La última lección magistral de Rubalcaba
El homenaje que la ciudadanía rindió a Alfredo Pérez Rubalcaba en su definitivo adiós, sorprendió al poder político y mediático del país. A mí no. He paseado mucho con Alfredo por las calles de Madrid y de toda España y siempre recibía elogios y cariño de personas de todas las edades, condiciones y nacionalidades. Había una conexión entre él y la gente que trascendía a su imagen pública o publicada, como si los ciudadanos hubieran visto mucho más allá de lo que se les contaba y sin atender nunca a los insultos que muchos proferían contra él desde las tribunas o los editoriales.
El adiós respetuoso, espontáneo, profundo, real, que tantas personas le han brindado estos días,es la prueba de que la mayoría, dejando al lado ideologías o sensibilidades, ha comprendido quién era Alfredo Pérez Rubalcaba y lo que ha hecho por este país. Creo que muy pocos políticos están en condiciones de recibir un abrazo popular como el que recibió Alfredo. He escuchado muchas veces, a lo largo de estos años, decir que Rubalcaba, a pesar de su edad, era un político antiguo... y, sin embargo, lo cierto es que el respeto y el cariño de la gente es lo único que vale en la política democrática, y nunca pasa de moda. En contra de las tesis de sus detractores, Alfredo generaba confianza en la gente, por tres razones fundamentales: era muy inteligente, era muy honesto y era muy normal. Algunos trabajadores de la sede central del PSOE, sus escoltas, los ujieres del Congreso, me han dicho estos días: “es que Alfredo hablaba con nosotros como si fuera uno más”.
Pérez Rubalcaba ha recibido honores de Estado; eso era, sobre todo: un servidor del Estado. En las largas horas velando su féretro, hemos visto pasar, conmovidos, a toda la clase política española; la pasada, la presente y la futura, a representantes de todos los poderes del Estado y de la sociedad. Todo era de verdad, profundo, solemne, cargado de respeto. Hacía mucho tiempo que no se respiraba un sentimiento tan compartido, sin exclusiones ni protagonismos forzados. Era cariño por Alfredo y también un deseo de concordia, creo yo, de ejercer una política eficaz pero sin hacernos tanto daño unos a otros. Discrepar, construir modelos alternativos, debatir duramente cuando es necesario, pero manteniendo el respeto por el otro que también representa a una parte de la ciudadanía. Rubalcaba podía ser un adversario temible por su capacidad dialéctica; pero jamás traspasó la barrera del respeto que a él muchas veces le negaron.
Convocados por Alfredo, en la capilla ardiente donde todos nos abrazábamos durante esas horas en las que la diferencia no es otra que la de la vida y la muerte, y acompañados por miles de ciudadanas y ciudadanos que querían despedirse de él, pensé que esa era la última y magistral clase del profesor Rubalcaba, su mensaje póstumo, el mismo que mantuvo durante toda su vida: la necesidad de hablar, de dialogar, de acordar, de construir desde el más escrupuloso respeto por las diferencias, escuchando los argumentos del otro, tratando de convencer desde el conocimiento, esforzándonos por encontrar el mejor camino y, siempre, en beneficio de la mayoría.
Alfredo se ha ido muy pronto. ¡Él hubiera querido vivir! Pero no se ha marchado solo. Una larga fila de mujeres, hombres, adolescentes y mayores, gente de la calle y personas poderosas, lo han acompañado. Rubalcaba habría sentido una enorme gratitud hacia todos y cada uno de ellos. Esas dos banderas sobre su féretro, la de España y la del PSOE, le han dado el cariño, el calor y los honores que él merecía.
Ojalá que la última lección de Rubalcaba haya calado en todos nosotros.
PD: Aprovecho estas líneas para agradecer a todas las autoridades el magnífico homenaje que ha recibido Alfredo y, muy en particular, un gracias emocionado al PSOE, su partido del alma.