Pobre Europa
La Unión Europea ha sufrido muchas crisis, ha pasado muchos períodos difíciles, y siempre ha sobrevivido, incluso ha avanzado lentamente en su construcción política. Pero ahora se enfrenta al peor cáncer que puede sufrir un proceso de integración multinacional: el nacionalismo. La extrema derecha prospera a caballo del populismo y la demagogia antiinmigración y antieuropea, como nunca antes desde que los fascismos fueron derrotados en la segunda guerra mundial. En siete países europeos partidos ultraderecha dirigen el gobierno, forman parte de él, lo sostienen desde fuera, o han ganado las últimas elecciones, y el Parlamento Europeo actual tiene más miembros de esta ideología que de ninguna otra.
En un escenario polarizado y fragmentado en política interior y exterior, que la debilidad y heterogénea composición de la nueva Comisión Europea refleja perfectamente, estallan ahora las crisis políticas de Francia y Alemania, los dos principales Estados miembros. La guerra de Ucrania y su incierto futuro, y la reelección de Donald Trump como presidente de EEUU, son dos multiplicadores de la división interna, que está poniendo en riesgo, y lo va a hacer más en el futuro, la estabilidad de la UE y el progreso de su proceso de integración, iniciado hace casi siete décadas
Crisis en Francia...
La actual crisis política francesa era previsible desde que el presidente Emmanuel Macron tuvo la mala idea de disolver la Asamblea Nacional y convocar elecciones legislativas el mismo día, 9 de junio, en el que el ultraderechista Reagrupamiento Nacional (RN) de Marine Le Pen había ganado las elecciones al Parlamento Europeo en Francia. La intención era que el electorado francés reaccionara ante esta victoria y volviera a equilibrar el escenario político en favor de propuestas más moderadas como la suya.
El resultado de las elecciones cumplió parcialmente esas expectivas. RN fue el más votado como partido individual, pero su coalición con la Unión de Extrema Derecha quedó tercera por detrás del Nuevo Frente Popular (NFP) liderado por la Francia Insumisa (LFI) de Jean-Luc Mélenchon, y de la coalición presidencial Juntos, liderada por Renacimiento, el partido de Macron. Los cuartos, a mucha distancia, fueron Los Republicanos (LR), herederos de la antigua mayoría presidencial de Jacques Chirac.
Se formaron así tres bloques principales de modo que cualquiera de ellos solo podía gobernar si tenía el apoyo de alguno de los otros dos. Macron se negó a aceptar la victoria de la izquierda y optó por nombrar primer ministro a Michel Barnier, de LR, con la esperanza de que su acusado conservadurismo obtuviera al menos el consentimiento de la extrema derecha. Pero la política tiene cada vez menos que ver con la ideología y más con los intereses electorales, y a Le Pen no le interesa la estabilidad del gobierno. Así que el 4 de diciembre los diputados de RN votaron a favor de la moción de censura presentada por LFI, obligando a Barnier a dimitir a los tres meses de su nombramiento y provocando una crisis política que debilita aún más a Macron, el verdadero responsable, cuya dimisión han exigido ya muchas voces, especialmente en la izquierda radical.
El presidente ha respondido que su mandato llega hasta 2027 y no tiene ninguna intención de dimitir, una decisión que estaría motivada por razones personales, y porque es probable que ahora Le Pen ganara la elección presidencial. Pero no puede disolver la AN en el primer año de legislatura, es decir hasta julio, y se enfrenta a la necesidad de nombrar un nuevo primer ministro que disponga de una mayoría parlamentaria mínimamente estable, lo que parece, a día de hoy, muy difícil. No puede darle el gobierno a RN, ni siquiera pactar con él, porque eso sería ponerle una alfombra a su líder para que consiguiera la presidencia en 2027.
Parece que la intención de Macron es romper la unidad del NFP nombrando primer ministro a un socialista moderado o a un independiente de prestigio con el respaldo del Partido Socialista (PS), de Juntos, y de LR, es decir construyendo un “arco” parlamentario que dejaría fuera por un lado a LFI y por otro a RN y sus aliados. Este arco solo sumaría por el momento 276 diputados de 577, pero con el apoyo de otros diputados independientes o de centro podría llegar a la mayoría absoluta. Olivier Faure, primer secretario del PS ya se ha mostrado favorable a negociar un acuerdo con ciertas condiciones, pero será muy difícil que los socialistas lo acepten sin dividirse, porque la ruptura del NFP y una alianza con LR, aunque sea indirecta, podría significar su definitiva muerte política. Si finalmente sale adelante, habrá que ver si esta fórmula sobrevive a la aprobación de los presupuestos o de medidas sociales que están en el programa del PS, en el caso de que intente mantenerlas.
La opción más estable, y más respetuosa con el resultado de las elecciones, sería que Macron contara con el conjunto de NFP, nombrando a un primer ministro de izquierdas, tal vez socialista, que contara con la aprobación de Mélenchon, y apoyado por Juntos. Entre ambos grupos sumarían 323 escaños que sí que sería una mayoría suficiente, incluso contando con la defección de algún diputado de la coalición presidencial. Aquí el problema estaría en que la izquierda fuera capaz de consensuar un candidato, porque dentro de NFP los proyectos políticos de LFI y del PS son bastante diferentes, con los ecologistas intentando mediar entre ambos. Además, el presidente no quiere eso porque teme que Mélenchon lo aprovecharía, aunque no estuviese en el gobierno, para erigirse en la alternativa a Le Pen en la elección de 2027 – a la que Macron no podrá presentarse-, bloqueando el paso a la segunda vuelta del candidato de Renacimiento, e incluso ganarla contando con los votos de todos los que se oponen a la dirigente ultraderechista.
La política de Macron ha fracasado en todos los campos. En el interior ha sido incapaz de hacer frente a los problemas sociales y económicos que sacuden Francia, con una deuda pública galopante, imponiendo una impopular reforma de pensiones, e inclinándose hacia políticas cada vez más conservadoras que solo han favorecido a la extrema derecha, como pasa siempre que la derecha se acerca a sus posiciones. En política exterior aún ha sido peor. Su actitud inhumana y proisraelí ante el genocidio en Palestina – poniendo en cuestión incluso la orden de detención contra Netanyahu dictada por el Tribunal Penal Internacional – es una infamia que la tradición democrática francesa no merece, y que no apoyan la mayoría de sus conciudadanos. El seguidismo acrítico de la política anglosajona en relación con la guerra de Ucrania y con China, han dilapidado el otrora liderazgo francés en la política europea. Si ahora se empeña en nombrar otro gobierno con apoyos parlamentarios divididos e insuficientes, llevará a Francia a una época de inestabilidad política - y por ende económica - desastrosa para sus ciudadanos, pero también para la Unión Europea.
Y en Alemania...
El canciller alemán, Olaf Scholz ha convocado elecciones federales anticipadas para el 23 de febrero, después de que los liberales provocaran la ruptura de la coalición “semáforo” con los verdes y los socialdemócratas (SPD), que gobernaba desde hace tres años. Scholz ha sido un gobernante débil al frente de una coalición imposible, incapaz de llevar a cabo un programa de progreso en el interior del país, de ejercer algún liderazgo europeo, incluso de tener una política exterior propia. Su mandato ha estado constreñido por la guerra de Ucrania, que ha provocado en Alemania una grave crisis política y económica que le ha sobrepasado. Igual que Macron, ha practicado en este asunto un seguidismo casi total de la política de EEUU y Reino Unido, en perjuicio de su país - el principal perjudicado después de Ucrania por el conflicto -, hasta el punto de asumir sin rechistar la destrucción de los oleoductos Nord Stream por sus aliados ucranianos, y seguir apoyando a Kiev incondicionalmente.
La mala situación de la economía alemana va a pasarle factura al SPD que según los sondeos será tercero en las elecciones de febrero por detrás de los ganadores, los democristianos de la CDU/CSU, y de la extrema derecha de Alternativa por Alemania, cuyo ascenso parece imparable. La Alianza Sahra Wagenknecht podría entrar en el Bundestag, en perjuicio del izquierdista Die Linke que quedaría fuera, igual que los liberales, al no conseguir superar el mínimo del 5% de los votos. Así, los democristianos solo podrían coaligarse con los verdes – lo más probable – o, si no dieran los números, repetir la gran coalición con un SPD debilitado. En todo caso, Alemania va a tener que replantearse su futuro tras la ruptura total con Rusia, en una Europa que no será la misma después de la guerra. El populismo seguirá avanzando y la crisis será dura y prolongada, con repercusiones en toda la UE dado que afecta gravemente a su principal motor económico.
Una Comisión Europea debilitada...
En el ámbito de la UE, la segunda Comisión Europea presidida por Ursula von der Leyen ha tenido un nacimiento tormentoso que no augura un ejercicio político tranquilo y eficiente. El Partido Popular Europeo (PPE) no ha respaldado el deseo de su homólogo español de vetar a Teresa Ribera como vicepresidenta, a pesar de los esfuerzos de Manfred Weber, su presidente y líder del ala más derechista. Pero ha conseguido imponer el nombramiento de dos comisarios de extrema derecha, el italiano - también vicepresidente - y el húngaro.
Esto sucede porque los comisarios son propuestos por los Estados, y su ideología depende del color de su gobierno, en lugar de ser elegidos por el/la presidente/a de la CE de acuerdo con los apoyos políticos que tenga en el Parlamento Europeo (PE). Así los comisarios se convierten en deudores de quien los designó y representantes de su país en la Comisión, en lugar de ser solo miembros del gobierno de la UE para los asuntos de su competencia, lo que afecta a su neutralidad y a la cohesión interna del ejecutivo comunitario.
La CE actual fue aprobada por el PE por 370 votos de 688, 91 menos que la precedente y el menor apoyo obtenido desde que existe. El PPE, que es mayoritario en la Comisión y el Parlamento, se ha apoyado, como es tradición, en los liberales y los socialistas – no todos –, así como en la mitad de los verdes, pero tampoco descarta pactar con la extrema derecha cuando sus propuestas no obtengan el apoyo suficiente en estos grupos, lo que introduce un factor de inestabilidad y un riesgo de políticas muy escoradas a la derecha que no contribuye precisamente a mejorar el deteriorado panorama político europeo.
Con Trump y la guerra al fondo.
En este escenario de fragmentación e inestabilidad europea irrumpe ahora el regreso de Trump a la presidencia de EEUU, que va a tener efectos muy negativos sobre la UE y sus miembros, tanto en el aspecto económico - porque aumentará los aranceles que ya impuso en su primer mandato –, como en el político - porque favorecerá la división y el antieuropeísmo en una Unión que considera contraria a los intereses de EEUU, y apoyará a los partidos y gobiernos de extrema derecha que considera más afines -. E incluso en el campo internacional, porque tratará de arrastrar a Europa a su confrontación con China.
Trump ha prometido acabar con la guerra de Ucrania, y la única forma que tiene de hacerlo es cortando la ayuda a Kiev para obligar a los ucranianos a negociar. Reino Unido seguirá lo que dicte Washington, como siempre, y la UE se verá en la tesitura de seguir apoyando a Ucrania en solitario – aunque carece de la fuerza para hacerlo durante mucho tiempo – o aceptar el fin de la guerra, aunque sea injusto, igual que ha aceptado mantenerla. Un cierre en falso de este conflicto, como sería su mera congelación en la situación actual sin un acuerdo de paz, sería un factor más de inestabilidad e inseguridad en el continente europeo. De hecho, la mera existencia de esa posibilidad ha desatado una cierta psicosis militarista en Europa, con algunos gobiernos dando instrucciones prebélicas a su población, y casi todos con un aumento del gasto militar que no sería en absoluto necesario para garantizar la defensa europea si los miembros de la UE fueran capaces de poner sus recursos en común.
Si analizamos todas estas crisis y vulnerabilidades en su conjunto solo se puede concluir que Europa afronta una de las épocas más convulsas e inciertas de su historia reciente. La Unión Europea se enfrenta a enormes desafíos en una situación de división y debilidad, pero sigue siendo la única esperanza real de progreso económico y político de sus Estados miembros. Es el único camino para superar definitivamente los nacionalismos, origen de tantas guerras y dolor en el pasado europeo, y el mayor obstáculo para el entendimiento y la cooperación entre los pueblos, que siempre redunda en provecho de todos. No parece que ahora mismo haya ningún dirigente europeo capaz de liderar un cambio en la desastrosa dirección en la que vamos. Solo cabe esperar que precisamente la hostilidad de Trump ponga en evidencia que la única opción es la unidad europea, e impulse a todos los miembros de la UE a volver a la senda del trabajo en común y la integración política.
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