La noticia de que dos futbolistas aparecen citados en el sumario del caso del pornógrafo Torbe ha sido un muelle informativo que nos ha estampado en la cara y en los telediarios algo que algunos llaman escándalo sexual, que es lo de menos, bajo el que subyace una realidad vergonzosa, que es lo de más. Junto a nuestras oficinas acondicionadas, pisando nuestro reparcheado asfalto, en un país con constitución y médico gratis, viven esclavas sexuales.
La testigo protegida cuenta –y la policía le da crédito a su relato general– cómo “Torbe le manifestó que tenían que estar con los futbolistas, teniendo que acceder a todo lo que ellos quisieran”. La última vez que sentiste que alguien te ordenaba hacer algo seguramente tenías 6 años y un tutor, padre, madre o cuidador viviendo contigo en casa. Esta mujer adulta recibía órdenes, según el relato, de alguien que la usaba como agujero, cuerpo penetrable, biología rentable.
“Ante la negativa de TP3 [la testigo protegida], Torbe la cogió fuertemente del brazo, no dejando réplica alguna”. Así que todo acabó como su dueño quería. Y al parecer la prisionera se tragó su libertad y escupió dinero.
Los futbolistas son unas páginas en cinco tomos de vergonzosos relatos. El resto es cómo las siervas del pornógrafo dormían apiladas en su oficina. O cómo algunas grabaciones de sexo extremo se tenían que interrumpir porque las mujeres lloraban y a veces vomitaban.
Interior calcula que unas 12.000 mujeres viven así. Arrumbadas en pisos, utilizadas, humilladas, drogadas, amenazadas, porque una vez eres de ellos, ya no puedes ser tú. Siempre hay una foto que hacer pública, una madre a la que amenazar, un pasaporte que retirar.
No siempre están encerradas o vigiladas. A muchas nigerianas, por ejemplo, las dejan libres, como si fueran personas. Ellas se controlan solas, porque al salir de su país les hacen magia negra, y creen que si abandonan la red les pasará algo malo.
El de Torbe es solo un sumario entre muchos. El propio Gobierno calcula que estas mafias se ganan cada día en España unos 8 millones de euros en un ejercicio humillante, sucio, criminal e indigno. Una jibarización de la mujer, reducida a una suma inanimada y cautiva de piel, pecho y vagina.