“Pasados siete días, yo haré llover sobre la tierra 40 días y 40 noches y raeré de sobre la faz de la tierra a todo ser viviente que hice”
Génesis, 7
La lluvia cae sin compasión. Los ríos, las ramblas, las corrientes buscan su salida natural sin importarles qué dañan, a quién matan, que bienes destruyen. Le hablamos a Alexa o pensamos en robots sexuales pero jamás hemos sido capaces de controlar los elementos. Las fincas de los ricos se han destrozado y las vidas de la gente humilde se han visto arrasadas, pero va a resultar que el cambio climático es una ocurrencia de la extrema izquierda. ¡Hay que joderse! No hay perdón para los que piensan que no hacer nada es la mejor de las ocurrencias. No hay perdón para los oligarcas que no son conscientes de que ellos mismos pagarán en sus carnes y en sus fincas y sus propiedades y sus yates y sus industrias el llanto de la tierra.
Las aguas desbordadas y los coches siniestrados y las gentes arrastradas por las riadas y el lodo envolviendo el esfuerzo de los años y la imparable ira de la naturaleza barriendo con torbellinos los mares, y ante ellos la impotencia de un hombre que no sabe recolocarse en un mundo que no es totalmente seguro ni totalmente inocente. Va siendo hora de que las autoridades y los políticos, si es que pueden hacer algo más allá de pensar en su futuro, se planteen cual ha de ser la respuesta adecuada y rápida para minimizar el riesgo en vidas y haciendas en unos fenómenos que cada vez van a ser más frecuentes y más agudos.
Las crecidas y arrambladas producidas en Murcia y la Comunidad Valenciana y parte de Andalucía estos días pueden ser un espejo en el que mirar la ineficiencia y la falta de concienciación que aún nos acompaña. Voy a traer dos ejemplos claros. Uno es el de la alerta roja que llevó a las autoridades a avisar, desde las ocho de la mañana del viernes, a los murcianos que no salieran de sus casas si no era absolutamente imprescindible. Luego vinieron los cortes de los puentes de la propia Murcia ante un eventual desbordamiento del Segura en la capital. ¿Qué es lo absolutamente imprescindible? Los riders siguieron repartiendo sus paquetes en muchos puntos. Las gentes salieron a trabajar. Sólo la alerta para no llevar a los niños al colegio pareció ser rápida y acatada. No creo que en la actual situación del planeta las autoridades puedan seguir dejando estos avisos al simple criterio de los ciudadanos, y eso porque no siempre se entiende la gravedad de la situación y también porque el contexto está diseñada para que sintamos como graves cosas más básicas. Me explico. ¿Cuándo decide un trabajador precario o temporal que es buen momento para valorar que su trabajo no es imprescindible y que debe permanecer en casa? ¿no pensará antes en las posibles consecuencias de no acudir? ¿De verdad que está en situación de ser objetivo?
Necesitamos nuevos protocolos y nuevas normativas en las que se asegure que la vida humana es un bien que prima sobre cualquier cuestión económica o lucrativa. Nadie debe tener miedo a seguir las instrucciones de las autoridades por si después sufre represalias. Determinados niveles de alerta por fenómenos naturales incontrolados deben sumar la obligación de las empresa de emitir comunicados a sus empleados que les desactiven a la hora de acudir a su centro de trabajo y, en caso contrario, sumar esta circunstancia al debe en caso de responsabilidad por pérdidas materiales o personales.
Voy a ponerles otro ejemplo. El Palacio de Justicia de Murcia, y con él sus actuaciones judiciales, se cerró al público aún más tarde que los puentes de la ciudad. Los abogados valencianos pidieron a su Tribunal Superior de Justicia que suspendiera las actuaciones hasta que pasara la alerta roja y este se negó “a la vista del Protocolo de Actuaciones Judiciales en supuestos de Grandes Catástrofes” alegando que eso era una decisión que debía tomar en cada órgano judicial su LAJ (antes secretario judicial), que ya sabemos todos que un LAJ es meteorólogo, experto del 112, bombero y miembro de la UME a la vez. Evidentemente el TSJV en este caso no sólo erró sino que además hizo caso omiso a lo indicado en el propio protocolo, al tratarse de una emergencia de nivel 2 (que implicaba a varias comunidades) que debería de haberse coordinado bajo la presidencia del TSJ con más población afectada y con una composición que no es la de la Sala de Gobierno. Lo cierto es que ni siquiera el propio protocolo, aprobado en 2011, era muy de aplicación a la situación ya que éste, si uno lo lee íntegro, lo que trata es de coordinar la actuación jurisdiccional de los órganos en el supuesto de catástrofe y de asegurar que la ciudadanía no queda sin cobertura judicial, no de proteger a las personas incursas en las actuaciones. Esto es fenomenal pero no contempla las responsabilidades para el caso de que justiciables, abogados, testigos y otras personas tengan que acudir inexorablemente a un señalamiento judicial sin que se haya tenido en cuenta de dónde sale cada uno, qué obstáculos y fenómenos naturales encontrara y el riesgo que corre. Ningún LAJ (secretario, lo siento, lo de las siglas no lo entiende ni Blas) es capaz de tener una trazabilidad de cada citado para saber quién tiene una arramblada o una inundación que pasar y cual no. ¿Quién asume la responsabilidad si se producen pérdidas humanas de personas que se sienten obligadas a acudir a algo tan grave como un llamamiento judicial?
Es evidente que la zona mediterránea es propicia a las gotas frías, el norte a las lluvias u otras zonas a las tormentas o a las sequías. Lo que muchos no terminan de asumir es que estos fenómenos van a recrudecerse hasta parámetros no conocidos en los próximos tiempos. Algunos ya no solamente niegan el origen del problema, nuestra acción económica sobre el planeta, sino que parecen querer negar también la evidencia de que vamos a ser pasto de fenómenos cada vez más extremos y que causen daños mayores.
Desde la desesperación, les recordamos a nuestros políticos que esta es una cuestión primordial sobre la que tendrán que ponerse de acuerdo para implementar nuevas medidas y protocolos que estén a la altura del desafío. A mí ya lo de que vayan o no a hacerse la foto y quién llega primero, no sólo me parece indiferente sino que me resulta obsceno.
Yo no creo que llevará razón San Malaquías y que Francisco sea el Papa 112 y tras él sólo quede la venida del Anticristo. Yo creo que el anticristo somos nosotros y nuestra forma de vida y que el Armageddon, cuando llegue, será el efecto no sólo de nuestra desidia sino, sobre todo, de nuestra codicia.
La lluvia cae sin compasión. Sólo podemos oponerle un poco de razón.