Chavales: no existe traición en ser buena persona. Mucho menos en tener principios.
Hace un par de semanas, la cuenta de Instagram @denunciasgranada comenzaba una serie de publicaciones a raíz de testimonios expuestos por Cristina Fallarás en su cuenta de la misma red social, en las que señalaba a los hermanos Ayax y Prok por decenas de abusos y agresiones sexuales, comportamientos machistas y un etcétera tan largo como desagradable. Resulta que esos gemelos con maneras de gentuza, aura de gentuza e historial de ser gentuza por lo visto han resultado ser, efectivamente, gentuza. Por el momento, se han cancelado conciertos y colaboraciones, y Taste the Floor, su agencia de management, la más grande del sector y que representa a decenas de los artistas más importantes de este país, ha cortado toda su relación profesional con ellos. Las acusaciones llegan justo después de la caída y justa aniquilación política de Íñigo Errejón, que, quién lo iba a decir –¿no?–, ha resultado ser más papista que el Papa. Al menos en el caso de Errejón hay quien tuvo la –minúscula– vergüenza de hacerse los sorprendidos, pero es que llevo dos semanas revisando lo que publica la gente de la industria de música urbana de este país, y no se ha pronunciado prácticamente nadie, así que, más allá de felicitarnos las unas a los otros por habernos topado con las Américas, hablemos de por qué nos cuesta tanto desligar nuestros principios de nuestros intereses.
Hay que saber hablar de los amigos en pasado cuando “el personaje se come a la persona” o cuando resulta que tus amigos son monstruos –o hijos sanos del patriarcado, porque si los percibiesen realmente como monstruos sí que se pondrían en contra–. Cuando se dice de los hombres que todos somos violadores en potencia, hay quien se ofende sin pensar en que a veces es peor la inconsciencia que la maldad, porque para ser malo hay que saber, pero para cagarla, a veces, solo hay que bajarse los pantalones. Porque todos, y es algo que no he aprendido hasta hace relativamente poco, o prácticamente todos los hombres, en un momento determinado de nuestras relaciones sexuales, hemos hecho cosas que, sin llegar a acercarse al abuso, sí que pueden mostrar ciertos conatos y algunas correlaciones de poder que no son sanas. Y no pasa nada; es decir, la cura de la inconsciencia es precisamente darse cuenta y no repetir errores. Quizá tengamos que plantearnos si lo que somos es misóginos antes que machistas, porque lo segundo es muchísimo más fácil de atajar que lo primero.
No podemos depender de que aparezcan fugazmente personas como Sofía Vergara en El Hormiguero para poner en su sitio a figuras que nos parecen intocables. No puede ganarnos el miedo a las consecuencias de lo que hacen los demás. Tenía un amigo que dejó de serlo en cuanto supe de él que, más allá del baboso, alcohólico disfuncional y farlopero irremediable que era, también había abusado y tratado de abusar de varias chicas. Que viera posible que esto podía suceder no me hizo dar un paso atrás a tiempo –o un paso adelante, pero para darle un puñetazo– y os puedo asegurar que pienso en ello todos los días. Sé que pude haber hecho más por evitar algunas situaciones; chistes que no debí haber reído; noches que preferí no haber salido. Cada uno dibuja los límites donde se le antoja, y desde entonces mis límites están muchas más millas tierra adentro. No podemos depender de entes ajenos o personas que no tengan nada que perder a la hora de enfrentarse a un sello discográfico, a una multinacional, a una productora o a una agencia de management. Estuve un tiempo haciendo periodismo musical –el rincón, por cierto, más precario de los que hay en el infierno–, y no hace falta pasar más de diez minutos en un camerino para ver qué es lo que pasa cuando no hay casi nadie mirando.
La cuestión del silencio preocupa porque da a entender que es muchísimo más importante la imagen de Taste the Floor y sus –ahora ex– representados que la reparación a las víctimas. Que es más importante evitarse un momento incómodo en el backstage de un festival que evitarle a una chica un trauma de por vida. Que una víctima calle es hasta comprensible; muchas veces, lo único que quiere esa persona es no darle la importancia que realmente tiene para no tener que convivir con la conmoción de haber sufrido abusos. No podemos pararnos a pensar en qué perdemos cuando hacemos el bien porque cuando la lealtad, como dijo Piezas, cae en manos del hambre, a la hora de la verdad nadie conocerá a nadie. Qué calladitos están los raperos. La cuestión del silencio preocupa, sobre todo, porque da que pensar. Quizá, muchos de los que no hablan es porque tienen algo que callar; vaya a ser que alguna chavala lea alguna storie de según quién y solo piense “qué puto hipócrita”, porque lo mismo es eso. No lo sé.