Son numerosas las ocasiones en que, en nuestras sociedades, se apela a la libertad del individuo para permitir las cosas. Es el caso de las azafatas cosificadas en eventos deportivos; el pasado mes de mayo en el circuito de Fórmula 1 de Barcelona se repitió el debate, y antes en Jérez de la Frontera. Organizaciones feministas y algunas políticas critican que se utilice como reclamo sexual del hombre y proponen eliminar la figura de la azafata sensual y ligera de ropa. Frente a ello, los defensores recurren a testimonios de algunas de esas mujeres justificando su trabajo y defendiendo su libertad individual.
El tema surgió de nuevo con los becarios de los restaurantes de lujo. No cobraban, pero los defensores expusieron a algunos de ellos defendiendo su labor porque aprendían y se abrían un hueco en el mercado laboral.
Ahora toca el turno a la gestación subrogada o vientres de alquiler. De nuevo se apela al derecho de la mujer a disponer de su útero para gestar un niño para otros.
Existe una constante entre quienes defienden azafatas floreros, becarios sin sueldo y vientres de alquiler: la libertad de elección de todos ellos. Esto nos hace reflexionar sobre el concepto de libertad en el capitalismo, es decir, en un sistema de reparto desigual de la riqueza, en un sistema que no garantiza tener cubiertas necesidades básicas (vivienda, alimentación, trabajo...) y menos aún en un marco internacional donde 795 millones de personas pasan hambre. En esta situación de desesperación no faltarían personas dispuestas a la mayor de las humillaciones para poder dar de comer a su hijo, habría refugiados y víctimas de catástrofes dispuestos a trabajar solo por un plato de comida. Si vas a la India y pones 30.000 euros encima de la mesa a cambio de un riñón, aparecerán miles de “voluntarios” dispuestos a donártelo “libremente”. ¿De verdad creemos que actúan todos ellos en libertad? En el capitalismo uno nunca es libre si necesita a otro (empresario que le contrate) para poder sobrevivir.
No se puede aceptar el criterio de que vale todo lo que alguien está dispuesto a asumir. Incluso en nuestro derecho mercantil existe el concepto de cláusulas abusivas en contratos en los que las dos partes pueden estar dispuestas a firmar. Las cláusulas abusivas de muchos bancos que ahora se están declarando ilegales las firmaron voluntariamente muchas personas. Probablemente muchas personas aceptarían –lo hacen– tener sexo a cambio de un contrato. Es voluntario, nadie les obliga. ¿Seguro? Cuando existe una necesidad básica sin satisfacer lo que haces para poder conseguirla no es libertad. Y tampoco resultará creíble la concesión generosa: el niño no trabaja diez horas al día ni voluntariamente ni por generosidad, el riñón no lo da un indigente indio a un estadounidense ni libremente ni por solidaridad y el hijo que una mujer pobre ha gestado durante nueve meses en su útero tampoco nos creemos que lo regala a unos ricos por razones humanitarias.
La auténtica libertad surge de las condiciones materiales, como decía Rousseau en El contrato social, que “nadie sea tan pobre como para querer venderse y nadie sea tan rico como para poder comprar a otros”.
Quienes pretendemos dignificar trabajos de azafata, becarios y mujeres nos hemos encontrado enfrente a todas las personas que sacan al mercado su cuerpo cosificado, su fuerza de trabajo o su útero. Ya sucedió en América Latina ante campañas de las ONG contra el trabajo infantil. Quienes más se oponían eran las familias pobres y sus niños porque necesitan ese dinero.
No tienen razón los explotadores que esgrimen la libertad y la voluntad como argumento para que les dejemos seguir exprimiendo a otros seres humanos. Pero tampoco quiénes se oponen si siguen defendiendo un modelo capitalista de sociedad donde es el dinero el que define lo que se puede o no se puede lograr. Si queremos que nadie se aproveche de la pobreza de los demás, se respete la dignidad de las personas y no se mercantilicen los cuerpos se debe ser anticapitalista.