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Opinión - Cada día un Vietnam. Por Esther Palomera

Rosalía y la idea de España

Dina Bousselham

Secretaria de Comunicación de Podemos en la Comunidad de Madrid —

En la actualidad, sin embargo, casi todo el mundo está siendo explotado y expropiado simultáneamente. (...) Si los que sufren de ello pueden entender que la expropiación y la explotación son dos elementos analíticamente distintos, pero prácticamente aunados en un solo sistema capitalista, podrían concluir que comparten un mismo enemigo y que deberían unir sus fuerzas.

Nancy Fraser

“Pues eso, que hablen de mí, aunque sea mal”. Andrea Levy decía esto en un artículo hace un par de días en defensa de Rosalía. No me quiero extender en la polémica en torno a la cuestión de la reapropiación o no cultural, pero si quiero apuntalar un par de elementos que nos ayuden a reflexionar:

Rosalía es una cantante catalana que acaba de sacar un nuevo tema titulado “Malamente”. En el videoclip se pretende recrear un ambiente choni, cani, un rollo gitano cool valiéndose de una simbología que ahonda en los tópicos de lo que es “ser andaluz”, “ser gitano”, “ser choni”, “ser trapero”, “ser religioso” o “ser torero”.

El problema, como han venido diciendo algunos, no es que una catalana diga “illo” o vaya en chándal. La periferia de Barcelona es un nido de catalanes-andaluces, chonis, gitanos, clase obrera en su mayoría, que escuchan por cierto flamenco, trap, rap y a Beyoncé.

El problema no es Rosalía sino la narrativa que Rosalía retrata en su videoclip. Una narrativa construida precisamente por los “padres” políticos e intelectuales de Andrea Levy y que ha consistido durante muchos años en invisibilizar, perseguir, marginar y expropiar todo aquello que no encaja en la “identidad española”. Una identidad que se enorgullece del Cid Campeador, de los Reyes Católicos y a la que le da asco “lo gitano”, “lo exótico”, y sobre todo, “lo pobre”, al que por cierto se le asocia con lo cutre.

Lo que mola es ver a alguien en chándal tocando palmas al grito de malamente. Lo que es cutre es verlo en tu barrio, o en tu ciudad. Ya lo explicaba Owen Jones, en su libro Chavs, la demonización de la clase obrera. Los jóvenes que se pasan el día en el polígono, aquellos que ni trabajan ni estudian, ni tienen nada, aquellos que se ven abocados a la droga, a un futuro incierto, aquellos que viven en la Cañada Real, a los que nadie les preocupa que no tengan tarjeta sanitaria. Los nadie que diría Galeano, y a los que la derecha -y lamentablemente- cierta parte de la izquierda les trata con una superioridad moral. Esos no aparecerán en ningún videoclip. No vaya a ser que estropeen la estética de una industria cultural que sólo busca ganar pasta.

Lo de Rosalía no es apropiación, sino expropiación.

Lo que en el fondo está en debate es precisamente la idea de España. ¿Qué es España? ¿Qué España -como proyecto- queremos construir? ¿La que defiende Andrea Levy? La mía desde luego no. España se ha construido durante siglos y siglos sobre una identidad que ha operado como un rodillo frente a la otredad. El colonialismo ha sido el mejor instrumento para ello. Durante el franquismo, funcionó esa misma simbología para reforzar el mito nacional. Toros, la pureza del “español”, la superstición, el desprecio y la exotización de todo aquello que no encaja en ese proyecto (véase, lo gitano) y un largo etcétera.

Recordemos que con Franco el caló fue fuertemente perseguido, y se definió como “un idioma de vagos, maleantes y delincuentes, expidiendo a partir de 1943 una orden expresa de la Guardia Civil para perseguir y despiojar a los gitanos”. Pero la mística gitana le molaba. Al igual que el flamenco. Al igual que para Macron hoy el inmigrante que rescato a un niño en París trepando un edificio empezó siendo considerado un “sale noir” y cuando salvó al niño era francés.

Esos símbolos tenían como objetivo asociarlo a la unidad de la patria, por eso hoy no podemos obviar de una manera naif el papel que juegan esos símbolos en la sociedad y en esa construcción histórica de la idea de España. Gitanos, árabes, negros, afrodescendientes, latinos forman parte de nuestra identidad española: una identidad plural. Sobran las miradas desde el desprecio, la ridiculización y la invisibilización, y falta normalizar una identidad que en la calle es diversa, y que tiene en común un elemento que lo vertebra todo: la cuestión de clase; la desigualdad.

El problema es que mientras escuchamos a Rosalía, la extrema derecha está repartiendo comida sólo a españoles (ahí no entramos ni moras, ni gitanos, ni negros…). Mientras al otro lado en las 3.000 viviendas de Sevilla hay familias que no consiguen poner la mesa. En el fondo este artículo que no pretende golpear a Rosalía sino la narrativa que hay detrás, señala lo peligroso que puede resultar caer en la trampa de aplaudir esos tópicos sin entender lo que suponen como arma contra el “otro”.

Urgen debates donde hablemos de una España capaz de entender esto. Una España capaz de ofrecer un proyecto de país emancipador y que le hable no sólo a los universitarios de clase media, sino también a esos chonis, canis, traperos, gitanos entre tantos otros.

Ser iguales cuando la desigualdad nos perjudica y ser diferentes cuando la igualdad nos descaracteriza. Para eso no sólo habrá que ganar elecciones, sino también transformar la sociedad, para que se deje de atribuir elementos negativos a quienes formamos parte de España. Peleemos para que deje de resultar cool (y exótico) ver eso en videoclips y para que se deje de demonizar a los de abajo.