Hace apenas unas semanas se firmaba el acuerdo entre el Partido Socialista y Sumar, y la alegría de muchos se reflejó en las redes sociales. ¡Por fin hay acuerdo entre formaciones progresistas! Pero también, al mismo tiempo, se manifestaban duras críticas por todas las ausencias temáticas en el documento, con muchas y muchos que tenían el texto ya preparado para sacarlo del horno a 280 grados. Y, entonces, muchas personas me escriben a través de las redes sociales.
Como siempre, y es habitual en mí, contesto a todos los mensajes e intento hacer pedagogía, porque esa es mi forma de hacer política; pero no podía negar el dolor que me atravesaba por dentro, la impotencia y la rabia que otras muchas y muchos sentían ese día. Eso sí, en mi caso, el proceso de incertidumbre de más de tres meses llegaba a su fin. Las cartas estaban sobre la mesa y, por mucho que mis cartas me importaran mucho a mí, no eran una línea roja para los otros 349 diputados y diputadas de la Cámara del Congreso.
Puede que esto parezca algo lógico para muchos que están muy implicados en la política nacional, para los que ésta es una agenda de prioridades; pero era algo complejo para una diputada novel, con apenas experiencia parlamentaria y con muchas representatividades que atraviesan quién es. En el acuerdo no figuraba ni una sola mención al Sahara Occidental, ni tampoco medidas tan importantes como la iniciativa RegularizaciónYa.
Supongo que es muy probable que el resto de las diputadas y diputados también se hayan sentido, en algún momento, como yo porque, al final, todas y todos, en la casa de la soberanía popular, representamos a un electorado. Pero, a diferencia de muchos, yo, activista de origen saharaui, había llegado a la política institucional para defender los derechos humanos, y suponía un gran “fracaso” que mis demandas no figurasen en el acuerdo.
Se suele decir que un acuerdo es una serie de puntos en los que las partes llegan a un consenso, y que todo lo que no figura es porque no se ha logrado una aceptación mutua. Así es como lo expresan los entendidos de la política, pero es algo muy complejo de trasladar a un electorado que ve en ti a un referente de su propia lucha. Es complejo para una saharaui formar parte de un Gobierno en el que la otra alma niega la existencia de su pueblo y busca contentar al ocupante. Es complejo para una saharaui no sentir impotencia cuando su pueblo lleva más de 50 años resistiendo. Es complejo para una saharaui que ha criticado tan duramente a Pedro Sánchez fuera de la institución. Es complejo para una persona migrante que ha sufrido tanto racismo institucional y violencia burocrática: 24 años para obtener la ciudadanía, vivir en un limbo legal desde que nací porque España no reconoce mi origen… Es complejo sentir que llevas a la espalda tantas luchas y que no consigues alcanzar lo que desde fuera se te exige.
Y es entonces cuando surge la segunda voz que reside en ti, la que es pragmática, con la mente fría, capaz de contar hasta diez y buscar una solución; la que es capaz de aguantar el chaparrón aunque, a veces, sea injusto. Puede que eso sea lo mejor que aprendí siendo ingeniera, hasta hace apenas unos meses. Y es que, como dice siempre mi hermano, “Roma no se hizo en un día”. Puede que los episodios estresantes –como los de los cierres de la banca– sean ahora mi día a día y que, entonces, ser activista y política sea más complejo de lo que pensaba.
Puede que cuando accedí a ir en una lista electoral no supiera la cantidad de contradicciones y sacrificios que tenemos que hacer cuando institucionalizamos nuestro activismo, pero ahora me pregunto, ¿tenía opción de no ser política? Lo cierto es que sigo pensando que no, que no tenía otra opción. Que quienes creemos firmemente en transformar la institución ocupando espacios como la única manera de cambiar las cosas tenemos que asumir el reto de entrar y hacer resistencia; que, como mujeres y migrantes, ese espacio también es nuestro y ocuparlo es un acto de responsabilidad y ejemplaridad para las generaciones futuras, que no nos perdonarían empezar siempre una y otra vez; no nos perdonarían ser cobardes y no atrevernos
Aquel día me llegaron mensajes de varios paisanos –en su mayoría hombres– y uno de ellos me llevó a una profunda reflexión acerca de lo complejo que sería hacer política. El mensaje decía así: “Vota que NO a Sánchez y tendrás el respeto de tu pueblo, y serás la portada de los libros de Historia”, a lo que respondí: “Las mujeres no solemos ser la portada de los libros de Historia”. Aunque duela, sabemos que es cierto. Nosotras comprendimos el feminismo como movimiento político transformador capaz de construir política por la paz y de respeto a la existencia. Luego, cada una de nosotras hemos intentado ponerle apellidos, pero, al fin y al cabo, lo más importante para mí es poder decir que mi lucha, sobre todo, es feminista. Porque lo que sufrimos las mujeres en la política, en el activismo y los espacios de poder solo es una demostración clara de lo necesarias que somos ocupando espacios para educar a nuestras hijas e hijos para un futuro más justo y coherente.
Otros mensajes que recibí eran con la típica frase: “Te han utilizado, aunque sé que eres una gran persona”. Reducir todo mi trabajo a esa frase siempre me ha parecido una falta de respeto, con cierto poso, incluso, de tintes coloniales –por no hablar de la condescendencia patriarcal hacia una mujer joven a la que tratan como a una niña inocente–. Comprendo que esa lectura victimista de mi persona es una forma de perdonarme y justificar mi presencia en la institución, porque es más complejo comprender que soy capaz de llevar procesos de negociación interna para lograr cambiar la vida de la ciudadanía, porque muchos y muchas siguen sin aceptar que los migrantes también damos un puñetazo sobre la mesa cuando hay que darlo. Somos plenamente conscientes de lo fácil que es que nuestras voces se vean apagadas; por eso sabemos que necesitamos más como nosotras dentro para que nuestra agenda logre ser una línea roja
Lo cierto es que las negociaciones de un acuerdo de gobierno entre formaciones como Sumar y el PSOE, con algunas líneas ideológicas similares y otras totalmente dispares, son un proceso complejo. La mención al Shara Occcidental o muchas medidas migratorias estuvieron en el documento desde el principio, pero no hemos tenido éxito para que figuraran en el acuerdo final. No obstante, he de aclarar que no por ello hemos tirado la toalla con el Sahara o con las cuestiones migratorias.
Hoy, días después de la presentación de ese acuerdo que nos dejó con tan mal sabor de boca, hemos pactado una batería de medidas que harán más fácil la vida a la población saharaui, dándonos un balón de oxígeno para reforzar a la sociedad civil saharaui y al movimiento solidario de apoyo al Sáhara Occidental, y siempre con la descolonización del territorio como objetivo. Es posible que esto suene a papel mojado para un pueblo que el Estado español ha abandonado durante estos 50 años y al que ya han prometido tanto; es por eso que yo no me atrevo a hacer promesas. Porque sé que, como yo, todo el pueblo saharaui hemos construido un armazón de tortugas para seguir resistiendo, y es por ello que tenemos que interiorizar que estar en la institución también puede convertirse en otra forma de resistencia.
Estoy segura de que, durante esta legislatura, podremos lograr grandes cambios sociales para nuestra ciudadanía. No solo habremos frenado la ultraderecha y la derecha, con sus políticas neoliberales; sino que estoy segura de que este barco, que ya zarpó el pasado 23 de julio, puede traer una legislatura larga y estable. Esto es lo que le debemos a la ciudadanía y, por ello, no podemos permitirnos la irresponsabilidad de una repetición electoral.
Estoy orgullosa del trabajo invisible que construye confianza, y hoy cruzo la puerta del Congreso de los Diputados con la intención de votar Sí a la investidura, consciente de lo que supone. Pero, dentro de este enorme palacio cargado de Historia, el compromiso que muchas mantienen con las causas migrante y saharaui me hacen sentir que no estoy sola. Lo que hoy parece un punto y aparte, os lo aseguro, es un punto y seguido: un paso intermedio hacia la autodeterminación del Pueblo Saharaui.
Llego a la Cámara. Me siento en mi escaño. Respiro. Yo ya estoy dentro. Y pronto, seremos muchas más.