¿Queremos erradicar el terror?
París. Viernes por la noche. Un nuevo zarpazo de barbarie. Seis ataques coordinados, disparos indiscriminados, 129 muertos, 300 heridos, 99 en estado crítico. Desolación. Impotencia. Terror.
Lo primero que hay que hacer es llorar las víctimas. 129 personas han visto truncadas sus vidas y sus esperanzas. Y solidarizarse con sus seres queridos: centenares de familiares y amistades estarán sufriendo el sinsentido de una muerte criminal.
No le pongamos peros. Esos ciudadanos de París han muerto salvajemente, injustamente, en manos de gente enloquecida por el fanatismo y la ignorancia. No debería haber sucedido, bajo ninguna circunstancia. Ninguna razón, sea la que sea, puede justificar un acto criminal así.
Debemos hacer todo esto. Pero también algo más.
Nos toca pensar y analizar. Determinar y proponer. Evaluar y actuar. Mirar para entender por qué estas barbaridades se producen. Procurar actuar de manera que no vuelvan a producirse. Dejar de hacer lo que puede alimentar que se reproduzcan. No hacer lo que el terrorismo yihadista busca que hagamos.
El terrorismo yihadista (primero Al Qaeda, luego Estado Islámico –Daesh de ahora en adelante- y multitud de otros colectivos) lleva años creciendo en número de grupos, acciones, nivel de brutalidad y facilidad para conseguir nuevos adeptos. Crece su importancia y, sobretodo, su impacto e influencia.
Sin duda, el principal alimento del yihadismo es el discurso del odio. Por ello, sacrificar -por una supuesta lucha más efectiva contra el terrorismo- los valores del diálogo, la paz, la tolerancia y los derechos humanos, sería un grave error. Y la primera victoria del yihadismo.
Daesh busca que el virtual choque de civilizaciones se haga realidad. Y para ello es fundamental que la delicada cohesión de las sociedades europeas salte por los aires. La islamofobia, además de una respuesta absurda (la mayoría de víctimas de Daesh son otros musulmanes) sería la segunda victoria del yihadismo: precisamente es lo que busca, que muchos ciudadanos europeos de ascendencia musulmana vean el extremismo como única salida.
Decenas de miles de personas se sienten atraídas por esos discursos extremistas y, sobretodo, por la expectativa de nueva realidad que le ofrece Daesh. Es vital cortocircuitar esa conexión. Pero no siempre nos damos cuenta que el desastre, la injusticia y el caos de este mundo –del que participamos y sacamos tajada- pueden ser factores que faciliten el tránsito de mucha gente hacia el extremismo violento.
Condenamos el sectarismo, la intolerancia y el racismo existente en el discurso y la práctica de Daesh. Pero a veces nos olvidamos que en toda Europa las proclamas xenófobas, simplistas y que criminalizan al inmigrante y al diferente encuentran cada vez más eco social. Y que muchos partidos e instituciones, para mirar de contener ese crecimiento, copian y reproducen esos discursos, dándoles así aún más credibilidad, legitimidad y resonancia.
Nos extraña que haya gente que no encuentre otra salida que el extremismo violento. Pero no nos damos cuenta de que, a veces, nuestras políticas exteriores no dejan demasiadas salidas: dejamos pudrir situaciones de tensión, damos apoyo a regímenes impresentables, intervenimos en conflictos con intereses cortoplacistas y nos desprecoupamos del inmenso drama que generan a miles, centenares y a veces a millones de personas que los sufren. Y, finalmente, cuándo vienen a nuestras fronteras, huyendo de la violencia, les cerramos las puertas.
Condenamos la extrema violencia de Daesh, pero participamos de una cultura de la violencia que implica un gasto militar desorbitado y ofrecer respuestas militares, a menudo con estúpida sobreactaución, a problemas que demandan soluciones políticas.
Nos preocupamos de la pujanza de Daesh pero mantenemos como aliados a regímenes que han tolerado, facilitado y permitido el desarrollo económico, armado y reclutativo de Daesh. Regímenes que hacen políticas represivas y discriminatorias, que cortan todas las salidas de expresón política, que discriminan a colectivos y que frustran los anhelos de mucha gente joven.
Nos extrañamos de que Daesh disponga de suficientes recursos económicos e incluso comercie, pero olvidamos que vivimos en un mundo que permite, tolera y practica laeconomía criminal y los paraíses fiscales.
Abominamos de las atrocidades cometidas con armas pero hemos tardado 20 años a adoptar un Tratado sobre el Comercio de Armas (TCA) que, de cumplirse, debería impedir el acceso al mercado de armas por parte de criminales, genocidas, regímenes represivos y grupos terroristas.
Llevamos 15 años alarmados por el terrorismo yihadista pero no nos damos cuenta quela ‘guerra contra el terror’ solo ha conseguido incrementar el volumen y la virulencia terrorista.
Nos da mucho miedo Daesh pero no acabamos de comprender que nos debería dar más miedo muchas de las decisiones políticas, económicas y sociales que hacen este mundo como es. La dramática verdad es que Estados y líderes políticos mundiales no tienen una agenda sincera y honesta en favor de la paz, los derechos humanos, la democracia y la justicia. Si miramos Siria (lugar dónde Daesh se ha desarrollado e implantado aprovechando el caos y zona de origen de la mayoría de refugiados del mundo) deberemos constatar que las actuaciones de las potencias mundiales (Estados Unidos, Rusia, China, Europa) y de las potencias regionales (Irán, Arabia Saudí, Turquía, etc.) han actuado en ese país siguiendo muchos intereses y prioridades pero, nunca, el de preocuparse por la suerte de la población siria y una solución justa al conflicto.
Seguramente, ni procurando hacerlo todo bien podríamos evitar totalmente el azote de la violencia. Pero si no nos tomamos en serio el fomento de la paz, la defensa de los derechos humanos y la promoción de la justicia, es seguro que deberemos aprender a convivir con altas dosis de violencia, caos y barbarie.
* Opinión publicada en el blog del autor.el blog del autor