Demasiadas advertencias seguidas, y además procedentes de personas que se mueven en el núcleo del poder financiero mundial: sin salir de una situación comprometida, la economía mundial amenaza con caer en otro profundo bache. Como para confirmar que no se trata de accidentes de recorrido sino de limitaciones estructurales no superadas.
Ahora no es Larry Summers el inspirador: Carl Icahn es un inversor multimillonario; por decirlo de manera simple, alguien que está a cubierto de sospechas revolucionarias y de eventuales acusaciones de ignorancia financiera.
Su afirmación es directa: no se trata de saber si estallará una próxima burbuja sino cuándo lo hará. Y no hay que olvidarlo: se habla de “estallidos de burbujas”, no de fases depresivas del ciclo económico en el sentido clásico.
¿Dónde está el foco, según Icahn? En la masiva disponibilidad de dinero barato, que facilita y estimula operaciones de inversión completamente ajenas a las condiciones de la economía real. Es tan barato endeudarse que, por ejemplo, se pueden engordar los balances con activos poco o nada productivos, pero de cuya baja rentabilidad habrá que dar cuenta tarde o temprano. Las cotizaciones suben y los directivos ven crecer sus fortunas en gran parte consistentes en títulos que habrán de reflejar esta situación a no mucho andar. Para ellos todo está en realizar esos activos antes de la caída.
Para Icahn, los períodos largos de tipos de interés bajos generan burbujas sin duda. La ingeniería financiera facilita y abarata en estas condiciones las operaciones de adquisición y las fusiones de grandes empresas, pero este proceso actualmente muy abultado no aporta nada a la economía real, por ejemplo bajo la forma de aumentos de productividad y/o de creación de empleo, y en cambio acentúa las condiciones oligopólicas - cuando no monopólicas - de los mercados implicados.
Mientras esto sucede, se mantiene la ficción a través de discursos interesados que hablan de recuperación de la economía, siempre bajo el paraguas protector del neoliberalismo. Pero la sola formulación de algunas preguntas pertinentes ayuda a hacer aflorar ciertas verdades ocultas, en particular cuando se trata del mercado laboral.
No hace falta insistir mucho, porque no se trata de un sofisticado mecanismo económico difícil de entender: ¿cómo se puede hablar de recuperación de una economía que mantiene tasas de desempleo claramente superiores al 20%, como es la española? En términos sencillos, la pregunta tiene dos posibles respuestas, una coyuntural y otra estructural. La coyuntural se refiere muy en particular a la necesidad política de afianzar la idea de la recuperación en una fase de confrontación electoral: mero oportunismo. Pero la estructural retrata directamente los graves problemas de fondo de la economía española: ni siquiera con la burbuja que estalló, principalmente inmobiliaria pero también financiera, la economía española fue capaz de reducir el paro de forma continuada por debajo del 10%, una tasa que abrumaría a otros gobiernos y desataría todas las alarmas.
Y una pregunta paralela obvia: ¿Cuál es el propósito de ocultar que estas economías occidentales - la norteamericana, que sirve como ejemplo paradigmático - en gran medida no están reduciendo el desempleo sino principalmente la población activa, es decir, excluyendo del mercado laboral a una parte creciente de la población en edad de trabajar? Aritmética simple: si disminuye el numerador (población ocupada) y el denominador (población activa) en una misma magnitud absoluta (los expulsados del sistema), el cociente cae (la tasa de paro). De hecho, la tasa de actividad se sitúa hoy en los EE.UU. en su nivel más bajo desde la Gran Depresión: 62%, frente al 66% anterior, lo que tiene una traducción directa: el 5,3% de paro que hoy se registra con ese 62% de actividad más que se duplicaría si todos aquellos que se han apartado de la población activa siguieran buscando trabajo.
El jefe de estudios de la Cámara de Comercio de EE.UU., Marty Regalia, hablando de este fenómeno en su país, dice que no le valen los argumentos parciales: “No hay ninguna explicación para la cantidad de gente que está dejando el mercado de trabajo”, y lo achaca a la falta de expectativas de hallar un empleo.
Y así volvemos al punto de partida: dejar el mercado de trabajo es adelgazar la población activa, no reducir el paro, y es un inquietante signo de precariedad estructural.
La apariencia se puede mantener también a través de engrosar el colectivo de los “minijobs” o equivalentes (el 22% de los españoles de entre 16 y 24 años se ven abocados a aceptar 'minijobs', frente al 4% de la media de los países de la OCDE). Una parte importante de la disimulación se sostiene a través de ajustar los criterios estadísticos: “está en paro quien trabaja menos de...”, “es un subocupado quien no gana el salario mínimo”, etc. En EE.UU. existen seis medidas oficiales del desempleo, elaboradas por el Bureau of Labor Statistics, como explica el 4 de septiembre, en público.es, Juan Torres López: desde la más restrictiva - aquella a la que se hace referencia en la información económica internacional - hasta la más inclusiva, la tasa de desempleo puede duplicarse, e incluso cuadruplicarse, y la diferencia principal consiste en incorporar la precariedad y la temporalidad no 'deseadas' (es decir, la obligación impuesta por el sistema económico de trabajar menos tiempo que el pretendido, con contratos cortos y jornadas parciales).
De esta ceremonia de la confusión forma también parte el galimatías interesado, que cultivan en España los dirigentes del gobierno y practican muchos medios de comunicación, mezclando y hasta igualando conceptualmente el “paro registrado” por el INEM (inscripción voluntaria de quienes buscan empleo, en parte forzada por la obtención de ayudas asociadas a ella, y publicada mensualmente) y la desocupación cuantificada por la encuesta de población activa (esta última calcula el desempleo real en un trimestre dado y es la única estadística válida para Eurostat y para las comparaciones internacionales).
Y, como remate, ¿nos encontramos con la perspectiva de la sociedad “80/20, cuyo funcionamiento estaría garantizado por un 20% de la población, compuesto por trabajadores cualificados, y el resto serían desempleados o tendrían empleos de bajísima cualificación”?
José Antonio 'Cive' Pérez, miembro del Observatorio de Renta Básica de Ciudadanía de Attac Madrid, señala que la 'renta básica universal' es la peor de las soluciones, a excepción de las demás, “pero es una medida necesaria dado que el mercado laboral no va a producir empleo, por lo que de algo tendrá que vivir toda esa creciente masa de ciudadanos que no tengan acceso a un puesto digno”.
Los procesos en los diferentes países son en apariencia disímiles, pero esas trayectorias responden a singularidades de las distintas sociedades que no hacen sino disimular su convergencia real. El trayecto estará caracterizado por una sucesión de burbujas que, tras una primera apariencia de 'salida de la crisis', mostrarán su verdadera cara: nueva caída, tanto o más intensa que la anterior, camino de esa sociedad “80/20”.
El paro elevado (ese más de 20% español que puede calificarse de sistémico: España muestra hoy ese nivel de paro, pero en la dictadura expulsaba a millones de trabajadores hacia Europa, y desde el siglo XVI ha estado enviando emigrantes a América) y la pérdida de población activa (esas personas que abandonan toda perspectiva, dejan de buscar trabajo y seguramente tienden a moverse entre la economía sumergida, el empleo alterno formal-informal y las actividades de producción para autoconsumo; o esas personas que directamente emigran: en Portugal la población activa ha bajado entre 2011 y 2015 en 257 mil personas, básicamente por la emigración) reflejan lo mismo: la evolución de un sistema económico que se topa con su techo y carece de fórmulas para asegurar la reproducción ampliada que le permita hacer frente al crecimiento demográfico y/o al envejecimiento.
Es decir, y por lo que respecta a España, hay que prepararse para encontrar la fórmula que sustituya al modelo 10/90 de la época del boom inmobiliario sin caer finalmente en el modelo 80/20 que se abre paso en la actualidad. No cabe esperar que se alcancen tasas de paro 'norteamericanas' (ese 5% ideal y, como muestra Juan Torres López en “¿Pleno empleo en Estados Unidos?”, bastante trucado), pero tampoco habrá un camino para recuperar las tasas españolas previas a la crisis. Las medidas serán difíciles de adoptar, el proceso será lento, pero el discurso tiene que hacerse y consolidarse, tomando forma para servir de fundamento a una sociedad que necesita un nuevo modelo económico, incluidos mecanismos de redistribución más o menos inéditos: por ejemplo, esa “renta básica universal” o esa “renta mínima garantizada” que, con distintas formulaciones, merodean desde hace un tiempo por las cabezas de los analistas y de los dirigentes políticos.