Todos coinciden en llamarla “La batalla de Barcelona” y la consideran emblemática de la trascendencia que tendrán las próximas elecciones municipales. Pero si se fijan bien percibirán que a los políticos involucrados lo que menos les interesa es el debate sobre el modelo de ciudad. Alardean de que esa es su preocupación (es lo políticamente correcto) pero mienten. Manuel Valls busca un empleo que comporte mando, y no enfrentarse a los desahucios. Nadie cree que al Maragall viejo, más conocido por ser el hermano mayor del auténtico, le apetezca volver a enredarse con las ordenanzas sobre el uso de las bicicletas.
Lo de Barcelona será crudamente una lucha para mostrar e imponer fuerza en la Catalunya actual, un pulso del poder por el poder. Y si quieren hilar más fino piensen en un escenario teatral en el que se representará el drama de ver si ganarán las alianzas entre diferentes mal avenidos o la fuerza de quienes tengan la tentación de ser coherentes.
Dentro del problema español de la secesión que desean algunos de sus ciudadanos la principal característica de la convocatoria es que estas municipales de Barcelona no tratarán sobre las relaciones entre el Estado y ellos sino que serán descarnadamente un pulso interno entre catalanes. Como en Catalunya pasan continuamente cosas, y como la población vive desconcertada por la diferencia entre lo que ve y lo que dicen que está viendo, sometida a la refinada tortura de la política declarativa incesante y contradictoria, hay avidez por conocer la verdad, por medirse continuamente, por contarse, por saber cómo fluctúan numéricamente las correlaciones de fuerzas y cómo están al día de hoy. Por eso, no por manía, la mayoría quiere referéndums con preguntas claras, y por eso la desorientan con consultas de lectura ambigua. Cuando llegan elecciones la gente sabe que los resultados son indicativos de la verdad.
Desde hace tiempo Catalunya sabe que las próximas municipales serán trascendentes. Con la excepción de Girona, que los independentistas consideran desde hace tiempo territorio liberado, las demás capitales viven inmersas en unas larguísimas precampañas que empezaron al día siguiente de las municipales anteriores. En Lleida y Girona el secesionismo trata de sustituir a unos alcaldes socialistas, ambos duchos en las componendas, que los electores se empeñaron en renovar.
En Barcelona tras la caída del convergente Xavier Trías la amplísima popularidad de la progresista atípica Ada Colau trae tan de cabeza al soberanismo como a los bienestantes que siempre han tenido sentido de propiedad sobre la ciudad, incluso cuando se la administraban unos empleados 'sociatas'. En todos esos casos la media Catalunya que no se quiere separar de España es la que dictó su ley y decidió en la convocatoria anterior, y la que volverá a pesar decisivamente dentro de unos meses.
Lo de ahora se jugará previsible desde frentes, aunque sean unos frentes desunidos (que por algo son catalanes). Ciudadanos creyó ganarse a Manuel Valls como rutilante cabeza de lista pero cada vez está más claro que fue Valls quien consiguió barato el apoyo del partido de Albert Rivera pues su proyecto es personalista: encabezar un frente más de continuidad en España que lo que se entiende por unionista con lo imperial.
A pesar de lo que se diga parece muy difícil que el PP de Catalunya (sería excesivo llamarle PP catalán) no acabe convergiendo allí, entre otras cosas porque en solitario esta vez puede quedarse sin concejales y porque en el partido saben que los electores que les quedaban esta vez apostarán por ese francés-catalán que graciosamente ha elegido la calle París para residir en Barcelona. La auténtica prueba de fuego de este frente es que se le sume el PSC, que no está por la labor. Con todo, los socialistas catalanes saben -y lo sabrán hasta el último momento- que yendo en solitario muy probablemente no se beneficiarán gran cosa del efecto Pedro Sánchez.
Ada Colau pese al deshilachamiento de su retaguardia podemita tiene muchas posibilidades de conservar y ampliar el voto popular reformsita que la aupó. Por eso las conjeturas se centran en el frente separatista que no sabe como estructurarse. Carles Puigdemont ordenó una candidatura unitaria que volviese a diluir a Esquerra, pero Oriol Junqueras ya se ha cansado de los juegos de manos personalistas del ex-president, piensa en la Catalunya posible de los próximos años y deja para más adelante las otras consideraciones. Por eso se ha adelantando eligiendo un apellido Maragall para que defienda los colores de ERC.
Puigdemont puede resignarse y sumarse o puede firmar la enésima fragmentación. En cualquier caso la división indepe duraría justo hasta, tras las elecciones, el momento de escoger alcalde entre candidatos sin mayoría absoluta. Pero todos saben que cuanto más triangular sea la situación más puede favorecer a Ada Colau. Porque si Valls a la hora de la verdad tiene que elegir entre los independentistas y ella, no vacilará. Y si los secesionistas tienen que hacerlo entre la actual alcaldesa y el candidato promovido por Ciudadanos, tampoco. Aunque aún hay tiempo para sofisticar las componendas, el campo previo a esta batalla en Barcelona tiene estas características.