Desde los 80 del siglo pasado llevamos sufriendo un cambio de ciclo basado en una globalización que no hace más que agudizarse. En este sentido, de la misma manera que desde el siglo XIX el sindicalismo de clase es protagonista en la lucha contra las desigualdades, conquistando derechos sociales y laborales, el debilitamiento del sindicalismo viene acompañado de un aumento de la pobreza, empeoramiento de las condiciones de empleo y retrocesos en las libertades sociales. De ahí la importancia de que el sindicalismo se reinvente y consiga de nuevo capacidad de influencia.
La época dorada de los sindicatos coincide con el modelo de los centros de trabajo fordistas, espacios propicios para la afiliación y la acción sindical: empleo estable, condiciones genéricas de trabajo y posibilidades de mejora laboral.
En aquellos tiempos, el enemigo era el sistema capitalista. Sin embargo, junto al proceso de globalización el capitalismo experimenta un proceso de mayor liberalización, convirtiéndose en un sistema económico especulativo y salvaje, que se expande en un afán de lucro que se desentiende de los derechos humanos, entre ellos los laborales, y de la protección del medioambiente.
La economía y las empresas, principalmente las multinacionales verdadero motor de este cambio, llevan actuando desde hace décadas en un marco global, mientras que, a pesar de algunos avances significativos, el sindicalismo sigue fundamentalmente anclado en el ámbito nacional. Como consecuencia, pierde una gran parte de su capacidad de intervención.
Hoy en día, en nuestro mercado de trabajo, encontramos a trabajadores y trabajadoras en paro, precarios, falsos autónomos, a domicilio, pymes y micropymes, subcontrataciones, etc… Así, ante la inmensa diversificación de las condiciones de empleo es muy complicado organizar la acción colectiva en la que se sustenta gran parte del trabajo sindical. Es decir, no todos los trabajadores tienen la oportunidad de participar en esta acción colectiva, para muchos supone un riesgo muy importante y, además, dada la breve permanencia en la empresa los logros obtenidos no son duraderos para dicho trabajador. El neoliberalismo ha cambiado las reglas del juego y el sindicalismo de clase va por detrás con una capacidad de adaptación poco desarrollada.
Ante esto es importante apuntar que en los países más avanzados el segmento principal del sindicalismo pierde su conformación tradicional: obrero masculino de proceso manufacturero. Ahora está formado, cada vez más, por trabajadores y trabajadoras de sectores de servicios públicos y privados.
Sin embargo, lo más grave es que los sindicatos no estamos incorporando entre nuestras filas a un ritmo adecuado a los trabajadores y trabajadoras de segmento secundarios del mercado laboral: temporales, precarios, inmigrantes, de subcontratas, pymes y micropymes, autónomos y “freelance” etc, que en general cuentan con peores condiciones de empleo y son por tanto, los que más necesitan de la acción sindical. Así como de forma muy destacada los jóvenes que son los trabajadores y trabajadoras de los próximos 40 años, como así lo eran los que en su momento lucharon por traer la democracia y un marco de relaciones laborales democráticas a nuestro país
Por todo ello la cuestión es si los grandes sindicatos vamos a ser capaces de ampliar nuestras organizaciones con toda la diversidad existente en el mundo del trabajo y adaptarnos a las reglas del juego impuestas unilateralmente por el neoliberalismo. La respuesta sólo puede ser un: Sí.