Esta conversación tuvo lugar en Cuatro hace unos días entre la directora de cine porno feminista Erika Lust y Risto Mejide. Por supuesto, él fue quien aseguró que la división feminismo-machismo era pueril.
El mismo que pregunta a sus invitadas si se ven gordas, se autodefinió como feminista en cuestión de segundos. Que le parece pueril, pero bueno, venga, vale.
Quizás las feministas estamos explicándonos mal, porque la rapidez con la que aceptan algunos el feminismo da que pensar. Quizás tenemos que empezar a explicar de qué hablamos cuando hablamos de igualdad.
El feminismo busca la igualdad, sí, pero ésa es unas de las consecuencias de la lucha. Para ello, lo que pretende, no es ni más ni menos que conseguir la liberación de la mujer, y nuestro empoderamiento es vital para esa liberación. Esto es lo verdaderamente primordial en el feminismo, y lo que muchos parecen no entender. Y no, no creo que tantos estén cómodos con la consecución de estos elementos.
El empoderamiento consiste en la toma de poder por parte de quienes no lo tienen, y si no lo tienen es porque les fue arrebatado. Pero, ¿quiénes sostienen el poder que le ha sido negado a las mujeres simplemente por su género? Los hombres.
Suena muy bien decir en público que quieres que todos seamos iguales, pero no estaría de más entender antes qué va a suponerte esa igualdad, qué conlleva. Y lo que trae de la mano dicha igualdad es la pérdida de tus privilegios en favor de las oprimidas. Porque para que se den relaciones de poder que generen una situación de desigualdad, uno debe estar arriba y la otra abajo: si dices buscar la igualdad estás aceptando que tu género bajará muchos escalones en su posición social para que el opuesto los suba. Simplemente porque tus actuales privilegios existen en detrimento de las mujeres.
Últimamente es muy frecuente encontrarnos en tesituras así, donde hombres claramente machistas se autodenominan feministas. Como comentábamos la semana pasada, parece que ya muchos se han aprendido su definición sin mucha resistencia y hacen uso de la palabra (para acto después decirte cómo son las cosas, mujer, que estás muy perdida). Quizás la pregunta ya no debería ser tanto “¿eres feminista?”. Para evitar respuestas fáciles y falseadas deberíamos preguntar mejor y afinar el tiro. Por ejemplo: “Oye, Risto, ¿estás dispuesto a perder privilegios?” o “Risto, ¿estás preparado para que el género opuesto tome el poder que tu género les ha arrebatado?”.
Básicamente, se trata de dirigir la atención de la conversación a la intención y concienciación del interlocutor y no a un ente intangible y bucólico como el de la igualdad. Porque responder que no quieres la igualdad no te convierte sólo en un machista sino en una mala persona. Y nadie quiere que lo vean como una mala persona, por lo que nadie dirá “no, no quiero que seamos ciudadanos y ciudadanas de pleno derecho porque ya me va bien así”. Pero si señalamos directamente al foco del problema, a los privilegios, ésos que les son completamente invisibles, veremos una enorme diferencia en sus respuestas. Obviamente, la inmensa mayoría de ellos contestará “¿privilegios? ¿qué privilegios?”.
Ahí es donde radica la diferencia entre un hombre que entiende qué conlleva la igualdad y uno que no. Quien no ha entendido absolutamente nada (o quien opina que el feminismo es algo pueril y desfasado) no reconocerá que tiene privilegios. El que afirme que sí los tiene, en cambio, ya estará un paso por delante de todos los demás.
Antes de cantar victoria al conseguir que machistas irredentos se autodenominen feministas, averigüemos cuál será su resistencia a la lucha feminista señalándole directamente cómo ellos mismos perpetúan la desigualdad. La realidad de qué entiende cada uno por feminismo reside ahí: hasta dónde se reconoce como parte del problema y cuánto está dispuesto a perder para nuestra toma de poder.
Lamentablemente, la criba si dirigimos este tipo de preguntas en vez del manido “¿buscas la igualdad o no?” será terrible. Porque los negacionistas de los privilegios son la inmensa mayoría, se digan a sí mismos feministas o no.