Desde que se pusiera en marcha todo el operativo del Gobierno de los Estados Unidos y algunos aliados para la ayuda a Venezuela y conforme se acerca el que ya algunos llaman el día 'D' (23 de febrero), se han ido consolidando algunas certezas, pero al mismo tiempo acrecentando los riesgos de que ese día culmine con un estallido de violencia que algunos parecen desear.
Desde una perspectiva humanitaria, no podemos desconocer ese riesgo y el mayor daño que el uso político de la ayuda pueda tener y, por ello, en una lógica de prevención de la violencia y tratando de que pueda primar una cierta cordura, me atrevería a plantear lo siguiente:
1) La situación en la que vive la población venezolana en materia de salud y de los problemas generados por el desabastecimiento, especialmente de medicamentos, es inaceptable. Se usen los términos que se usen, y no es ahora el momento de debates nominalistas, los efectos sumados de políticas públicas ineficientes y de decisiones de bloqueo internacional han ocasionado una situación que pone en peligro la vida digna de numerosos sectores de la población venezolana. Muy especialmente de los sectores populares.
Venezuela fue incluida por vez primera este año dentro de los Llamamientos Coordinados de la ONU pensando, especialmente, en la población que ha huido del país más que en la del interior. Pero la situación se ha ido degradando rápidamente dentro del país.
Esta realidad está siendo reconocida de facto por el propio gobierno de Nicolás Maduro al aceptar envíos de medicamentos y otro tipo de ayuda de Rusia esta semana. También ha sido reconocida en algunas entrevistas del ministro de Exteriores venezolano Arreaza en la sede de Naciones Unidas en Nueva York. Nadie en estos momentos niega la gravedad de la crisis y la necesidad de abordar sus consecuencias en materia de salud, alimentación y también, como ha destacado Amnistía Internacional, derechos humanos. Al margen del análisis de las causas, negar la evidencia de la crisis es, simplemente, por decirlo fino, miopía. Ya sea por encontrarse contra las cuerdas, por oportunismo para tomar aire, o por convicción, el gobierno de Maduro ha modificado su posición en estos últimos días. Y eso es una oportunidad para trabajar en beneficio de la población.
2) La operación de ayuda emprendida fundamentalmente desde Colombia mediante el acopio de suministros enviados por el Gobierno de EEUU no puede considerarse de carácter humanitario. Los fines son claramente políticos y cada hora que pasa eso es más claro: visitas de políticos de muchos países para salir en la foto, utilización de la ayuda para presionar, cuando no amenazar, a los militares venezolanos si se oponen a su paso, declaraciones cada vez más directas sobre esa politización por parte de los líderes opositores. Hasta organismos humanitarios habitualmente discretos en sus declaraciones como el Comité Internacional de la Cruz Roja (CICR) y el conjunto del Movimiento de Cruz Roja han dejado claro desde el inicio esta cuestión: no se trata de ayuda humanitaria.
Naciones Unidas se está comportando de modo muy timorato y tanto en Colombia como en Venezuela su silencio es clamoroso. Pero el secretario general, António Guterres, y su portavoz, Stéphane Dujarric, han venido repitiendo la necesidad de “despolitizar la ayuda humanitaria”. En ambos países la ONU ha adoptado un perfil bajo en espera de cómo evolucionen los acontecimientos. El célebre “too Little too late” convertido ya en mantra del organismo. El Foro de ONG humanitarias de Colombia también ha abogado claramente por el cumplimiento de los principios humanitarios y se ha apartado de participar en la operación en la frontera de Cúcuta.
En cualquier caso, dada la magnitud de las necesidades de medicamentos y alimentos en todo el país, lo contenido en los centro de acopio en Cúcuta representaría, en el mejor de los casos, una cantidad mínima de suministros.
3) La larga duración de la crisis en Venezuela ha hecho que existan en el interior del país muchas organizaciones con capacidad técnica para el trabajo humanitario con criterios no politizados. También existen muchas que vinculan su trabajo a la política de un modo, en ocasiones, obsceno. Cualquier trabajo verdaderamente humanitario en el interior del país debe hacerse alentando la participación de las primeras. Algunas agencias de Naciones Unidas como la Oficina de Coordinación de Asuntos Humanitarios (OCHA) o la Organización Panamericana para la Salud (OPS), en colaboración con ONG nacionales e internacionales, llevan tiempo mapeando la situación, estableciendo prioridades sectoriales y geográficas (quién hace qué y dónde en la jerga de la ONU). No contar con estos esfuerzos y querer poner al frente de cualquier cuestión vinculada con la ayuda a líderes políticos absolutamente sesgados o a voluntarios incorporados por motivos ideológicos, es una irresponsabilidad que atenta contra un planteamiento mínimamente ético de la ayuda.
4) El riesgo de que el sábado, con festivales tumultuosos anunciados a ambos lados de la frontera para el día anterior, la situación desemboque en extrema violencia es real. Nadie sabe qué puede pasar y, si algunos sueñan con una situación tipo muro de Berlín en que se produce un cambio sin oposición, la mayor parte de analistas prevén lo contrario. La movilización de voluntarios desde el lado venezolano, la presencia de líderes políticos absolutamente polarizados en ambos bandos y, sobre todo, el imprevisible comportamiento del ejército venezolano, son factores de riesgo incuestionable. La presencia de militares estadounidenses junto con sus homólogos colombianos al otro lado tampoco es muy tranquilizadora.
Con estas cuatro variables en mente ¿qué se puede proponer aun sabiendo que puede ser un brindis al sol?
Presionar a las Naciones Unidas y a su secretario general, António Guterres, para que cumpla con su misión y hagan todos los esfuerzos posibles para prevenir una escalada del conflicto y la violencia. Eso supone tener interlocución y liderazgo con el Gobierno de Venezuela, pero también con los de Estados Unidos y los países limítrofes para que se produzca esa cacareada “no politización de la ayuda”. La ausencia de Guterres en la reunión del Consejo de Seguridad del pasado 26 de enero sobre Venezuela ha sido muy criticada. Y también lo ha sido su encuentro bilateral con Arreaza. Algunos analistas sugieren utilizar el principio de 'Responsabilidad de proteger' para forzar la entrada de ayuda. A mi juicio, no se dan las condiciones, pero sería una buena oportunidad para debatir sobre ese famoso principio que surgió, precisamente, para establecer criterios claros por parte de la comunidad internacional sobre los límites de la soberanía, pero también de la intervención exterior.
En este diálogo, países que no han reconocido el gobierno de Guaidó y que han apoyado el diálogo como México o Uruguay deberían jugar un papel relevante, al menos llamando a la tranquilidad a los líderes de ambos bandos.
Desde la perspectiva humanitaria, la ONU, en colaboración con la Cruz Roja, Cáritas y el conjunto de ONG deben presionar para que la ayuda que ya está almacenada en Cúcuta y otros lugares no sea utilizada de manera política y pueda ser distribuida con criterios de imparcialidad y rigor profesional. Evidentemente, como han hecho hasta ahora, si no se dan estas condiciones y se produce el caos o el “circo humanitario” como algunos prevén, su participación estará desaconsejada.
Las perspectivas de lo que pueda pasar el sábado respecto de la ayuda humanitaria para Venezuela no son optimistas. Nada parece indicar que los suministros almacenados en la frontera puedan pasar y, si pasan, nada indica que sirvan para paliar las necesidades para las que supuestamente se enviaron. Además, los riesgos de que con la coartada de la ayuda se provoquen otros efectos negativos, existen. Pero aunque solo sea por mero corporativismo humanitario, los que creemos que la acción humanitaria debe seguir representando uno de los más valiosos esfuerzos de la humanidad contra el sufrimiento y, por tanto, defenderse contra la manipulación, debemos decirlo.
Francisco Rey es codirector del Instituto de Estudios Sobre Conflictos y Acción Humanitaria (IECAH) y ha trabajado durante años en Cruz Roja