La semana pasada, cuando la filósofa y activista afroestadounidense Angela Davis, icono del feminismo antirracista, concluyó su conferencia en La Casa Encendida de Madrid, otra activista, Mercedes Hernández, directora de Mujeres de Guatemala, asociación que impulsó su visita, le dio las gracias por haberse acordado de los otros animales. Al decirlo así (“los otros animales”, y no animales a secas), Mercedes Hernández dejó explícita la conciencia política de que la humana es también una especie animal e implícita una preocupación sobre la discriminación e injusticia que sufren los individuos de otras especies por las diferencias basadas en ese criterio, en esa categoría.
Nada de lo que dijo Mercedes Hernández en su brillante acompañamiento a Davis fue caprichoso, tampoco eso: Davis había mencionado en su conferencia a los animales (ella lo dijo a secas) como sujetos de derechos, y también el día antes se refirió a su “defensa” en la rueda de prensa que ofreció ante una sala abarrotada de periodistas. Tuve entonces ocasión de preguntarle por los vínculos, que ella misma ha establecido, entre distintas dominaciones y opresiones interrelacionadas: por raza, por género, por clase, y también por especie. “Existe una conexión entre la violencia que se inflige a los seres humanos y la violencia brutal infligida a los animales. Creo que la política alimentaria será nuestra próxima gran preocupación mundial, dado el grado de violencia que se inflige a los animales con el único propósito de generar beneficio, que es el objetivo de las corporaciones capitalistas que presumen de satisfacer la necesidad humana de alimento”, respondió.
Angela Davis es vegana desde que en 1970 estuvo presa en los Estados Unidos por falsas acusaciones policiales, como consecuencia de su vinculación con las Panteras Negras y con el Partido Comunista. Dejó de comer carne porque en prisión (donde estuvo condenada a la pena capital) se la daban podrida, pero ese cambio le sirvió para desarrollar una conciencia, que no la ha abandonado, sobre lo que el sistema nos induce a consumir, aún a costa de la explotación, el maltrato y la muerte: “Lo que pido es que las personas con hábitos alimentarios inconscientes piensen en lo que consumen y en lo que se requiere en todo el planeta para producir los alimentos que consumimos”, dijo en La Casa Encendida.
Tal y como cuenta la periodista María R. Carreras en un artículo sobre feminismo y antiespecismo, Angela Davis lo explicó en 2004 en la 27ª Conferencia de Empoderamiento de Mujeres Negras: “No suelo mencionar que soy vegana, pero es el momento adecuado para hablar de ello porque forma parte de una perspectiva revolucionaria. Cómo podemos no sólo descubrir relaciones más compasivas con los seres humanos, sino también desarrollar relaciones más compasivas y justas con las otras criaturas con las que compartimos este planeta, y que podrían suponer desafiar por completo la producción capitalista de alimentos. La mayoría de las personas no piensa acerca del hecho de que están comiendo animales. Cuando se come un filete o un trozo de pollo, la mayoría de la gente no piensa acerca del tremendo sufrimiento al que esos animales están sometidos simplemente para convertirse en productos para ser consumidos por los seres humanos. El hecho de que podamos sentarnos a comer un trozo de pollo sin pensar sobre las condiciones horribles bajo las que los pollos son criados industrialmente en este país es un signo de los peligros del capitalismo; cómo el capitalismo ha colonizado nuestras mentes. El hecho de que no miremos más allá de la mercancía en sí misma, el hecho de que nos neguemos a comprender las relaciones que subyacen en los productos que utilizamos de forma cotidiana, como hacemos con la comida. Existe una conexión entre la forma en que tratamos a los animales y la forma en que tratamos a las personas que están debajo del todo en la escala jerárquica. Las formas en que las personas cometen violencia hacia otros humanos las han aprendido a menudo de la violencia hacia los animales”.
Al hilo de las pasadas y presentes declaraciones de Angela Davis, cabe manifestar que la única revolución posible (y, por tanto, la única izquierda posible, si se quiere revolucionaria) ha de ser antiespecista tanto como antirracista, feminista y anticapitalista. La liberación humana y la liberación animal están conectadas porque lo están sus explotaciones y las condiciones de sus sometimientos y de sus cautiverios. Angela Davis visitó el CIE de Madrid y lo calificó de “inhumano y vergonzoso”, pues allí a las personas migrantes se las recluye, como denunció Hernández, “no por lo que hacen sino por lo que son”. Como a los animales. Si como feminista negra, Davis en los años 70 no solo interrelacionó las discriminaciones por raza y por género, sino que añadió la injusticia por especie, el feminismo del siglo XXI no puede dar la espalda a las otras víctimas. Que son, además, víctimas sin voz. Por eso el agradecimiento a Angela Davis de la activista Mercedes Hernández fue también en nombre de esas víctimas que son los otros animales.