1. Incierto contexto
El riesgo se puede medir. La incertidumbre, no. La economía se encuentra hoy en un estado de gran incertidumbre, auspiciado por la evolución de la pandemia. Tal situación va a extenderse a lo largo de 2022, tras el final de un 2021 igualmente sacudido por incertidumbres que arrancaban del año anterior: hace apenas doce meses que el proceso de vacunación no se había puesto en marcha, lo que alimentaba no pocos temores. Y los apocalípticos pronosticaban que era difícil –cuando no imposible– tener no ya el 90% de la población vacunada –dato de hoy mismo–, sino un porcentaje que, se pronosticaba, no llegaría ni al 50%.
El discurso tremendista en economía ha presidido muchos de los debates en foros diversos y en redes sociales: se ha utilizado para atacar la política económica del gobierno y de la propia Comisión Europea, independientemente de sus resultados objetivos. Todo muy alejado del escrutinio de los datos y bajo la influencia total de la ideología. La vacuidad en las tribunas; los mensajes argumentales de ciertos discursos políticos.
La incertidumbre tiene causas en la crisis actual: son víricas, es decir, sanitarias no tanto económicas, aunque sus efectos sean económicos. Esto, inédito en la historia económica reciente, dificulta cualquier augurio que quiera hacerse para los próximos meses, cuyo desarrollo vendrá condicionado por los siguientes factores:
- La propia trayectoria del virus y las respuestas sanitarias y políticas que se arbitren para enfrentarlo;
- Las curvas del precio de la electricidad y los diques de contención, nacionales y comunitarios que se diseñen;
- El dibujo de la inflación y las medidas en política monetaria;
- La congestión en la distribución de mercancías, espoleada por factores disruptivos en la cadena productiva global;
- Los comportamientos que van a tener la inversión y el consumo, aspectos que atañen con mayor precisión a la política fiscal;
- La disponibilidad y ejecución del NGEU;
- La evolución del turismo extranjero;
- La tasa de ahorro, cuya trayectoria se relaciona con la pulsión del consumo.
Cómo articular una ecuación coherente con ingredientes tan sometidos, en algunos casos, al azar, a la aparición abrupta de cisnes negros –una nueva mutación vírica, por ejemplo–, que tensiona toda previsión realizada a partir de datos aparentemente fiables: crecimiento económico, afiliaciones a la Seguridad Social, recaudaciones tributarias, evolución de la tasa de paro, etc.
He aquí el desafío para el economista, para el científico social, insertos ambos en un engranaje de pensamiento que comporta la transversalidad del conocimiento: escuchar atentamente a virólogos, médicos, biólogos, físicos, un compendio de aportaciones para buscar, con información diversa, el mejor diagnóstico y, por tanto, las iniciativas que palíen la situación.
Arriesguémonos. Tomemos algunos indicadores solventes y apartemos de nuestra vista esa soflama tan querida por los economistas, el caeteris paribus. Sobre todo porque, en la economía real, nada permanece inalterable: eppur si muove, una expresión que encaja muy bien.
En tal sentido, trabajar con modelos matemáticos que no contemplan incógnitas azarosas, desconocidas –y no nos referimos a los residuos de Solow, que él mismo calificó como la medida de nuestra ignorancia– representa un ejercicio complejo. Tal vez puede ser más provechoso trabajar con estadísticas más descriptivas. Este es un riesgo, medible, ante la incertidumbre abstracta.
Bajemos pues al lago de los datos –sin pirotecnia econométrica– y comentemos por partes concretas, siempre con la cautela que recomienda, insistimos en ello, esa incertidumbre de difícil mesura.
2. Una inflación que puede ser transitoria
El año 2021 se cierra con un repunte claro de los precios –5,6% en España–, si bien la inflación subyacente sigue siendo baja, ya que apenas llega al 2%. Los impactos de segunda ronda son, por el momento, inexistentes. Atentos a lo que acontezca en el futuro inmediato en este punto. Instituciones económicas de referencia –Banco Central Europeo, Banco de España, Fondo Monetario Internacional– apuntan que es razonable plantear que los precios corregirán esa senda más alcista en el primer semestre de 2022 –se prevé una corrección a la baja en los precios de la energía y de la electricidad–, si bien su umbral general puede situarse por encima del 3%. Una incógnita clave a observar atentamente.
Esto no debería ser un motivo dramático de inquietud. Quizás debemos aceptar que la senda de los precios sea algo superior a los límites estrictos, aleatorios, que se han marcado en los tratados internacionales y en los portafolios de los bancos centrales.
Pensemos que hace apenas unos meses, la preocupación radicaba en el proceso deflacionario, un indicador preocupante que denotaba un problema evidente: la debilidad de la demanda agregada, un síntoma de profundidad de la crisis de crecimiento. Esta característica, la deflación, es la que ha definido las principales crisis económicas del capitalismo –1873, 1929, 2008, 2020, con la única excepción de 1973 y 1979–. Por tanto, esa debiera ser una mayor causa de desasosiego, más que una inflación del 3-4%. Pero la vieja ortodoxia domina.
Ante esto, la disyuntiva de los bancos centrales se centra en si suben los tipos de interés. Este aspecto está siendo alentado por el sector más mainstream del mundo académico y de las instituciones económicas: la reedición del “miedo a los mercados”, que tanto influyó en decisiones equivocadas –1937, con el presidente Roosevelt; 2010, bajo la batuta de Merkel–. Aquí no se puede integrar en el mismo discurso lo que sucede en Estados Unidos con lo que está pasando en Europa. La Fed ha anticipado las fechas del tapering; el BCE ha indicado que reducirá las compras de deuda, manteniendo los tipos de interés bajos. La recuperación en la Unión Europea es retardataria, en relación a Estados Unidos. Otro pronóstico: los tipos de interés se mantendrán estables en Europa, porque se interpreta que la inflación se corregirá a la baja: este y no otro es el mensaje de Lagarde, desde el BCE.
3. Un crecimiento económico robusto
Las correcciones realizadas por las instituciones sobre el crecimiento económico han levantado polvaredas en los medios de comunicación y en las esferas política y económica. Los apocalípticos han vuelto al ataque con este tema. Sin esos histrionismos, algunos economistas han desempolvado el concepto de la estanflación para resumir lo que está pasando ahora: estancamiento más inflación e incremento del paro, con un claro recordatorio a las crisis de 1973 y 1979, avivadas por el incremento en los precios del petróleo (ahora sería la electricidad el detonante). Un argumento de presión a los bancos centrales para que suban los tipos de interés, tal y como se hizo en los años setenta. Y, quizás, volver a la austeridad de la Gran Recesión. Pero los números no acompañan.
Tomando el caso de España, los ajustes del PIB –incorporando el más reciente del INE, en relación al último trimestre analizado, publicado hace apenas una semana– sitúan el cierre de 2021 con un crecimiento del 5%, inferior al que ha expuesto el gobierno. Se ha criticado mucho esto, ya que los Presupuestos Generales del Estado se han elaborado a partir de una tasa de crecimiento superior; pero, al mismo tiempo, recuérdese que esos presupuestos han sido calificados por las mismas instituciones europeas como “contractivos”, es decir, sin agotar los posibles márgenes de expansión que tenían. El caso de Italia sería el contrapunto a esto. En cualquier caso, un crecimiento económico del 5% en 2021 rompe con la tendencia regresiva de 2020, con otro factor más: la tasa de paro se ha reducido hasta el 14% –nueve meses seguidos de descenso–, las afiliaciones a la Seguridad Social superan ya las conocidas en 2008, y la recaudación fiscal ha crecido un 16% (sin incremento de la presión fiscal). Esta evolución económica se explica a su vez por las medidas adoptadas por el gobierno en política fiscal:
- Ayudas a las empresas: 7 mil millones de euros,
- Fondo COVID: 16 mil millones de euros,
- Transferencias a las regiones: 14 mil millones de euros,
- Previsión, para 2022, de 7 mil millones de euros entre la compensación del IVA de 2017 y la condonación de las liquidaciones negativas del modelo de financiación de 2020,
- Implementación de los ERTE, que han paralizado la destrucción de empleo y el cierre empresarial.
Esto ha supuesto que las comunidades autónomas –que tienen las competencias sanitarias– cierren el 2021 con un ligero superávit (+0,1% sobre PIB), un escenario sólo perceptible en dos ejercicios en un pasado más lejano –2004 y 2006–, según un reciente estudio de Fedea.
4. Sigamos explorando ese futuro incierto
Los dos puntos anteriores han especificado aspectos clave en la evolución de la economía. Las proyecciones hacia el futuro son –recuérdese nuestra introducción– inestables. Debemos fijarnos con las tendencias que diferentes instituciones están marcando, de cara al 2022, 2023 y 2024. Los dos últimos años, demasiado alejados para ser certeros. Pero determinan la visión que se tiene. Los cálculos del Banco de España ofrecen un claro panorama de recuperación, a pesar de los retrocesos ya comentados. Veamos seis indicadores clave:
Estos números remarcan varios aspectos:
- El mantenimiento del crecimiento económico,
- La transitoriedad esperada de la inflación,
- La reducción en la tasa de paro,
- La contracción de la deuda pública,
- El crecimiento de las exportaciones,
- El avance de la inversión.
Se reitera que estamos hablando de previsiones, que deben tomarse con prevención y cautela. Pero las tendencias son hacia la consolidación en la recuperación para 2022 y la ralentización en 2023 y 2024.
Insistimos en nuestras advertencias iniciales: la incertidumbre va a estar presente en todo este contexto, motivada por la evolución de la pandemia y sus impactos directos sobre las disrupciones en las cadenas globales de producción y de distribución y los precios de futuro del gas.
Pero la apocalipsis se seguirá utilizando para desviar el análisis más adecuado de las variables económicas. Esa apocalipsis debería ser medida con datos, desde el momento en que configura enormes riesgos. Pero los indicadores que se están manejando, con diferencias numéricas entre las instituciones, coinciden en un punto común: la recuperación es efectiva, solo posiblemente transgredida por esos cisnes negros que, abruptamente, pueden aparecer, aunque sean por ahora desconocidos. La incertidumbre, de nuevo.