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¿Cómo respondemos a la guerra de Putin?

Director del Instituto Catalán Internacional para la Paz (ICIP) —

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La guerra en Ucrania está poniendo contra las cuerdas el relato pacifista. Gritar, hoy, “no a la guerra”, sin más, reparte responsabilidades entre agresor y víctimas. Pedir una “salida negociada” puede implicar claudicar en la mesa de negociaciones ante una Rusia mucho más fuerte militarmente. Y sugerir “tratar las raíces del conflicto” alimenta el relato de Putin para justificar la guerra.

Pero la guerra también pone en evidencia las limitaciones de la perspectiva contraria, la militarista. Ucrania insiste en la necesidad de que la OTAN controle el espacio aéreo para evitar los bombardeos de la aviación rusa. Y la OTAN ha respondido que no lo piensa hacer porque eso implicaría entrar en confrontación directa con Rusia y extendería la guerra más allá de Ucrania. En otras palabras, la comunidad internacional suministra armas para que sea la población ucraniana que se enfrente al ejército ruso mientras los países occidentales se lo miran desde una prudente distancia.

Seamos honestos. Una vez ha estallado la guerra, y ante un agresor tan fuerte y tan determinado a matar, no hay opciones buenas. El debate armas si vs. armas no es un dilema perverso. Cualquiera de las respuestas implica la muerte de miles de personas. Quien no tenga dudas ante este dilema creo que no es consciente de las consecuencias de su posicionamiento. Los argumentos acalorados que oímos a menudo vienen más condicionados por las disputas políticas en nuestro país que por las necesidades de Ucrania. 

En todo caso, el gobierno y la población de Ucrania tienen todo el derecho a defenderse como les parezca más apropiado. Y nosotros no tenemos ningún derecho a juzgar la vía que escogen. 

En la práctica, la agresión de Rusia se combate con una amalgama de estrategias, de las cuales la militar es solo una. La comunidad internacional prioriza las sanciones y no ha desistido en la vía diplomática. La propia población ucraniana se enfrenta a las fuerzas de ocupación con múltiples iniciativas de resistencia no violenta: personas desarmadas que paran convoyes de guerra, secuestran tanques o se enfrentan con la palabra a los soldados de las fuerzas de ocupación. Las actuaciones no violentas no detienen la invasión, pero aportan moral y coraje a la resistencia, y apoyo y admiración internacional. A la larga la desobediencia civil ante las fuerzas de ocupación hará insostenible el control ruso. Se convierten, así, en una herramienta fundamental para compensar una balanza desequilibrada por el poder militar de Rusia. 

En España también tenemos varias opciones de implicación: manifestaciones contra la agresión de Putin, envío de ayuda humanitaria, acogida a personas refugiadas y apoyo a la comunidad ucraniana. Quién más o quién menos conoce a alguna persona de origen ucraniano. Es la hora de la fraternidad, de hacer sentir nuestra solidaridad. Es el momento para aproximarnos, escuchar, compartir abrazos. También con la comunidad rusa, que vive entre la indignación por la agresión y la angustia de la estigmatización. Es fundamental distinguir entre el régimen ruso y la población rusa y prevenir la xenofobia. Putin es un dictador que oprime con violencia cualquier expresión de protesta de su propia población. 

La Guerra de Putin es diferente a todas las guerras que hemos conocido en nuestra historia reciente. Es la primera invasión de esta magnitud en un país que hace frontera con la Unión Europea. Es, también, la primera vez que un país ataca a otro con esta contundencia, sin ninguna provocación militar. Y, sobre todo, es la primera vez que la potencia agresora amenaza con las armas nucleares. Ucrania es la víctima directa de la agresión. Pero el impacto social, económico y político trasciende sus fronteras y nos interpela más que ninguna otra guerra reciente. 

La respuesta actual está sacando lo mejor de muchas personas, organizaciones y países. Putin tiene el poder de las armas, pero Ucrania tiene el poder de la razón. La resistencia contra esta guerra nos tiene que ayudar, también, a construir nuevos consensos y nuevas sinergias para detener las otras guerras que hay en el mundo, y prevenir nuevas.