La singular convocatoria lanzada por la Junta de Castilla y León por la que pretende captar investigadores del máximo nivel, como ganadores del premio Nobel o de la medalla Fields, ha sido la comidilla en el mundillo científico esta semana.
Más allá de la intención de atraer a científicos distinguidos para una estancia corta, una práctica más o menos habitual en ciencia, lo que ha despertado una ola de reacciones entre los investigadores han sido los términos de la oferta, que remitían subconscientemente a la precariedad y burocracia asfixiantes que se viven en el sector. Porque la consejería de Educación no solo anunciaba como reclamo un contrato con una duración irrisoria, de entre seis meses y un año, sino que establecía una serie de requisitos que se antojan banales para un premio Nobel como estar “en posesión del grado de doctor” o que se valorará su currículum vitae con un máximo de 60 puntos.
“Verás como alguno acepte y le digan que tiene que rellenar el CV normalizado y entregar copia compulsada del Nobel”, bromeaba una investigadora en redes sociales. “Se valorará positivamente disponer de premio Nobel y nivel C1 de inglés”, bromeaba otro, en referencia a la lista interminable de trabas burocráticas a las que son sometidos los científicos en cada uno de los proyectos a los que se presentan. La mera posibilidad de que un número uno de la ciencia mundial se vea obligado a pasar por este trago ante la administración producía una imagen hilarante. “¿Me podría firmar un certificado conforme me han dado el premio Nobel y he venido en persona a recogerlo?”, ironizaba la cuenta ‘Científico en España’ (@CientificoenEsp).
La risa ante este disparate se congela cuando uno conoce con más detalle la realidad de las convocatorias en la ciencia española en general y en la comunidad castellanoleonesa en particular, donde llevaban tres años sin resolver convocatorias de ayudas a proyectos de investigación y se han estrechado muchísimo las condiciones para conseguir financiación. Para quienes sufren a diario estas condiciones y tienen que pelear por sacar adelante sus proyectos en un clima de incertidumbre y precariedad, las ocurrencias de despacho como esta convocatoria tienen muy poca gracia.
En un contexto en el que las convocatorias se retrasan por sistema, las universidades detraen dinero de las nóminas de los científicos más brillantes y les ponen todo tipo de trabas para cumplir lo que se les prometió, estas ideas de bombero para intentar apuntarse un tanto, y arrancar algún titular con la brillantina de los premios Nobel, saben a cuerno quemado.
En privado, quienes se dedican a la ardua tarea de construir conocimiento no salen de su asombro ante la falta de perspectiva de quienes toman las decisiones en política científica en general. La ciencia necesita poner las luces largas, proyectos consolidados a largo plazo y fiabilidad, pero algunas de las medidas aprobadas por las diferentes administraciones son un canto a la ocurrencia y la improvisación. Y mientras los investigadores pasan todo tipo de auditorías y se les examina con lupa cada gasto y resultado, algunos de los que deciden estas políticas científicas se dedican a tocar de oído y no pasan el más mínimo control.