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18 años de mentiras sobre Afganistán

Tras 18 años de guerra contra Afganistán, el diario The Washington Post, después de una batalla legal de tres años con el gobierno estadounidense, ha logrado acceder a miles de páginas de documentos sobre este conflicto. Se trata de dos mil páginas de transcripciones y notas de las entrevistas con más de 600 personas con conocimiento de lo ocurrido, que tenían un papel directo en el desarrollo de esta contienda y que, amparadas en el anonimato contaron la verdad de lo que estaba sucediendo.

Durante cada uno de esos 18 años, gobernantes, diplomáticos y militares contaban al mundo que se estaba progresando en la guerra y que había que continuar “liberando” Afganistán. Ahora, John Sopko, la persona que dirigió el proyecto de revisión de la guerra a través de un organismo llamado Oficina del Inspector General para la Reconstrucción de Afganistán, conocido por las siglas SIGAR, y que ahora sale a la luz se muestra contundente en palabras dirigidas al diario: “Se ha mentido de forma constante al pueblo norteamericano”.

Observemos algunas declaraciones de las personas que sí sabían lo que estaba sucediendo y que se mantuvieron en secreto:

“Cada dato fue alterado para presentar el mejor cuadro posible”. “Las encuestas, por ejemplo, eran totalmente poco fiables pero reforzaban la idea de que todo lo que hacíamos era lo correcto”. Bob Crowley, coronel que ejerció de consejero de contrainsurgencia entre 2013 y 2014.

“Carecíamos de un conocimiento fundamental de Afganistán, no sabíamos qué estábamos haciendo. ¿Qué tratamos de hacer aquí? No teníamos la más remota noción de lo que estábamos acometiendo”. “Si el pueblo estadounidense conociera la magnitud de la disfunción… 2.400 vidas perdidas. ¿Quién va a decir que eso fue en vano?”.

General de tres estrellas Douglas Lute, que ejerció de alto mando de la Casa Blanca en la guerra durante las Administraciones de George W. Bush y Barack Obama.

“No tengo ningún tipo de visibilidad sobre quiénes son los malos”.

Exsecretario de Defensa Donald Rumsfeld.

“Después de la muerte de Osama bin Laden, dije que Osama estaba probablemente riéndose en su tumba submarina al ver cuánto dinero nos estábamos gastando en Afganistán”. “¿Por qué convertimos a los talibanes en el enemigo cuando habíamos sido atacados por Al Qaeda?” Jeffrey Eggers, exmilitar y asesor en la Casa Blanca con Bush y Obama.

“Los datos fueron siempre manipulados durante toda la duración de la guerra”.

Un alto cargo del Consejo de Seguridad Nacional no identificado.

La documentación ahora difundida por el Post la ha conseguido al amparo de la ley de libertad de información estadounidense. Desde agosto de 2016 el periódico está reclamando a través de los tribunales federales a SIGAR para obligarle a publicar los documentos. No ha faltado quien ha comparado esta documentación con la difusión de los Papeles del Pentágono sobre la guerra de Vietnam hace 50 años.

Que se conozca ahora la realidad de esta guerra permite interpretar el periodismo y el acceso de los estadounidenses a la verdad como un éxito o como un fracaso, según se mire. Evidentemente que la verdad salga a la luz siempre es una buena y saludable noticia, pero, si nos paramos a pensar, una vez más, lo que ha sucedido es que tres diferentes administraciones estadounidenses, sin diferencia entre sí, fueran republicanas o demócratas, han logrado engañar al mundo sobre una guerra absurda y condenada al fracaso y que, como suele ocurrir en las acciones estadounidenses, se ha cobrado la vida de miles de personas. El éxito en el engaño por parte de los gobiernos estadounidenses es inseparable del fracaso de los medios para contar la realidad, bien porque se limitaban a replicar la versión oficial o porque no fueron capaces de llegar a la verdad.

En mayo de 2008 tuvo gran repercusión la presentación del libro del ex portavoz de la Casa Blanca Scott McClellan en el que reconocía la manipulación a la que sometieron a los medios de comunicación durante la guerra de Iraq (What happened: Inside de Bush White House and Washington’s culture of deception. Lo que ocurrió: dentro de la Casa Blanca de Bush y la cultura del engaño en Washington). Lo que aparentaba ser un reconocimiento de culpa para los políticos gobernantes, si se observa bien, es toda una operación para eximir a los medios y los periodistas. También entonces, aunque una administración estadounidense sale mal parada, el complejo mediático aparece como víctima y no como cómplice. Ese mismo año se difundió un estudio de la organización “Integridad Pública” en el que se recopilaban nada menos que 935 declaraciones falsas realizadas por Bush y otros siete altos funcionarios de su gobierno en poco más de dos años. Los medios fueron muy diligentes para publicar la noticia que recogía la investigación porque les interesaba que el delito de la mentira se circunscribiera a la Administración Bush, olvidaban que si esas mentiras tuvieron tanta repercusión y efectividad es porque los medios las dieron por válidas y no cumplieron su función de recoger las voces de quienes denunciaban la falsedad. El trío de las Azores mintió cuando nos contaba la existencia de armas de destrucción masiva, los grandes medios nos repitieron la mentira dando por buena la existencia de las armas y, años después, tanto Bushcomo Blair reconocen que no existían las armas y pidieron públicamente perdón. Por supuesto a ningún gran medio de comunicación internacional o agencia se le ocurrió reconocer error alguno difundiendo de modo acrítico aquella versión falsa.

Y si seguimos yendo hacia atrás, encontramos el gran montaje de las incubadoras kuwaitíes que el ejército de Sadam Hussein había destruido con su invasión provocando la muerte de casi un centenar de bebés. El asunto logró inclinar a la opinión pública estadounidense, al Congreso del país y al Consejo de Seguridad a favor de la primera intervención militar contra Iraq. Una vez terminada la primera guerra del Golfo, políticos estadounidenses, diplomáticos kuwaitíes y empresarios de agencias de publicidad reconocieron que todo fue una mentira y un engaño. Nadie destruyó ninguna incubadora ni murió ningún bebé. Y ningún medio contrastó la noticia.

Con los documentos desvelados ahora por The Washington Post lo que descubrimos es la impunidad y facilidad con que se engaña a la opinión pública internacional y la hipocresía con la que los mismos gobiernos que mienten luego se presentan como reveladores de la verdad. Y en lo que concierne a los medios, algo peor: repiten las mentiras del poder cuando se lo encargan, y sacan a la luz la verdad cuando ese mismo poder tienen a bien desvelarla para lavar su conciencia y poner el contador de su criminalidad de nuevo a cero.