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Caixabank + Bankia = ¿CaixaBankia?

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Se dice que Rodrigo Díaz de Vivar, El Cid Campeador, cosechó sus victorias militares más gloriosas después de muerto. La mera presencia de su imponente perfil sobre el caballo, recortado en el horizonte, envuelto en la leyenda de inmortalidad y apuntalado en su coraza, ahuyentaba a los enemigos antes de presentar batalla.

No ha trascendido que la fusión bancaria, que ha dado en adjetivarse como la más importante de la historia reciente de España, haya sido una operación belicosa. Lo que sí es público y notorio es que el hacedor por antonomasia de este matrimonio financiero ha sido un aparente jubilado de presidente, casi octogenario. En la era de los millennials y post-millennials, de los prejubilados con hijos en los colegios, y de los emprendedores adolescentes, Isidro Fainé ha recuperado un liderazgo del que nunca había abdicado, aunque sí delegado. Como el Guadiana, volverá a ocultarse, pero no desaparecer.

Sin una persona con prestigio profesional excelente y pareja calidad moral, únicas fuentes de las que brota la confianza de los demás, que liderase las conversaciones con otros profesionales bancarios extraordinarios, y, después, con microclimas políticos enfrentados, esta gestación de alto riesgo se hubiese malogrado. Aún estamos a expensas del parto. Todo hace pensar que a estas alturas la criatura no se va a abortar (no estamos en Francia), ni se espera que se ponga de nalgas.

Leemos que las razones de la operación son variopintas, que es tanto como decir que se matan varios pájaros con un solo disparo. Una justificación económica se abre paso: mejor llegar a tiempo y apuntalar bien dos entidades importantes para España, sumándolas, que gastar un dinero que no tenemos en un costosísimo respirador financiero para un paciente con mal pronóstico, y pasar un susto con otro potencial paciente si se contagia. Sobrevivir al coronavirus ha diluido todo tipo de ascos ideológicos, económicos y hasta autonómicos. A menudo es necesario que las cosas empeoren para que se aborde la cirugía que traerá la recuperación. Para un banquero experimentado, agazaparse y esperar el momento oportuno es parte básica de la cinegética financiera.

Existen relevantes razones sociales: en la España del paro desbocado y de la reconstrucción social que nos espera contar con un CaixaBankia en las mejores condiciones de competir se ha convertido en una prioridad política.

El objetivo al que han de aspirar quienes auspician la operación apunta a que 1+1 sumen más que 2. Y no menos que 2 o incluso que 1, que la historia de las fusiones está cuajada de esos fracasos, después maquillados. Eso es labor de los gestores de la fusión. Sobra el talento y las buenas intenciones, ahora toca que acierten en el plan y en su ejecución.

Se habla también de los condimentos políticos de este guiso; sin ellos quedaría soso y perdería mucho, incluso el sentido del sacrificio que entraña. No todos los afectados están satisfechos, y es que como le pasa a la lluvia, nunca se fusiona a gusto de todos.

Respecto del dinero que los contribuyentes hemos gastado (o hundido) en Bankia (a diferencia de la crisis del Banco Popular que sólo la pagaron sus accionistas y de la que se beneficiaron otros accionistas), lo daría por bien empleado si la destrucción inevitable del empleo que acarrea la eficiencia de una fusión se reduce a la expresión guiada por la sensatez y honradez humanas. Los empleados de CaixaBankia se lo merecen, y la sociedad española lo necesita.