Habrá quien lea el título de este artículo y se extrañe, incluso quien se moleste; y habrá quien lo lea y se ponga a cantar y dar botes. Si eres de los segundos, no te voy a contar nada que no sepas, colega. Si eres de los primeros, atento que van algunos consejos prácticos para soportar el momento que vivimos: instrucciones de supervivencia que valen tanto si estás políticamente agotado como si andas laboralmente jodido, si estás económicamente apretado o amorosamente dolido, existencialmente quemado o simplemente cabreado con el mundo (o con tu jefe, tu alcalde, tu vecino, contigo mismo, da igual), si no puedes dormir, si eres pesimista sobre el futuro o echas de menos lo que en realidad nunca tuviste, o si tienes un poco de todo lo anterior. Sea cual sea tu malestar, toma nota de la receta de la felicidad, en cinco sencillos pasos:
1.-Compra entradas para un concierto de Robe.
2.-Ve con tu hija veinteañera, tus amigos de toda la vida, tu amor o quien quieras pero que sea abrazable, pues así el efecto se multiplica.
3.-Llega con mucha antelación, pásate dos o tres horas esperando de pie, que es cansado pero te vas ambientando.
4.-Canta y bota todo lo que puedas durante todo el concierto, no te importen las salpicaduras de cerveza.
5.-Cuando la banda toque “Mierda de filosofía”, bota más fuerte y canta con los demás “que yo solo quiero hacerte bailar, bailar, bailar como una puta loca…”
Comparto la receta porque la probé el pasado sábado en el concierto de Robe en Rivas-Vaciamadrid. Allí me planté con mi hija mayor, que no se diga que solo la llevo a Cuelgamuros. Los dos juntos representábamos bien el perfil etario de los 30.000 asistentes: gente cuarentona-cincuentona que llevamos escuchándolo desde la adolescencia (antes en Extremoduro), y gente de veinte años o menos que lo han descubierto hace poco. Un concierto más intergeneracional que los de Taylor Swift, pues aquí los padres no veníamos para acompañar a las hijas. Yo boté y canté con la mía durante tres horas, otros lo hicieron con amigos o parejas, pero el efecto fue el mismo: tres horas de felicidad, emoción, recuerdos, electricidad. Suficiente para arreglarte una mala semana y entrar bien en la siguiente. No es poca cosa en estos tiempos, no me digas.
¿Que no te gusta Robe? Como pasa con la medicina, no hace falta que creas en sus propiedades para que te haga efecto: presenciar el que seguramente es el mejor concierto de rock que se puede hoy ver en España te hará igual de feliz. Incluso si no te gusta mucho el rock, acabarás dando botes, prometido. Pero si lo prefieres puedes enmendar la receta, y donde pone “concierto de Robe” pon concierto de otro artista que te guste, o teatro, partido de baloncesto de tu equipo, paseo en bici, cena relajada, salida al monte, cada uno sabe cuál es la droga que le funciona, y no necesariamente hay que gastarse cuarenta pavos. Más importante es que compartas ese momento de felicidad con tu hija adolescente, tus amigos de toda la vida o tu enamorado, eficacia probada.
Lo que vengo a decir, por si no ha quedado claro todavía, es que andamos todos muy necesitados de bailar. De que nos hagan bailar como una puta loca, como canta Robe. De salir por un momento, aunque sean solo tres horas, de esta realidad espesa y circular en la que parecemos atrapados y que no vemos por dónde romper. Lo mismo vale para hablar de la actualidad política, el futuro incierto, el curro, los problemas personales (que muchas veces no son tales: son problemas sociales) o el cansancio que llevamos encima y que no sabemos dónde empieza ni cuándo acaba.
Vamos tirando, mal que bien, salvando semanas y meses sin muchos rotos, y a la vez viendo cómo se nos va otro año, con sensación de que no conseguimos embridarlo, recuperar el control de nuestra propia vida, que estamos a merced de una corriente (de una corriente salvaje, como el bello título de Henry Roth), que no sabemos qué va a ser de nosotros, que “una luz de agarradero necesito / porque el suelo se mueve, / en serio se mueve / y me desequilibra”. Y de vez en cuando llega un Robe (con sus seis magníficos músicos) y nos hace felices y nos hace botar y cantar y bailar, sí, como una puta loca.
¿Estoy haciendo apología del escapismo, de desertar de la realidad y darla por perdida? Nada de eso. Un concierto de Robe, o lo que sea que te haga feliz, no es una forma de escapismo ni aunque quieras, porque es efímero, y porque de la realidad no hay escapatoria posible, siempre te alcanza. Se trata más bien de repararnos de los muchos destrozares que nos va dejando la vida, y coger aire y fuerzas para luchar mejor, no para huir más rápido. Y a veces un concierto (compartido con alguien querido, insisto) confirma lo que se preguntaba el propio Robe en uno de los temas más vibrantes de la noche: “Que el poder del arte / bien nos pudiera salvar / de una vida inerte / de una vida triste / de una mala muerte”. A mí me salvó un ratito. Gracias.