Si dicen porque dicen. Si callan porque callan. Si van porque van. Si no van porque no van. Si tuitean porque tiutean. Si borran la cuenta en Twitter porque borran la cuenta en Twitter. El apremio mediático, en redes y personal que están sufriendo los nuevos equipos municipales, en especial el de Ahora Madrid, se puede calificar de auténtico acoso político. Lo de los cien días de cortesía se ha vuelto una quimera. No les han dejado ni empezar. Propios y extraños se han lanzado a la caza, a la crítica, a la exigencia, a la lupa. Y, en tal escenario, tal guirigay, tal confusión, la reacción se improvisa y se cometen errores. O no, pero también se consideran tales. Sin reflexión, sin análisis, sin margen, sin pausa.
Ni se puede dar respuesta a todo en un día, ni se puede resolver todo en una semana. Ante semejante presión, a duras penas se puede empezar a actuar de manera adecuada. La coacción de unos y de otros está obligando a estrenar a la defensiva el trabajo de gobierno, un trabajo que ni siquiera ha tenido los plazos mínimos necesarios para su planificación. De la carcundia oposición y de los Indas de turno no esperábamos más: sus pataletas, insultos, mentiras, manipulaciones y bochornosos espectáculos de corte televisivo vienen de antiguo y son señas de una identidad antidemocrática que desde el vuelco electoral del 24M se ha agudizado hasta la sociopatía. Su naturaleza en pleno tsunami.
Lo que llama la atención es el cuestionamiento de los propios, los afines, los cercanos, los votantes. Un ensañamiento que dice también poco de nuestra cultura democrática. Todas sacamos conclusiones de los primeros gestos, de las primeras declaraciones, de los primeros pasos, pero debemos evitar esa precipitada enmienda a la totalidad que solo beneficia a quienes no querían el cambio. Todas tenemos nuestro particular “qué hay de lo mío”, pero la sensatez ha de dictarnos cierta paciencia, cierta comprensión de lo que suponen los tiempos y algo más que cierto respeto por las personas que acaban de llegar a trabajar por el bien común. Si después de los cien días de cortesía ese trabajo se ha quedado en presunto y no hay ni bien ni común que valgan, estarán plenamente legitimados la crítica y el desacuerdo. Antes, solo demuestra desprecio por el proceso que se ha querido, un desprecio que alimenta al monstruo de la oposición y desmoraliza a la ciudadanía. No hay que hacerles el juego.
“Tengo la cabeza como un bombo”, ha dicho el nuevo portavoz municipal de Toledo, Juan Alfonso Ruiz, del PSOE. Sinceramente, no me extraña. Ante el aluvión de cuestiones que le han sido planteadas en su primera rueda de prensa ha tenido que recordar que lleva una semana y “se está poniendo al día”. No tengo la más remota idea de cómo lo hará este concejal -ni siquiera de cómo lo ha hecho antes en su carrera política-, pero su petición de tiempo, casi desesperada, es un reflejo de la situación en la que se encuentran tantos y tantas nuevos ediles y concejales. Y con la cabeza como un bombo es difícil concentrarse, organizarse y trabajar.
A las nuevas maneras de hacer política hay que darles, valga la redundancia, la oportunidad dada. Y reaccionar, incluso ante sus equivocaciones o descuidos iniciales, también de otra forma: mostrando empatía. Solo así será posible un cambio que presumíamos empático frente a tantas injusticias, desigualdades y abusos pendientes de resolver. Hemos llevado a ciertas personas hasta las instituciones para dignificar esas instituciones, en la confianza de que su aportación a la gestión pública será positiva. Debemos estar vigilantes, pero también debemos saber ponernos en su lugar y darles tiempo. El cambio también es eso, y nos corresponde.