Vengo de hacer una ronda virtual con ocho Presidentes y Directores Generales de empresas grandes y medianas; les he preguntado cómo están capeando el temporal. Se trata de una muestra sin validez estadística, pero sí anecdótica, que es la que nos interesa en nuestro día de cada día.
Todos coinciden en que nunca antes habían trabajado tanto; y no se trata de horas, porque ya le echaban casi todas las del día; sino de intensa concentración, donde las pérdidas de tiempo se reducen drásticamente. La tecnología nos ha permitido el don de la ubicuidad y la asincronía: no hay límite a las reuniones alrededor del globo y del reloj.
Han descubierto que todos los viajes no eran tan necesarios, ni tampoco todas las comidas, ni infinidad de reuniones presenciales. Se hacían demasiados recados en avión; aunque fuese en inglés tampoco muchos justificaban el esfuerzo y el gasto que conllevaban. Quizá en el futuro impere la sensatez y se recorten a la mitad; incluso en muchos casos con un 30% sea suficiente. Es una obviedad que el trabajo remoto no sustituye la relación personal, tan decisiva en los comienzos y en otras determinadas circunstancias; no obstante, hoy ya sabemos que la puede complementar estupendamente.
Esta tremenda sacudida que supone no poder salir de casa durante semanas va a podar muchas cosas de las agendas directivas, que, como las ramas cortadas en otoño, permiten al árbol crecer con mayor robustez en la primavera. Esta extraña situación también va a contribuir a que pensemos más, porque como decía Ortega y Gasset: “para pensar hay que pararse a pensar”. El virus nos ha parado físicamente, pero no ha inmovilizado ni la inteligencia, ni la voluntad, ni tampoco la creatividad. Sin embargo, nos está ayudando a nuestro pesar a priorizar de verdad: primero, lo que va primero, que siempre son las personas. El reto futuro consistirá en no olvidarlo.