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Las mujeres que el franquismo no quería

Un grupo de mujeres rapadas durante la dictadura.

Violeta Assiego

Resulta vergonzosa y temeraria la instrumentalización que desde la ultraderecha –y también desde Ciudadanos y el PP– se hace del concepto de 'adoctrinamiento'. Una instrumentalización que pasa por alto (con más conciencia que ignorancia) que ese fue uno de los métodos de control y dominación que usó el franquismo sobre la población, y de forma especialmente cruel sobre los vencidos, sus familias y… sobre las mujeres.

En un modelo social como el de la dictadura franquista, organizado a partir de la moral católica más ultraconservadora, la mujer era una pieza clave para legitimar modelos de masculinidad y feminidad en los que ella era 'domesticada' para ser el 'ángel del hogar': ama de casa hacendosa, perfecta esposa y madre abnegada; mientras al hombre se le reservaba el lugar del buen padre de familia, proveedor y trabajador. Franco sabía perfectamente que gran parte de la victoria de su golpe de Estado y de la autoridad que tenía se debía a haberse erigido en guardián y líder de la “civilización occidental cristiana” y salvar a España de la catástrofe a la que estaba abocada con la República (según el bando nacional) y que había supuesto, entre muchas otras cosas, el fin de más de cien años de confesionalidad del Estado.

La dictadura de Franco devolvió el poder terrenal a la Iglesia Católica con sus dogmas de fe. El matrimonio y la familia eran pilares fundantes de un orden social fuera del cual no había nada más que pecado y castigo. De esta forma, las mujeres que se salían del redil de esa sociedad puritana, pacata y organizada, las rebeldes, eran señaladas y duramente escarmentadas por las instituciones encargadas de velar por una moral que tenía más de Santa Inquisición que de cristianismo.

Miles de niñas, adolescentes y mujeres que el Régimen consideraba descarriadas, (mayoritariamente pobres y muy jóvenes) pasaron por las casas y centros del Patronato de Protección de la Mujer, una institución siniestra cuya labor algún día debería ser juzgada en los tribunales por el trato cruel, humillante y degradante que sufrieron quienes pasaron por sus manos, menores y mayores de edad.

Aislamiento, confinamiento, abuso emocional y físico, adoctrinamiento en un sistema de creencias absoluto y maniqueo, explotación laboral, agresiones sexuales, imposición de una autoridad única y extraordinaria, control sobre la vida personal y las relaciones afectivas, intimidación y amenazas, manipulación de la memoria e inducción de falsos recuerdos, dependencia existencial y debilitamiento, denigración del pensamiento crítico, dudosas prácticas médicas y una continua vejación y activación arbitraria y cruel de emociones de miedo, culpa y ansiedad. Todo un sometimiento inhumano e imprescindible para 'reeducar' a través de los dogmas del nacionalcatolicismo, dogmas que ahora se atreve a avivar Vox impunemente gracias a que, cuatro décadas después, no se ha hecho un ejercicio de memoria colectiva ni se quiere permitir que se haga.

No debe recaer en las víctimas la responsabilidad de pedir verdad, justicia y reparación. Bastante tienen las víctimas con haber intentado dejar atrás aquel horror. Muchas de ellas tienen mi misma edad o algunos años más. No fue hasta bien entrados los años 80 cuando el Patronato de Protección de la Mujer cerró definitivamente una actividad que se desarrollaba bajo el control de las órdenes religiosas de monjas que asumieron con terrorífica normalidad la misión de salvar las almas de las mujeres que no encajaban: las rebeldes, las madres solteras, las mujeres republicanas, las separadas, las prostitutas que no estaban en los burdeles del Régimen, las chicas embarazadas incestuosamente por sus padres, de las violadas... En definitiva, de las que ellos valoraban como inmorales e indecentes, aunque luego robasen a sus hijos para formar sus propias familias de bien.

El adoctrinamiento metódico del Régimen no dudó en encerrar a las mujeres y en usar la represión y la tortura para debilitarlas física y psicológicamente hasta que confesaran culpas imaginarias y distorsionadas, cambiaran de actitud y/o modificaran sus comportamientos. Puro sadismo que servía para mandar un mensaje aleccionador a la sociedad española de cuáles eran los valores morales, políticos y religiosos correctos y de cuáles eran las consecuencias para quienes se resistieran a asumir esas normas. No hacía falta explicar nada. Esa es la principal diferencia entre adoctrinar y educar: que quienes adoctrinan promueven, justifican e imponen violentamente su intolerancia y su odio con ideas irracionales, inflexibles y supuestamente sagradas, y quienes educan no tienen miedo al debate ni a la diferencia, pues parte del aprendizaje es la comprensión, la empatía y la inteligencia emocional frente a la pluralidad y la diversidad, es el respeto a la vida que no necesita ser salvada por nadie.

Ahora que al dictador se le saca de su templo macabro, hay quienes se atreven a despreciar con el olvido o la tergiversación el dolor de muchas mujeres y hombres que viven en nuestros barrios, pueblos y ciudades. No solo de las hijas e hijos de los que están enterrados con su verdugo o en las cunetas de nuestro país, sino de gente que nació a partir de los años cincuenta, sesenta y setenta y que estuvo en las inclusas y las casas de una beneficencia que adoctrinó y torturó.

Y mientras, ni la derecha ni la Iglesia pide perdón por los crímenes que se cometieron durante el franquismo usando los dogmas de una fe que la mayoría no profesaba por propia voluntad. Y mientras, la familia Franco vuelve a usar el nombre de su dios en vano para esconderse detrás de un prior con ideas preconstitucionales y de un sacerdote que es hijo del único golpista de Estado condenado en España. Este es el legado de Francisco Franco, este y un partido llamado Vox que busca reventar la democracia para poder seguir viviendo como entonces, vivir del cuento facha.

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