos importantes del patrimonio cultural en relación con los derechos humanos y la democracia. Promueve una comprensión más amplia del patrimonio y su relación con las comunidades y la sociedad. Anima a los ciudadanos a reconocer que los objetos y lugares no “son en sí mismos”, sino que son valiosos debido a los significados y usos que las personas les dan y por los valores que representan. Circunstancias como la monumentalidad, la antigüedad o la rareza de un monumento deben evaluarse junto con el resto de las fuerzas motrices que llevan a la ciudadanía a valorar (o no) esos bienes (Fouseki y Sakka). El binomio cualidad-calidad no puede ser (solo) el hilo conductor en las políticas de protección del patrimonio cultural.
Los valores patrimoniales son nutrientes identitarios. El patrimonio nos define y nos explica como sociedad y solo podemos asumir esto si tenemos en cuenta que el patrimonio es una realidad cambiante y es la ciudadanía la que proyecta valores, por eso hay que invertir en conocer cuáles son esos valores (culturales, ambientales, históricos, sentimentales, científicos…). Con frecuencia parte de esos valores pasan desapercibidos en nuestro relato colectivo y habrá por tanto que generar mecanismos o herramientas que rescaten esa realidad diversa y dispersa. Los componentes ideales y espirituales de los bienes son tanto o más importantes que la propia materialidad vinculada al concepto decimonónico de las “bellas artes”. Los pasados son complejos y los futuros deben ser tan diversos como reclame la comunidad.
Cuidar (valorar), es tanto reconocer a las personas que han formado parte del pasado, como las que forman parte del presente como depositarias de esa vida en comunidad. Construir inventarios, catálogos o listas de cualquier tipo, debe necesariamente otorgarles un valor de representatividad incluyendo la participación ciudadana como un elemento de visibilidad en las decisiones urbanas que conforman su territorio.
Ante la pregunta de cómo dar respuesta a todos estos retos sin formar parte del gobierno, Más Madrid, como plataforma política, cuya función social está mucho más allá de la mera actividad política institucional, con el fin de proporcionar una herramienta que facilite y desarrolle la comprensión del patrimonio cultural y natural como el soporte físico de la memoria colectiva de la ciudad y de su identidad, hemos creado un formulario de registro simplificado para conformar un catálogo participativo y ciudadano que permanezca como registro de aquello que la ciudadanía valora y desea mantener para las generaciones venideras:
Su intención no es otra que dar voz a los distritos en la elaboración de los discursos sobre el patrimonio y su articulación con la sociedad y servir de soporte futuro de esa memoria colectiva. No pretende este catálogo ser alternativo al “oficial”, sino complementario. No es una crítica a los profesionales institucionales, sino una mirada a ampliar horizontes y criterios. No es un catálogo cerrado, sino dinámico y en constante construcción, porque no se entiende el patrimonio cultural con fecha de caducidad. La motivación es elaborar un catálogo que deberá huir de la visión fragmentaria de los bienes a favor de una visión integradora, coordinada y crítica. Y, además, es una particular invitación a darse un paseo por Madrid con una mirada cultural.
Como decía Koichiro Matsuura (director general de UNESCO entre 1999-2009) el patrimonio no es solamente sede de la memoria de la cultura de ayer, sino también el laboratorio donde se inventa el mañana.
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