Termina el año con una gran ola de movilizaciones, huelgas y manifestaciones con el fin de reclamar acción, decisión y voluntad por parte de la administración y las instituciones para que mejore la situación de las médicas y médicos en todo el territorio nacional.
La pandemia, que tensó la ya maltrecha realidad que soportábamos, nos ha llevado a una carencia crónica de recursos por falta de planificación e inversión adecuadas y a un incremento de la eventualidad entre las plantillas, impidiendo la necesaria relación estable entre médico y paciente: la longitudinalidad en atención primaria es un factor de protección de la salud. Echamos de menos iniciativas para la retención del talento, que provoca que nuestros especialistas emigren al terminar la formación MIR a otros países, donde les ofrecen mejores condiciones laborales y profesionales.
Y todo esto conforma la tormenta perfecta que amenaza con llevarse por delante uno de los pilares fundamentales de nuestro estado de bienestar y el modelo de equidad y universalidad del que nos hemos sentido tan orgullosos durante décadas.
La profesión médica se apoya, además de en la ciencia, en los valores (respeto, responsabilidad y mantenimiento de las competencias, entre otros) y la deontología. Esto constituye el profesionalismo médico, el compromiso de calidad, seguridad y eficiencia de los servicios médicos que proporcionamos a los ciudadanos y que avala la confianza que la sociedad pone en nosotros.
Y son estos principios los que convierten en un deber ético alertar sobre situaciones como la actual e insistir en que las soluciones no se pueden tomar de espaldas a los médicos. Reclamamos mayor participación en la toma de decisiones y nos ofrecemos como asesores por nuestra experiencia y responsabilidad en los temas asistenciales, docentes y de investigación.
Por eso salimos a la calle armados con batas y fonendos, como ya lo hicimos antes y como lo haremos cuando sea necesario, porque no habríamos aprendido nada si volvemos a la “vieja anormalidad”, con soluciones cortoplacistas y sin afrontar un cambio estructural profundo y consensuado que todos nos merecemos.