Esta semana la comunidad académica de economistas anda revolucionada. Kenneth Rogoff y Carmen Reinhart, dos de los economistas más influyentes y que más acertados han estado desde que comenzó la Gran Recesión, han tenido un error de cálculo en uno de sus trabajos. Su tesis era que países con deuda pública por encima del 90% del PIB veían como disminuía su crecimiento tendencial a medio plazo.
Tres economistas de la Universidad de Massachusetts, una excelente universidad pública que compite en talento con privadas próximas como Harvard o MIT, han descubierto varios países con deuda por encima de ese nivel que crecieron más en la última década que otros con deuda menores. Cuestionan el trabajo de Rogoff y Reinhart por no dar toda la información estadística disponible, por usarla con extraños criterios de ponderación favorables a su resultado y por errores de cálculo en países como Nueva Zelanda.
El caso le recuerda a este economista cuando Fernando Alonso o Rafael Nadal tienen un traspié y empieza el debate sobre si es su final. Rogoff y Reinhart son seres humanos y a pesar de ser grandes economistas no tienen el don de la infalibilidad. Ellos han recuperado para la teoría y la práctica de la política económica el estudio de los ciclos financieros, algo que por fortuna los historiadores económicos habían mantenido vivo. Fue un gran error sacar de los manuales y de las escuelas de economía el estudio de estos ciclos y de las grandes depresiones y hay que agradecer a estos dos profesores que gracias a sus trabajos les hayan vuelto a dar la trascendencia que merecen.
Pero el debate interesante, más allá del académico, es el de la política económica. La economía, como cualquier rama del conocimiento debería ser socrática, pero por desgracia los sofistas del siglo XXI se apropian de sus conclusiones. Lo único que dijeron Reinhart y Rogoff era una relación empírica observada pero muchos defendieron una relación causal con el único fin de matar a la bestia de inanición, léase al Estado. En EEUU llevan cinco años sin padecer a los neocon pero en Europa son un cilicio. La Comisión Europea y los alemanes usaron esos estudios para defender su vía de austeridad expansiva como camino virtuoso para salir de la crisis.
No hace falta hacer un doctorado en economía para comprender que tener mucha deuda limita el crecimiento. Es pura termodinámica ya que el aumento del pago de intereses de la deuda es energía que se escapa por el tubo de escape. Rogoff y Reinhart pecaron de soberbia intelectual al ponerle un umbral en el 90%. El nivel de deuda es una variable que determina el crecimiento pero no la única, por eso la simplificación y la generalización es el camino más seguro para equivocarte.
Pero los defensores del austericidio olvidan una lección que los economistas aprendemos nada más llegar a la universidad, no confundir flujos con stock. La deuda es una variable stock acumulada y el déficit y el PIB son flujos que se miden cada año. Cuando intentas reducir el stock recortando el déficit, reduce el PIB que es el denominador de la ratio con el que se mide la deuda.
Por esta razón en 2010 Oliviar Blanchard y Carlo Cotarelli máximos responsables técnicos del FMI, advirtieron de una serie de principios que deberían cumplir los ajustes fiscales:
i) La Gran Recesión había provocado un profundo agujero en el PIB y elevados déficits y era necesario reducirlos en periodos de 4-5 años con ajustes que no superaran el 1,25% del PIB anual. Esto se hizo para multiplicadores fiscales del 0,5% que los propios autores atendiendo a sus propios errores de previsión corrigieron al alza hasta superar la unidad. Eso significa que un ajuste del déficit del 1% provoca una caída del PIB y del empleo del 1% o superior. Teniendo en cuenta que había que ajustar déficits superiores al 5%.
ii) No precipitar el ajuste salvo que las condiciones financieras lo exigieran ya que las economías eran vulnerables a recaídas tras una recesión tan profunda.
iii) Concentrar el ajuste en partidas que dañen poco el crecimiento y combinarlo con reformas que mantengan el potencial de crecimiento de las economías a medio plazo.
iv) Y el ajuste debe ser equitativo para ser socialmente sostenible.
Es evidente que en Europa hemos incumplido la mayoría de las recomendaciones, especialmente la última. Los europeos seguimos dominados por una moral luterana que defiende los sacrificios para purgar los pecados y que asume que hay ciudadanos virtuosos en posesión de la verdad, básicamente alemanes, y otros viciosos que debemos asumir sus designios.
Lo que nos han enseñado Rogoff y Reinhart en sus trabajos es que esta crisis no es una maldición divina sino una patología que se reproduce cada varias décadas. Las nuevas generaciones se olvidan de la anterior depresión y vuelven a sobreendeudarse y a cometer los mismos errores. Una vez que se ha asumido la deuda, ya no hay solución sencilla. La historia nos enseña que los países han resuelto el sobrendeudamiento con una combinación de: crecimiento, inflación, devaluación de las divisas, represión financiera y bajos tipos de interés que penalizan el ahorro y favorecen la inversión y quitas de la deuda.
Rogoff y Reinhart también nos enseñan que el camino deflacionista y depresivo elegido por los europeos acaba aumentando la deuda y lejos de resolver el problema de sobreendeudamiento lo agrava. Japón es un ejemplo reciente, pero la Gran Depresión fue una más grave y global.
Por lo tanto dejemos de disparar al pianista. Los economistas cometemos errores, como todos los seres humanos. Pero Europa tiene la tasa de paro más elevada desde la Segunda Guerra Mundial por nuestros propios errores. EEUU tenía más problemas de deuda que nosotros en 2008, pero gracias a una política económica acertada hoy el PIB crece, el empleo crece, el crédito crece, la demanda de vivienda crece y su precio crece. Los líderes europeos siguen los consejos de homeópatas y curanderos, sin hacer caso de los médicos especialistas. O esto cambia pronto o la historia del euro no tendrá final feliz.