La injustificada y brutal agresión de Rusia a Ucrania ha producido en Europa una especie de histeria colectiva, tal vez causada por el miedo a que Rusia quiera ir más lejos, pero seguramente también por la vergüenza y el complejo de culpa por haber dejado a Ucrania sola –en términos defensivos– frente al gigante ruso, y habérselo hecho saber además con mucha anticipación a Moscú, lo que le ha facilitado, sin duda, la decisión de lanzar el ataque.
Solo desde ese estado de ánimo, desde un intento de compensación por el abandono, se puede entender que el Parlamento Europeo apruebe una resolución urgente por amplísima mayoría en la que se pide que se conceda a Ucrania el estatus de candidato a la Unión Europea, “en función de sus méritos”, que al aparecer no poseía hace un par de semanas, sin considerar siquiera si cumple los requisitos políticos y económicos mínimos, los llamados criterios de Copenhague, entre los que está el respeto y protección de las minorías. No parece que esta resolución vaya a detener la agresión, ni pueda ayudar mucho a Ucrania en las circunstancias actuales -puesto que el procedimiento será en todo caso largo-, más allá de subir la moral de sus ciudadanos.
También debe ser la histeria colectiva la que ha empujado a la Comisión Europea a la decisión -respaldada por los 27 Estados miembros- de vetar en toda la Unión la difusión de los medios estatales rusos ‘Russia Today’ y ‘Sputnik’, acusados de ser órganos de propaganda que pretenden desinformar y manipular a la opinión pública. Esta medida, de dudoso encaje legal, es una censura previa e indiscriminada basada en valoraciones subjetivas, que atenta contra los principios de libertad de expresión e información. ¿De verdad queremos ser como ellos, hacer lo que tanto criticamos? Convendría preguntarse en esta tesitura si los medios occidentales están siendo objetivos en este conflicto. Por ejemplo: ¿Cuántos medios han entrevistado a algún ucraniano prorruso, de los que debe haber algunos, probablemente incluso algunos millones?
Es curioso que muchos de los más ardientes defensores de la libertad de prensa -incluidos profesionales de la información- hayan asumido esta decisión en silencio, como si solo fuera válida cuando lo que los medios difunden es de nuestro agrado. Se trata a los ciudadanos como menores de edad a los que hay que tutelar. Pero la mentira o la propaganda no se pueden combatir con la oscuridad, sino con la luz, ofreciendo información veraz y rigurosa que pueda oponerse a la falsedad. Por otra parte, si se prohibiera la difusión de todos los medios que alguna vez mienten, o manipulan la información política, económica o de cualquier otra clase, iban a quedar muy pocos en circulación, también en occidente. Al final, la eficacia de la censura de estos medios es más que dudosa, porque tienen muy poca difusión y las redes sociales de apoyo a Rusia siguen funcionando con mayor audiencia, así que tampoco se ve de qué manera esta medida puede ayudar a Ucrania.
Un ejemplo de información sesgada o incompleta es la que se ha difundido en relación con el anuncio de Putin de elevar el grado de alerta de sus fuerzas de contención o disuasión. Nadie sabía muy bien lo que significaba realmente esa decisión -que solo implica acortar los tiempos de respuesta-, ni siquiera lo que son las fuerzas de contención -que incluyen tanto armas convencionales como nucleares -, pero los titulares eran alarmantes “Putin pone en alerta sus fuerzas nucleares”, incluso “Putin amenaza con usar armas nucleares”, con lo que se ha inquietado más a la opinión, ucraniana y occidental, y se ha reforzado así el efecto intimidatorio que es justamente lo que el presidente ruso buscaba con la declaración pública de una medida, que si en verdad quisiera tener una efectividad real, sería lógicamente secreta.
Desde luego, las sanciones que la UE impone a Rusia están más que justificadas, son la única medida de presión efectiva para detener su ataque. También las diatribas, críticas, descalificaciones y anatemas contra Putin (como si la decisión hubiera sido solo suya), que inundan los medios de comunicación occidentales y estallan en la boca de los opinadores. Es indudable que la incalificable agresión de Rusia, las víctimas que está causando -incluidos niños-, la destrucción y el sufrimiento de los ucranianos, lo justifica sobradamente. Solo es de esperar que en el futuro se aplique el mismo criterio –incluyendo sanciones y diatribas- a todas aquellas acciones militares que causen víctimas civiles ajenas a los conflictos, como misiles disparados desde drones que aniquilan por error a una familia que está celebrando una boda, o ataques a la franja de Gaza que dejan varios cadáveres de niños en la playa. Una víctima yemení es igual que una víctima ucraniana, ahí no puede haber diferencias, porque en caso contrario perdemos la poca superioridad moral que nos queda.
La entrega de armas a Ucrania (qué ironía que se paguen con el Fondo Europeo para la Paz), es otra muestra del complejo de culpabilidad ¿Alguien piensa de verdad que con esas armas Ucrania sola va a detener a Rusia? Porque si no es así, solo se está alimentando y prolongando el conflicto. La UE puede hacer muchas cosas por Ucrania: puede incrementar enormemente la ayuda humanitaria, puede acoger, distribuir y proteger a los refugiados, puede endurecer las sanciones a Rusia hasta cortar completamente la importación de gas, por ejemplo, aunque tenga que sufrir unas consecuencias que aún no ha querido asumir. Pero lo que no puede hacer es alentar el conflicto, porque las probabilidades de darle la vuelta son prácticamente nulas. Debe, por el contrario –manteniendo siempre la presión sobre Rusia–, apoyar y favorecer una negociación, ya en marcha, que permita detener el derramamiento de sangre cuanto antes y ofrezca una salida mínimamente aceptable a todos los implicados -también a Putin, aunque nos repugne– en la que todos tendrán lógicamente que ceder algo.
Eso sí ayudaría a los ucranianos. Ya que no hemos querido arriesgarnos a involucrarnos directamente en el conflicto, dejemos de rasgarnos aparatosamente las vestiduras, y busquemos al menos el modo de detenerlo y evitar que haya más víctimas. Y después -a medio plazo– trabajemos para prevenir que se repita, logrando un acuerdo amplio de seguridad que garantice un futuro de estabilidad y paz para Europa y el respeto a la soberanía e integridad de todos sus Estados.