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Vientres de alquiler y género

Imagen de archivo de una mujer embarazada en una consulta médica.

Beatriz Gimeno

Diputada de Podemos en la Asamblea de Madrid —

En la disputa sobre los vientres de alquiler y a pesar de que sólo se embarazan mujeres, ellas parecen estar ausentes. Cierto que a veces aparecen mujeres en algún reportaje, pero lo que sí parece ausente del debate es la cuestión del género, a tal punto que parece que todos y todas hablamos desde el mismo lugar.

El otro día en un debate político sobre el tema mencioné de pasada lo perturbador que resulta que de un asunto que afecta exclusivamente a los cuerpos de las mujeres sean mayoritariamente hombres los que se posicionan en una postura, y mayoritariamente mujeres las que se posición en la otra. Y todo el mundo dijo que eso no tenía nada que ver.

Ya sé que es habitual que los hombres opinen de todo lo que tiene que ver con las mujeres y, supuestamente, también nosotras estaríamos en nuestro derecho de hablar de cosas que sólo les afectaran a ellos. Lo que ocurre es que, naturalmente, no estamos en el mismo lugar. Ni ellos son masivamente cosificados, ni sus cuerpos son ni han sido campo de batalla, ni nosotras tenemos el mismo acceso al discurso ni a la palabra, ni por supuesto al poder o a los recursos. No es lo mismo hablar desde una posición de privilegio que desde una posición de lucha por el acceso al discurso público. La batalla de los vientres de alquiler por supuesto tiene que ver con la lucha por conseguir que nuestros cuerpos sean cada vez más nuestros y nuestros discursos, nuestra palabra, cada vez más decisiva.

En un reciente artículo Luisgé Martin muestra un desconocimiento (y cierto desprecio) del proceso del embarazo y del parto de tal calibre que afirma incluso que la regulación que él defiende tiene que hacerse de manera “que no haya riesgo médico”. Menos mal que hay gente que se preocupa de que no mueran mujeres en el proceso, supongo que nos debemos sentir agradecidas. Otra gente –a tenor de la compra de embarazos en países pobres– no tiene la misma consideración. Cualquiera un poco informado, cualquier mujer desde luego, sabe que en el parto y en el embarazo siempre hay riesgo médico. Nada puede garantizar que no haya  riesgo médico, que la mujer no vaya a sufrir complicaciones leves, graves o incluso, afortunadamente en pocas ocasiones, la muerte. Esa es la razón de que los subrogantes se vean obligados en algunos países a contratar seguros de vida carísimos que garantizan, al menos, que la mujer no deje a su familia sin nada. Y esa es una de las razones de que el proceso sea tan caro en algunos países. Una desgracia, vaya. Hay que abaratar esos seguros.

La banalización que el sistema (los discursos hegemónicos) hace de la relación entre cuerpo y subjetividad está directamente relacionada con que la subjetividad masculina es una subjetividad incorpórea imposible de banalizar: ellos son La Razón, mientras que las mujeres somos cuerpo y nuestros procesos físicos y vitales son reducibles al argumento necesario en cada ocasión. Por eso, poner el cuerpo es igual que poner latas, dicen siempre quienes nunca se ven obligados a poner su propia fisicidad en juego.

Las del cuerpo somos nosotras. Si hablamos de cuerpos masculinos la cosa cambia. Vender un riñón, por ejemplo, o un trozo de hígado. ¿Por qué no puede una persona vender su propio riñón si es suyo? Dice Luisgé Martín: porque es una mutilación irreversible. ¿Irreversible por qué, si se puede vivir con un pedazo de hígado o con un riñón? ¿Qué significa irreversible e irrecuperable? El cuerpo tampoco vuelve a ser el mismo después de un embarazo y parto, y cada embarazo y cada parto son diferentes e irrecuperables; cada embarazo te vincula, o no, de una manera al feto. ¿Quién decide qué es más irrecuperable? ¿Quién decide que nuestra capacidad reproductiva puede ser objeto de compraventa pero un trozo de hígado no?

En el artículo mencionado y en muchos de los que leo del mismo tenor la gestante no existe. La gestación subrogada, se dice, es una técnica, ni siquiera parece haber embarazo. La gestante no tiene nada que ver con el embrión. Las posibilidades que abre esa idea, que se está implantando con fuerza, son aterradoras para nuestros derechos. Si el embarazo es una técnica y nosotras somos sólo las “anfitrionas”, como decía el otro día un político antiabortista, ¿cuánto queda para que un hombre relacionado genéticamente con un embrión que porta como anfitriona una mujer le exija a ésta continuar con un embarazo que no desea? ¿Qué diferencia hay entre un bebé gestado en un descuido de la madre y otro gestado previo pago? ¿Tiene más derecho el padre genético que ha pagado que el padre genético que lo ha hecho sin dinero pero que también quiere que la gestante lleve el embarazo a término?

Si un embarazo por GS es una técnica, todo embarazo lo es; si la mujer es anfitriona de un embrión y dicho embrión no es, al menos durante un tiempo,  su propio cuerpo sino que es algo extraño sobre lo que ella no tiene poder de decisión… ¿cuánto queda para que un juez diga que un contrato de matrimonio es un contrato en el que la mujer acepta “portar” el embrión del marido durante nueve meses y que por eso no  puede abortar aunque lo desee?

No hay ninguna diferencia entre un embarazo y otro más allá de la diferencia que psicológicamente pueda conseguir abrir en sí la gestante. La implicación física y psicológica durante el embarazo es la misma llegue el embrión como llegue a implantarse en el útero. No estoy haciendo una loa a la maternidad esencial. En realidad, una mujer puede abortar con facilidad y sin ningún sentimiento de culpa; también puede entregar a un recién nacido con dolor o sin él, genéticamente suyo o no. Pero por la misma razón puede sentirse vinculada a ese recién nacido sea suyo genéticamente o no.

El embarazo es un momento de enorme implicación física y emocional con el feto y futuro bebé. Y las asociaciones de gestantes arrepentidas y de mujeres que han litigado por conservar a los bebés gestados y paridos así lo demuestran. Pero ellas jamás salen ni hablan en ningún reportaje y su palabra es negada y suplantada por muchos hombres que opinan ahora que un embarazo no es nada; igual que durante siglos dijeron que un embarazo nos imposibilitaba para la vida pública. Un embarazo es o deja de ser según les interese a ellos, al parecer. Según el valor que se pueda extraer de él.

Impresiona que todos los reportajes sobre vientres de alquiler saquen a familias que han usado de esta práctica. ¿Qué van a decir? Pues que son muy felices y que han procurado hacerlo todo muy éticamente. Me impresiona la facilidad con la que los medios se pliegan a estos publirreportajes previsibles que invisibilizan a las que deberían ser las protagonistas. Me pregunto si sería posible que en el debate por la comercialización de los órganos (ya abierto, por supuesto, en EEUU) se recogieran únicamente las opiniones de los ricos compradores y de las familias felices por haber podido salvar a uno de los suyos. ¿Qué dirían? Pues que alguien muy generoso les ha dado vida y que ellos lo han hecho todo éticamente. La diferencia es que, seguramente, alguien notaría esa ausencia; que no hablen ellas, o que hablen sólo aquellas escogidas por las clínicas y las agencias, que ningún medio busque a las que sufren, es un síntoma de lo poco que importan, que importamos.

En todo caso, las familias felices no justifican la injusticia. El argumento de que hay muchas otras injusticias no justifica que abramos otras nuevas, sino que las combatamos todas. ¿Por qué órganos no y embarazos sí? Porque la facilidad con que se banaliza el cuerpo femenino, con que se comercia con él, con que es posible ignorar nuestra opinión y también nuestra desigualdad es pasmosa. Hombres defendiendo que otras gesten para ellos, debates en los que la opinión de ellas está ausente del todo.

Y si a alguna se nos ocurre levantar la voz para llamar la atención sobre la desigualdad sistémica, sobre la cosificación de nuestros cuerpos, sobre las consecuencias que dicha banalización, cosificación e invisibilización tiene sobre nuestros derechos, sobre los derechos de todas, entonces se nos dice que somos puritanas pseudoreligiosas. Ese argumento está pasado de moda y sacarlo a pasear de nuevo sólo demuestra la falta de argumentos y el poco respeto que se tiene a nuestras opiniones en defensa de una ética de la igualdad radical en la que, inevitablemente, se va a criticar los privilegios masculinos.

Las opiniones en contra de los vientres de alquiler se pueden hacer en nombre de una ética feminista y anticapitalista porque, como dice Rita Segato en su último libro, el patriarcado funda todas las desigualdades y expropiaciones de valor que construyen el edificio de todos los poderes –económico, político, intelectual, artístico– y de todas las desigualdades.

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