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Votar a Susana y defender la verdad

Elena Valenciano

Vicepresidenta del Grupo Socialista en el Parlamento Europeo —

En el Congreso del PSOE del año 2000, poco después de una gran derrota electoral y de la primera mayoría absoluta del PP, José Luis Rodríguez Zapatero comenzó su discurso de presentación de su candidatura con estas palabras: “No estamos tan mal”. Sorprendió a muchos, pero la historia le dio la razón. Ya entonces proliferaban los que se recreaban en la decadencia del PSOE y auguraban su extinción a plazo fijo. Cuatro años más tarde, esos mismos asistían a una nueva victoria electoral.

El PSOE puede salir de este atolladero. Para ello, los socialistas de carné –que somos los que votaremos el domingo– debemos hacer un doble ejercicio de higiene política: contar y contarnos la verdad, despejar esa posverdad mistificadora que se propaga sobre lo ocurrido en los últimos meses. Y hacernos conscientes de que estas crisis se superan dando un paso adelante y corrigiendo los errores, no caminando hacia atrás ni repitiendo lo ya probado y fracasado.

Para empezar, contemos las cosas como fueron y como son:

1. La elección del domingo no es primaria, es resolutoria. El candidato más votado será el próximo secretario general del PSOE. Eso es así porque un día decidimos elegir a nuestro secretario general por sufragio universal de todos los militantes. ¿A quién se lo debemos? El primer paso lo dio Alfredo Pérez Rubalcaba en la Conferencia Política de 2013; y el definitivo lo dio Eduardo Madina exigiendo en 2014 que los militantes votaran directamente al secretario general. Pedro Sánchez no ha traído las primarias al PSOE.

2. En junio celebraremos el 39 congreso ordinario del PSOE. Un congreso que llega con mucho retraso: debería haberse celebrado en febrero de 2016. Desde aquel momento caducó el mandato del secretario general y de su dirección. Pedro Sánchez retrasó durante diez meses la convocatoria del congreso ordinario con el pretexto de la interinidad política del país, pero sintió la urgencia de convocar a toda prisa uno extraordinario en el momento de máxima interinidad, en vísperas de una investidura y de la probable convocatoria de unas elecciones.

3. Nunca se consultó a las bases del PSOE sobre el voto a la investidura de Rajoy. Ni en la primera, ni en la segunda. Pedro Sánchez no sometió a consulta el “No es No”. ¿Por qué? Porque probablemente lo habría ganado. Él era muy consciente de que ello le habría abocado a una tercera derrota electoral, aún más humillante que las dos anteriores. Por eso intentó suplantar esa consulta por un congreso plebiscitario sobre su persona.

4. La única razón de la abstención fue parar las terceras elecciones. Con la abstención, se evitó un Gobierno de Rajoy con mayoría absoluta y con el PSOE definitivamente sorpassado y hundido. Votar 'no' en aquella investidura no frenaba al PP, lo propulsaba. Y no fortalecía al PSOE, lo condenaba a las catacumbas. Hubo que elegir entre abstención o catástrofe electoral. Una opción endiablada que debemos a la gestión política del anterior secretario general.

5. El 1 de octubre no se derrocó a ningún secretario general. Se impidió el golpe de mano de un congreso en 15 días. Siempre he sospechado que Pedro Sánchez temía como el que más a las terceras elecciones. El calendario que inventó le permitía amarrar la secretaría general para cuatro años y aún le dejaba una semana para negociar in extremis una abstención técnica más o menos vergonzante (por ejemplo, sacando a algunos diputados de la sala).

6. En la votación del día 21 hay un exsecretario general que se presenta a la reelección y dos candidatos nuevos. Quien se presenta a la reelección debe ser juzgado por su gestión anterior. Puesto que Pedro Sánchez no ha emitido la menor autocrítica, debemos suponer que está satisfecho de su actuación y pretende darle continuidad.

Todo ello me conduce a la reflexión sobre el significado real de esta votación.

Desde el verano de 2014 (fecha de la elección de Pedro Sánchez) el PSOE a nivel nacional ha mostrado ante la sociedad española su peor versión desde que recuperamos la democracia. Lo único bueno que nos ha sucedido en ese tiempo es el éxito de los líderes territoriales que recuperaron ayuntamientos y comunidades autónomas y están gobernando. Los mismos líderes que están en el punto de mira de Pedro Sánchez si es reelegido.

La obligación de un líder partidario se resume en tres tareas: ser útil a su país, ganarse la confianza de la sociedad y ganar elecciones para poder aplicar sus ideas desde el gobierno. Unir y fortalecer a su organización.

Apliquemos esa plantilla a los dos años y medio en que Pedro Sánchez dirigió al PSOE. ¿Qué servicios relevantes prestó a España? No creo que bloquear la gobernación durante un año pueda ser considerado como tal. ¿Se ganó la confianza de la sociedad, o siquiera de la parte de la sociedad a la que aspiramos a representar? Los números dicen lo contrario. ¿Es hoy el PSOE una organización más fuerte y más unida que la que recibió o, por el contrario, dejó un partido debilitado y dividido? La respuesta está a la vista.

La conclusión es que la gestión de Pedro Sánchez como secretario general ha resultado ser objetivamente un fracaso en lo institucional, en lo electoral y en lo orgánico. Hemos de concluir que su elección fue un error, como lo sería su reelección.

Este es el punto central de mi reflexión: en política, como en la vida, los errores no se repiten, se corrigen. Eso hacen las personas racionales y las organizaciones conscientes de sus intereses.

Constatado el fracaso, ¿por qué el PSOE debería repetir una experiencia que sólo le ha reportado daños? ¿No aconseja más bien el sentido común intentar algo nuevo y distinto?

Hasta aquí, la razón principal por la que no votaré a Pedro Sánchez. Falta la segunda pregunta: ¿por qué Susana Díaz?

Ningún líder puede garantizar el éxito de antemano. Pero Susana Díaz representa consistentemente algunos de los valores que más necesita el PSOE en estas circunstancias:

Tiene una idea del partido como un proyecto colectivo, en el que cuenta el liderazgo, cuentan las bases y cuentan los órganos de dirección, de representación y de control. Un partido al que no se despoje de su institucionalidad orgánica para transformarlo, por la vía de hecho, en una agrupación caudillista y populista.

Defiende una idea de España perfectamente sincronizada con el documento político más importante que ha producido el PSOE en la última década: la declaración de Granada. Un proyecto que logró el consenso unánime de todos los socialistas de España –incluido el PSC– y que va abriéndose paso en otros sectores políticos como el modelo que puede guiarnos en la necesaria reforma federal de nuestro Estado de las Autonomías. En ese terreno Susana Díaz reproduce el ADN del Partido Socialista y sólo puede dar certeza y esperanza a millones de ciudadanos que desean vivir en una España europea, unida y orgullosa de su diversidad.

Tiene vocación y capacidad para expandir las fronteras del Partido Socialista y construir mayorías sociales que se transformen en mayorías de gobierno. A la vez, ha demostrado que sabe enfrentarse y superar tanto a la derecha del PP como al populismo de Podemos, sin sectarismos pero sin entreguismos. De entre los tres candidatos, Susana es la peor adversaria tanto para Rajoy como para Iglesias: por algo será.

Ha probado también que sabe conducir una organización tan compleja como el PSOE. Democracia interna, orden y eficiencia, tres valores que se necesitan mutuamente. Si se preguntara a los militantes socialistas de toda España a cuál de sus federaciones desearían que se pareciera el PSOE, la mayoría responderían que al PSOE de Andalucía. Algún mérito tendrá en ello Susana Díaz.

Está demostrando que sabe gobernar y hacerlo con políticas indiscutiblemente progresistas. La izquierda no se proclama, se practica y Susana la practica todos los días en un territorio de más de 8 millones de personas.

En resumen: creo que el PSOE es mucho mejor que lo que ha mostrado en los últimos tiempos. Creo que España necesita un PSOE mejor y más fiable que el que Pedro Sánchez ha ofrecido; y creo que los socialistas merecemos un futuro mejor que nuestro presente –y sobre todo, mejor que nuestro pasado más próximo–.

Creo que ese futuro mejor lo puede liderar, con la ayuda de todos, Susana Díaz. Por eso voy a confiar en ella el próximo domingo. Lo haré, también, para defender la verdad, tan castigada últimamente.