Cuando eligieron a Ratzinger consideré, desde mi insignificancia y descreencia, que la Iglesia católica necesitaba más a un Papa “sociólogo y reformista” (como luego ha intentado ser Francisco) que uno “teólogo y tradicionalista”. Algunos ultracatólicos españoles me lo criticaron, pero es lo que ha pasado con el Papa Francisco (Jorge Mario Bergoglio) aunque ninguno de los dos haya podido realmente con el poder de la curia vaticana. Benedicto XVI, antes y después de llegar a la cabeza del Vaticano y del catolicismo, creía en la necesidad de una Iglesia pequeña pero auténtica. No lo consiguió.
Benedicto XVI, que como cardenal veía la Iglesia Católica como “una barca que hace agua por todas partes”, habló de “una cristiandad semejante a aquel grano de mostaza, que ya está surgiendo en grupos pequeños, aparentemente poco significativos, pero que emplean su vida en luchar intensamente contra el Mal, y en tratar de devolver el Bien al mundo; están dando entrada a Dios en el mundo”.
El catolicismo tenía, y tiene, dos grandes rivales. Por una parte, no otras religiones como el Islam (salvo en algunas guerras civiles en África y con problemas de convivencia en algunos países europeos), sino dentro del propio cristianismo, con el crecimiento del protestantismo, y sobre todo del evangelismo, especialmente en el sur global. Y por otra el descreimiento en el norte, en particular en Europa, excepción en el mundo, e incluso en Estados Unidos, donde aumenta el número de ateos o no adscritos a una confesión. En el Viejo Continente, la Iglesia católica ha perdido peso e influencia incluso en países tradicionalmente católicos como Irlanda y Polonia (de donde provenía su antecesor Juan Pablo II, baluarte, apoyado por EEUU en la lucha contra el comunismo soviético, que diseñó el colegio cardenalicio que eligió a su sucesor). Que Benedicto fuera alemán y teólogo no frenó este declive.
De 2005 a 2014, el papado de Benedicto, la población católica aumentó de 1.115 millones a 1.272 millones (de 17,3% a 17,8% de la población mundial) según el Faith Survey. Más rápidamente en África y, en segundo lugar, en Asia. Mientras, la crisis de las vocaciones y de las entradas en seminarios se notó en Europa y en América. Hoy hay en torno a 2.380 millones de cristianos en el mundo, de los cuales 1.300 millones de católicos de un total de ya más de 8.000 millones de habitantes en el planeta. Es decir, que el crecimiento se ha frenado. Aunque en términos absolutos han crecido, según una encuesta de 2011 del Centro Pew, hoy los cristianos representan aproximadamente la misma proporción de la población mundial (32%) que hace un siglo (35%), aunque entonces más de un 66% estaba en Europa, y ahora tan solo el 26%. Según el estudio del Foro Pew, más de 1.300 millones de cristianos viven en el Sur Global (61%), frente a unos 860 millones en el Norte Global (39%). Lo que puede explicar la llegada a la cabeza de la silla de Pedro de un argentino. ¿Y después?
Pero la distribución en el seno del cristianismo está cambiando. La Iglesia Católica sigue dominando, pero crecen los protestantes pentecostalistas y los evangélicos. Si no, que se lo pregunten por un lado a Trump, y por otro a Lula, con evangelismos y protestantismos electoral y políticamente muy influyentes. Operation World estima el número de evangélicos en 545,9 millones, un 7,9% de la población mundial, mientras la Universidad Gordon Conwell afirma que existen 386 millones de evangélicos en todo el mundo, lo que supone un aumento respecto a los 112 millones estimados en 1970, una cifra equivalente al número de protestantes pentecostalistas y carismáticos (según los datos de Pew, que, sin embargo, reduce los evangélicos a 285 millones). En Asia se contabiliza el mayor número de evangélicos, 215 millones, con China a la cabeza (66 millones) y subiendo. Su proselitismo es intenso. De hecho, todos los monoteísmos lo son, salvo el judío.
Las religiones siguen pesando en el mundo, especialmente en ese sur global en auge, mientras pierden fuerza en un norte global, un “Occidente Plus” que aún se siente superior. La Iglesia Católica no podía escapar a estas tendencias.
Y ya puestos, ¿se podría pedir que al menos la televisión y las radios públicas en España, en un país de teórica separación de Iglesia y Estado, dejaran de usar la expresión “restos mortales”? Con todo respeto, claro.