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Trump y las minas: un mundo más inseguro

Las minas antipersona causaron 6.900 muertes en 2018, casi el doble que en 2014

Jordi Armadans

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Una de las características más llamativas, y francamente inquietantes, de Trump es su habilidad para cargarse algunas de las pocas cosas que se han hecho bien en la promoción de seguridad global. La salida de Estados Unidos del pacto que limitaba el programa nuclear iraní (que, de momento, ha conllevado que Irán deje de cumplir con las limitaciones previstas) es quizá la más llamativa. Pero acabamos de conocer otra: eliminar la prohibición de usar minas antipersona por parte de las Fuerzas Armadas de Estados Unidos.

Un duro golpe al Tratado de Ottawa que prohíbe las minas antipersona desde 1997. Considerado un hito de la movilización de la sociedad civil y de los esfuerzos diplomáticos en el ámbito de la paz, el anuncio de Trump puede debilitar un proceso de desarme que, además de referente, ha sido útil y muy efectivo en la reducción de una amenaza sangrante.

Pero vayamos por partes.

La crueldad de las minas antipersona

Durante la Segunda Guerra Mundial empezó a usarse una variante de la mina antitanque: una mina que explotaba por el contacto de una persona. Las minas antipersona no pretendían tanto matar como herir, para generar más frustración en las víctimas, más carga en la comunidad y más gasto en salud.

Su bajo coste y su fácil manejo, la convirtieron en un arma muy usada en muchos conflictos. Minar era fácil, desminar costoso, humana y económicamente. Así que, una vez terminado el conflicto armado, persistían zonas minadas. Hoy en día, aún se registran víctimas por minas 'sembradas' hace décadas.

Por todo ello las minas antipersona fueron consideradas como un arma especialmente cruel y dañina, de impactos indiscriminados y que afectaba, de forma principal, a la población civil.

La prohibición de las minas, un tratado icónico

Las dos últimas décadas han sido especialmente activas por lo que respecta a desarme. Al margen del régimen de las armas de destrucción masiva, los Estados siempre fueron reticentes a dejarse limitar sus arsenales de armas convencionales y siempre consiguieron –con la inestimable ayuda de la industria militar frenar los diversos intentos de desarme.

Sin embargo, fruto del trabajo de las ONG -con la complicidad de algunos Estados- en 1997 se consiguió algo que parecía imposible: un tratado que prohibía las minas. Muchas cosas posteriores (tratado bombas racimo, tratado comercio armas, etc.) no se pueden entender sin el ejemplo e impulso de las minas. Un activismo reconocido por el Nobel de la Paz: en 1997 premió a la Campaña contra las minas (ICBL) y en 2017 a la Campaña contra las armas nucleares (ICAN).

Estados Unidos: fuera y dentro del Tratado

Estados Unidos, pese a la voluntad inicial de Bill Clinton, nunca fue miembro del tratado de prohibición de las minas que, hoy en día, agrupa a 164 países. Sin embargo, en 2014 Obama decidió asumir en la práctica sus obligaciones. EEUU ha sido, también, uno de los principales donantes mundiales en proyectos de desminado y tratamiento de víctimas.

Un tratado útil, una irresponsabilidad máxima

La irresponsabilidad de Trump es clamorosa cuando se ven los cambios producidos por la existencia del tratado.

Antes del tratado, 50 países eran productores y había 160 millones de minas antipersona en todo el mundo. Su uso provocaba decenas de miles de víctimas al año. Hoy, después de 20 años de Tratado, solo 11 países no han prohibido su producción (lo que no quiere decir que las produzcan), se han reducido en más de 100 millones las existencias de minas y su uso está documentado en pocos conflictos. Lo más importante: las cifras de víctimas se han reducido notablemente. Pero para evitarlas totalmente, queda mucho por hacer: conseguir la prohibición total e invertir mucho más en desminado y asistencia a víctimas.

Prohibir las minas es algo necesario desde una visión humanitaria y de seguridad. Y el Tratado de Ottawa, un instrumento que ha permitido enormes avances en la reducción del sufrimiento humano causado por las minas. Torpedear el tratado y la prohibición, es abrir la puerta a más y mayores sufrimientos.

Bekele Gonfa, víctima y activista de la Campaña, lo señala con precisión: “Es una noticia extremadamente triste escuchar a los líderes de Estados Unidos denunciar un tratado que salva vidas y que ha sido adoptado por la mayoría del mundo”.

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