Todas las cabras del Perú están de duelo. Me lo dice una bebita que lleva días compartiendo en sus redes las alertas solidarias sobre el caso de Sebastián y Rodrigo, los esposos transmasculinos peruanos que fueron detenidos cuando llegaban a pasar su luna de miel en Indonesia. Uno de ellos, Rodrigo, murió a consecuencia de la intervención. En la foto de su boda, un día pleno de sol, Rodrigo lleva corbata michi y Sebastián, una corbata floreada. Se miran a través de sus gafas o a través de algo como la felicidad. Casarse para ellos fue, como tantas otras cosas, una alegre transgresión.
Se conocieron militando por su comunidad hace varios años pero hace no mucho los “travitos reconectaron”. Así lo contaba Sebastián en su Instagram. Después de tanto desamor mononormado y cuando ya casi habían perdido la esperanza, se vieron con otros ojos: “el primer amor trans y hermano de transformación”, escribió Sebastián de Rodrigo. Esa otra hermandad. La boda fue en Chile, claro, porque en Perú las personas como ellos no se pueden casar. “Más allá de la función criticable del matrimonio (...), para las personas trans como yo –continúa– casarme con este bebito fiu fiu se siente como una ráfaga de seguridad y de merecimiento con la que no siempre contamos”. Parecía que ahora sí esa ráfaga reparadora iba a atravesarlos. Viajaban para vivir otro rito negado.
La historia se ha ido contando en fragmentos confusos, pero lo que se sabe es que comienza con transfobia, como tantos cuentos de terror: Rodrigo fue detenido el 6 de agosto porque su expresión de género no concordaba con sus papeles y al abrir su maleta encontraron unos miserables restos de cannabis y algunas golosinas de lo mismo, que usaba para su salud mental. Indonesia tiene una legislación estricta respecto a las drogas, se dice, y sus funcionarios, por lo visto, ningún sentido común o mucho odio en el cuerpo. Porque a partir de ese momento, la pesadilla transfóbica no hace más que escalar: Incluye violencia policial, la indiferencia e inoperancia consular, la desidia médica y finalmente el crimen.
Los esposos fueron aterrorizados y extorsionados por la policía, quienes les pidieron hasta 100 mil dólares para liberarlos; fueron vejados física y psicológicamente, y sumidos en la desesperación ante las amenazas, ingirieron juntos una sobredosis de pastillas. Fueron llevados al hospital en estado de intoxicación aún en custodia policial, pero solo Sebastián logró ser auxiliado. Rodrigo murió aparentemente por fallo orgánico masivo. Era un economista brillante, estudiaba una maestría en Harvard, había fundado la asociación Diversidades Trans Masculinas en Lima.
La familia acusa a los funcionarios de un lado y del otro de tortura. La Cancillería peruana, en lugar de escuchar los testimonios de Sebastián, descartó en un comunicado deplorable la discriminación como causa de la detención. La comunidad de cabras peruanas se organizó estos días para costear las gestiones en Indonesia y está en pie de guerra. Ayer hubo un plantón para exigir que se haga la necropsia de inmediato y no pararán hasta que se haga justicia.
Leslie Feiberg escribe en Stone Butch Blues, novela que retrata la subcultura lésbica, transmasculina y obrera de los 60 en USA, que la suya “es una belleza con la que uno no nace, pero debe luchar para construirla con gran sacrificio”. Esa belleza en construcción es la que han querido arrebatarles, pero no podrán.