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Opinión - Cada día un Vietnam. Por Esther Palomera

Calabaza, yo te llevo en el corazón

Arrancar la maleza, labrar la tierra, deshacer sus terrones y empezar a plantar. Apurar los pasos de la siembra de este año, que se parecerá y mucho a la de temporadas anteriores, pero que será completamente diferente. Conseguir las simientes, que son escasas. Buscar planteros en las fruterías, entre guantes y mascarillas.

Llamar al de la cooperativa porque solo encuentras cebollino y hay que poner calabazas, pepinos, tomates, pimientos, judías y puerros. Hablar con Procopio, el vecino, que tiene de todo como siempre, pero lo tiene justo. Saber si esta vez mereció la pena reservar dos caballones para las fresas, que siempre salen diminutas y ácidas. El que no plantó los ajos antes del barbecho inesperado, ya se puede ir olvidando.

Durante este mes de abril lluvioso, los ribazos han adquirido nuevas formas verdes y sinuosas. Han crecido y se han estirado a su antojo. De sus calvas ha rebrotado la vida. Eso sí, ni rastro de hombres en el bancal y menos mal, porque chupan mucho y te dejan la tierra seca. Aunque nada ha cambiado de sitio, todo parece diferente. Los caracoles y las babosas campan a sus anchas entre el verde que, acostumbrado a que lo pisen botas y zapatillas viejas, se ha apoderado de los bordes que separan las choperas de los maizales. Después del mes acuático llega mayo, un mes para el reencuentro.

Las acequias bajan llenas y, en poco tiempo, de los grávidos frutales colgarán cerezas, ciruelas y albaricoques. Como si aquí no hubiera pasado nada. El silencio y la ausencia de azadas y mulas mecánicas se olvidarán, y las cuatro coles que no tiraban y se quedaron sin recoger en marzo volverán a tener mucha competencia.

A partir de este sábado se podrá volver al huerto. A partir de este sábado también queda instaurada una nueva edad histórica en la que primará la emoción por las cosas pequeñas. Elementos, sustancias y criaturas de las que nunca se habla, pero que llenan nuestros días y nuestras noches. Un apasionado reencuentro con los ajos o una oda poética para la calabaza. El genio José Luis Cuerda, que murió a principios de febrero, muy poco antes de la hecatombe, puso letra hace treinta años a las nuevas y obligatorias despedidas:

“Calabaza, se acaba un nuevo día y, como todas las tardes, quiero despedirme de ti. Quiero despedirme y darte las gracias una vez más por seguir con nosotros. Tú, que podías estar en la mesa de los ricos y de los poderosos, has elegido el humilde bancal de un pobre viejo para dar ejemplo al mundo. Calabaza, yo te llevo en el corazón”.

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