Del trabajo al teletrabajo, y vuelta

Guido Stein

Profesor del IESE —

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Ya llevamos un mes trabajando a distancia. Quien más, quien menos se ha hecho una idea real de qué supone llevar a cabo la jornada laboral de modo remoto, en casa, rodeado por sus seres queridos, en un clima de confinamiento, y usando la tecnología digital a lo que da.

Hoy sabemos mucho más que hace un mes acerca de lo que supone no tener que ir a tu empresa, sino quedarse en la misma habitación donde se había dormido, sin cortes entre trabajo y lo demás, y así jornada tras jornada; de igual modo, que un día sí y otro también compatibilizamos sincrónicamente responsabilidades profesionales y familiares; nunca antes habíamos entremezclado tanto niños, clientes, compañeros, jefes y cónyuges o parejas, sin solución de continuidad. Al estar en casa, parece que todo vale: ¿corremos el riesgo de que ni familia ni trabajo?

Me atrevo a profetizar que cuando se levante el confinamiento vamos a salir corriendo al curro de siempre, con la añoranza propia de los seres humanos, que no son robots: ¿será posible que echemos de menos al colega pesado o al jefe cañero?

En cualquier caso, el teletrabajo ha venido para quedarse. Mis alumnos y clientes me ilustran sobre los pros y los menos pros, que habrá que ir tuneando, del trabajo transformado más por virus de marras que por la transformación digital.

“El principal problema –me reconoce el director de un periódico digital- es la tensión psicológica de estar todo el día en casa -aunque más que del teletrabajo es del confinamiento-. La gente no rompe entre ocio y trabajo como cuando sale de la oficina y esto nos está llevando a jornadas demasiado largas y que, en ocasiones, queman a la gente. Lo estamos solucionando forzando a desconectar y descansar”. El vicepresidente para Europa y África de una multinacional de telecomunicaciones ha introducido el “virtual coffee” semanal para su equipo de directores de cada país, en el que está prohibido hablar de trabajo, con el fin de fortalecer los vínculos personales que la distancia debilita.

“Las diferencias de todo tipo se agudizan con el teletrabajo, -me dice un fabricante de línea blanca-; los malentendidos emergen sin control. Es mucho más difícil que el interlocutor entienda lo que el emisor quiere decir. Estamos trabajando con un partner de Vietnam, lo que llevaría una reunión presencial ahora requiere media docena de zooms. En general, todas las decisiones se vuelven más lentas y parece que entras en un bucle de conference calls a varias bandas, en las que la eficiencia no es algo evidente”.

“La verdad que nosotros –me dice una joven directiva de una empresa multinacional de tecnología que nos cambió la vida- ya estábamos súper acostumbrados a teletrabajar desde cualquier sitio, pero nuestros clientes, no y se están dando cuenta de que también pueden, aunque aún les queda camino. Algunos nos preguntan cómo pueden controlar el trabajo de sus empleados (aquí viene una interjección malsonante) mientras que no empiecen a pensar en que la medida del éxito del trabajo es cumplir los objetivo y no las horas laborables, les va a seguir costando, pues va sobre todo de un profundo cambio cultural”.

“Me he dado cuenta de que cambia el tipo de liderazgo –confiesa el CEO de un banco-. Liderar en remoto requiere de otro tipo de habilidades a las que te tienes que enfrentar. El liderazgo físico es algo en el que la personalidad tiene un alto componente. Ahora cobra mucha relevancia cómo dices las cosas, la energía con la que lo expresas y, sobre todo, la claridad y contundencia. Debes ser consciente que te has convertido en un holograma, y eso no ayuda a fomentar el sentido de pertenencia, ni la pasión por los colores de tu equipo”.

La pandemia ha distorsionado muchas cosas. Está en nuestras manos recuperar el tono que nos ayuda a dar la mejor versión de nosotros mismos, a la postre somos hijos de nuestras obras. La transformación digital es un medio, potente, pero medio para un fin que hemos de renovar: el trabajo.