“La salud puÌblica está por encima de todo”. Cuando escuchamos esta frase en los inicios de la crisis de la COVID-19, nos quedamos atónitos, por el atrevimiento de la misma y por venir de quien venía. Algunos de nosotros llevamos décadas trabajando en salud pública, reclamando muchas veces sin éxito la implantación de políticas de probada eficacia para mejorar la esperanza y la calidad de vida de la población, y jamás se nos ha ocurrido pensar que la salud pública estuviese por encima de todo, porque no lo está. Hay valores superiores, que en ningún caso pueden estar por debajo de la salud pública, como la libertad, la justicia, la igualdad y el pluralismo político, consagrados en el artículo primero de nuestra Constitución y desarrollados en la sección primera del capítulo segundo, de los derechos fundamentales y las libertades públicas.
Esto no significa que no puedan restringirse de forma temporal algunas libertades puÌblicas por razones de salud puÌblica, en situaciones extremas como las actuales, siempre que las intervenciones sean efectivas, proporcionadas y se justifiquen adecuadamente ante la poblacioÌn. Este es el primer principio que justifica las acciones para defender la salud puÌblica. En presencia de cierto grado de incertidumbre, que es el terreno natural de la ciencia, en el que han de tomarse muchas de las decisiones para contener esta nueva pandemia, y ante graves riesgos para la salud de la poblacioÌn, podemos tener que aplicar medidas restrictivas de las libertades individuales si existen indicios razonables de su eficacia, aunque estos no sean concluyentes, por un principio baÌsico de precaucioÌn. Hasta aquiÌ nada que objetar, la respuesta global ante la crisis parece sensata y proporcionada, y la aplicacioÌn de medidas extremas de confinamiento en las primeras fases de la epidemia podriÌa justificarse por la falta de experiencia reciente en este tipo de intervenciones a escala poblacional.
Pero incluso cuando se actuÌa con la mejor de las intenciones, en cualquier crisis de salud puÌblica siempre existe el riesgo de aplicar medidas demasiado extremas, propias de un paternalismo que llamamos duro. Se trata de medidas que se toman por el propio bien de las personas, sin tener en cuenta sus opiniones y preferencias, desde la desconfianza de las autoridades en la ciudadaniÌa, con habilitacioÌn de mecanismos de control y represioÌn para combatir la âsupuestamenteâ inevitable irresponsabilidad ciudadana, en un exceso de celo injustificado.
Para evitar estas demasiÌas, en salud puÌblica contamos con otros dos principios fundamentales, el de necesidad y el de mínima vulneración o medios menos restrictivos. El principio de necesidad nos guarda de limitar las libertades individuales salvo en caso estrictamente necesario, porque no existan otras alternativas disponibles. Es el principio que han aplicado los paiÌses que han basado su respuesta en la identificacioÌn raÌpida y aislamiento de casos y contactos, como Corea del Sur o Taiwan, o los que cuentan con un sistema sanitario robusto, como Alemania, que les han permitido aplicar medidas suaves de confinamiento. Pero para eso es preciso disponer con antelacioÌn de un plan de respuesta adecuado, de los recursos necesarios para llevarlo a cabo y de un sistema sanitario puÌblico bien dotado, con margen de maniobra suficiente para responder en situaciones de emergencia o cataÌstrofe.
En descargo de muchos paiÌses, incluido el nuestro, cabe mencionar que los propios coreanos reconocen que el aprendizaje durante la experiencia del SARS les sirvioÌ para disponer de ese plan de respuesta y que en Taiwan hubo restricciones muy estrictas entonces, que prepararon a la sociedad para otra epidemia semejante, como la que nos golpea ahora.
El segundo principio, de miÌnima vulneracioÌn o de los medios menos restrictivos, al que todaviÌa debemos atenernos aun cuando el confinamiento haya sido necesario en muchos paiÌses, nos obliga a implantar las medidas de salud pública de forma que la limitacioÌn de las libertades individuales sea la miÌnima imprescindible. Y es aquiÌ donde uno echa de menos a los liberales de Madrid, sobre todo si consideramos que, tras un mes largo de confinamiento, las poblaciones madrileña y española han demostrado un alto grado de responsabilidad, que nada tiene que envidiar al comportamiento de la ciudadanía de otros paiÌses.
Hay actividades como el ocio al aire libre de forma individual y la salida controlada de los menores a la calle, acompanÌados por sus padres, que no suponen un riesgo significativo de transmisioÌn del SARS-CoV-2, y, en caso de que este exista, seriÌa mucho maÌs bajo que el de otras actividades no esenciales ya permitidas. Lo dicen muchos expertos, en base al conocimiento cientiÌfico disponible actualmente, y la AsociacioÌn MadrilenÌa de Salud PuÌblica se ha pronunciado recientemente en este sentido, recomendando el levantamiento de las medidas de confinamiento relativas a la praÌctica individual de ejercicio y la salida de menores acompanÌados de sus padres. ¿Es que nadie se pregunta por queÌ somos el paiÌs europeo con las medidas maÌs restrictivas, el que durante maÌs tiempo confina a los ninÌos en casa y prohiÌbe el ejercicio individual al aire libre, o por queÌ batimos el reÌcord de multas por incumplimiento del confinamiento en el contexto de una respuesta global ciudadana que podriÌamos calificar de ejemplar?
Hay muchas cosas que causan tantas muertes o más que el nuevo coronavirus, como el tabaco, la contaminación atmosférica, el alcohol, la obesidad y la alimentacioÌn no saludable, por no hablar de las enfermedades desatendidas u olvidadas, como la malaria o el dengue, olvidadas para nosotros, porque en los paiÌses donde causan los mayores estragos las tienen muy presentes. Y hay muchas poliÌticas de salud puÌblica que pueden aplicarse para promover la salud de la poblacioÌn y prevenir o posponer la aparicioÌn de muÌltiples enfermedades âno vamos a anÌadir “salvar vidas”, esa expresioÌn la dejamos para los poliÌticos populistas de uno y otro signoâ. Medidas que los cientiÌficos, expertos de salud puÌblica y la OrganizacioÌn Mundial de la Salud llevan mucho tiempo recomendando, tanto como el que la mayoriÌa de los gobiernos llevan ignorando.
Y eso pese a que se trata de intervenciones muy rentables (coste- efectivas), que no solo no restringen las libertades individuales, sino que, en muchos casos, las promueven, al aumentar la capacidad de las personas para elegir libremente su modo de vida, mediante la toma de decisiones bien informadas y libres de influencias ajenas interesadas. Entre estas medidas de salud puÌblica, muchas de ellas promotoras de la libertad individual, que toda democracia liberal aspira a promover y que brillan por su ausencia en nuestro medio, cabe mencionar el control de la publicidad encubierta del tabaco y el alcohol, programas de ayuda para dejar de fumar, poliÌticas de precios para promover una alimentacioÌn saludable, poliÌticas de promocioÌn del transporte activo y disuasorias del transporte contaminante, sistemas de informacioÌn faÌcilmente interpretativos, promocioÌn de una oferta alimentaria saludable en centros sanitarios, deportivos y educativos, regulacioÌn de la publicidad de alimentos y bebidas no saludables dirigida a menores, etc. etc.
La salud pública no estaÌ por encima de todo, pero es un bien valioso que conviene preservar. Contrariamente a lo que se suele pensar, la defensa de la salud puÌblica raramente colisiona con las libertades individuales; maÌs bien al contrario, las poliÌticas de salud puÌblica tienden a proteger la libertad individual, y en particular la de los menores, al promover el libre desarrollo de su personalidad en un entorno exento de influencias ajenas interesadas y perniciosas. AdemaÌs, disfrutar de un buen estado de salud es uno de los requisitos necesarios, como tener cubiertas el resto de necesidades baÌsicas, para el pleno disfrute de los derechos y libertades consagrados en nuestra ConstitucioÌn. Si la salud puÌblica importa de verdad, hay que dejar a un lado las frases grandilocuentes y demostrarlo con los hechos.