El esperado plan de paz de China para Ucrania ha resultado ser una mera recopilación de lo que el Gobierno de este país ha estado diciendo en este último año, más algunos elementos que forman parte de su política exterior y de seguridad tradicional. En este sentido, existe una frustración para quienes esperaban alguna cosa más novedosa, pero aun así hay que considerar las ventajas y las debilidades del plan propuesto.
El primer punto de plan, que contiene 12 propuestas, es el más importante y el más difícil de llevar a cabo: respetar la soberanía de todos los pueblos, siguiendo los principios de la Carta de Naciones Unidas, muy clara en cuanto a la defensa de la integridad territorial de todos los países. Aunque China lo repite continuamente desde hace años, no aclara nunca si eso implica la retirada de las tropas rusas para preservar la integridad territorial de Ucrania, un país miembro de Naciones Unidas y con 603.628 km2 reconocidos. Al no hacerlo, queda la duda de que los territorios anexados en 2014 o en 2022 sean considerados por China como parte de Rusia, algo inaceptable para Ucrania y que impediría cualquier tipo de negociación. China debería ser más explícita sobre ello, y explicar si hay que volver a las fronteras anteriores a la ocupación de 2014 o 2022. Ello no ha de ser obstáculo para que, en una eventual negociación, se discuta el futuro de esta región ocupada. No hay que olvidar que, en la primera vuelta de las elecciones de 2019, hay provincias del este que votaron por el candidato pro-ruso. Una dificultad adicional es que, a causa de la población desplazada o refugiada, cualquier consulta no será nada fácil ni inmediata, y por el tipo de guerra desatada, la convivencia será imposible.
El plan propone un cese de hostilidades y el reinicio de negociaciones, pero me parece poco viable si antes no se aclara mínimamente lo que se discutirá respecto al punto anterior. En cambio, hay dos puntos interesantes y a tener en cuenta. El primero se refiere a evitar atacar a civiles o instalaciones civiles, uno de los aspectos más terribles de esta guerra y muy practicado por Rusia. El segundo es la oposición a la amenaza o al uso de las armas nucleares, un tirón de orejas en toda regla al chantaje de Putin, que ha movilizado su tríada nuclear. Aunque China está modernizando y ampliando su propio arsenal nuclear, es muy enfático en que hay que reducir los riesgos estratégicos y, por consiguiente, hacer un uso de las armas nucleares.
En cuanto a los otros puntos, hacen referencia a abandonar la mentalidad de la Guerra Fría y forjar, en cambio, una arquitectura de seguridad europea equilibrada, eficaz y sostenible, algo ciertamente difícil en estos momentos; resolver la crisis humanitaria, mantener seguras las centrales nucleares, detener la sanciones unilaterales, promover la reconstrucción después del conflicto y mantener estables las cadenas industriales y de suministro. Todas son cuestiones negociables. El último punto señalado pone de relieve el interés de China para mitigar los efectos indirectos de la crisis, algo de vital importancia para un país que atraviesa un momento delicado en su economía, que está en proceso de transición.
Aunque el plan tiene muchas deficiencias, Rusia no puede rechazarlo sin más, pues su dependencia de China es enorme. Es más, si Xi Jinping se lo propusiera, el alto el fuego podría ser inmediato, obligando a Moscú a replegarse. Por sí misma, con independencia de su contenido, que China haya puesto sobre la mesa la mesa una propuesta es algo muy positivo. A pesar de las limitaciones comentadas, esperemos que las respuestas estén a la altura de la oportunidad que se abre.