Fue durante la pasada primavera, en una incursión pajarera con mis compañeros de la Fundación Patrimonio Natural por los campos de cultivo que rodean las Lagunas de Villafáfila, en Zamora. Estaba atardeciendo como atardece en el campo castellano: cuando el horizonte es una línea roja sobre un mar de cereal y solo se escucha el trino de las aves.
Salimos del centro de visitantes en busca de las avutardas, que aquí resultan especialmente abundantes y fáciles de observar. Mientras recorríamos los campos de cereal disfrutando de ellas, escuchamos un sonido inconfundible: como una pedorreta metálica, una estrofa corta y recurrente; era el reclamo del sisón, nuestra Ave del Año 2017.
Tras alzar nuestros prismáticos hacia el otro extremo del campo lo vimos: un precioso macho en plumaje nupcial. Al escribir estas líneas y recordar aquel instante vuelvo a sentir el pulso acelerado, la emoción contenida. Porque no es fácil ver al sisón. Algunos ornitólogos vienen desde la otra parte del mundo para verlo. Es una de las grandes joyas de la fauna europea.
Existen pocas aves de tan soberbia librea como el macho durante la época de celo. Subido a su pedestal, un terrón de barro seco, henchido como un tenor en una noche de estreno, aquel sisón exhibía con orgullo sus mejores galas: el característico collar blanco sobre la bufanda de plumón negro, la fina cadena de plumas blancas apretada al cuello. Y de vez en cuando una llamada de atención: Prrrrret. Prrrrret. Como diciendo, “aquí estoy: estos son mis dominios”.
He querido compartir este instante de plenitud ornitológica antes de comentaros que la organización conservacionista SEO/Birdlife acaba de dar a conocer el último censo de esta fascinante especie, y el resultado es mucho peor de lo esperado.
La población de sisón común (tetrax tetrax) ha caído un 50% en el conjunto de España, y en algunas comunidades como Aragón, Murcia, Extremadura y Navarra supera el 60%. Su regresión se debe a la misma causa que está afectando al resto de aves que habitan el medio agrícola: la pérdida y destrucción de los hábitats agrarios como consecuencia de la intensificación de los sistemas de cultivo. Debido a ello, las aves de campo abierto han perdido la cuarta parte de sus efectivos en menos de diez años.
Como en el caso del gorrión o la golondrina (de los que ya hablé aquí), el sisón desaparece porque en el campo ya no hay quien viva. O mejor dicho: porque los campos ya no son campos, sino fábricas de alimentos al aire libre. La situación de la especie en Portugal es idéntica por lo que, si tenemos en cuenta que los labrantíos ibéricos congregan al 70% de la población mundial, la situación es mucho más seria.
El grito en las redes sociales de la propia Asun Ruiz, directora de SEO/Birdlife, al informar esta semana de los resultados del censo transmitía ese oscuro presagio: “¡Dramático!”, decía en un tuit. “Confirmamos la pérdida del 50% de sisón en España: ¡el campo pierde vida!”. Y así es.
Si no detenemos la intensificación de las prácticas agrícolas, si no cambiamos el actual modelo de producción de alimentos y apostamos por una agricultura mucho más ecológica y sostenible, el campo entero devendrá en una sucesión de polígonos agrarios sobreexplotados, yermos, sin rastro de vida silvestre. ¿Es esa la agricultura que queremos?