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Las canciones que un día heredamos

22 de noviembre de 2022 22:51 h

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Pobre del cantor que nunca sepa que fuimos la semilla y hoy somos esta vida

Los hijos no siempre heredamos las canciones de nuestros padres. No porque ellos no quieran. A veces es un simple ejercicio de rebeldía equivocada. A veces nos damos cuenta tarde de que eran ellos los que acertaban. Pasa con la música y con tantas otras cosas. Te recuerdas pidiéndole a tu madre que te deje en paz y al día siguiente estás diciéndole a tu hijo que todo es por su bien. Algunos lo llaman madurez y probablemente es solo aprender a vivir. 

En ese viaje que desemboca para todos en el mismo final, no pasa a menudo que distintas generaciones compartamos referentes musicales y por eso las excepciones son tan valiosas. Pablo Milanés (Bayamo, 1943) es una de ellas. El cantautor cubano contagió de nostalgia (y compromiso) primero a nuestros padres y después a sus hijos, a nosotros, los que cuando fundó la Nueva Trova cubana no habíamos nacido.

Lo que hacía Milanés era muy difícil porque musicó letras que eran poesías para combatir el machismo o el racismo cuando muchas injusticias no estaban ni en los códigos penales. En eso algo hemos mejorado aunque todavía cueste demasiado denunciarlas y combatirlas. Y alguna cosa no estamos haciendo bien cuando ahora ser reaccionario está de moda.

A los que tuvimos unos padres que nos enseñaron que cuando vienes de abajo no hay que olvidarlo y que la cultura que a ellos les faltó a nosotros nunca debe sobrarnos, Milanés nos emociona cuando pregunta con qué clase de libertad queremos quedarnos. Es una libertad que nada tiene que ver con la acepción perversa acuñada por la presidenta Ayuso y sus fans. El cantautor nos enseñó que hay que defender los derechos y combatir los dogmatismos, también los de la izquierda, aunque nos provoque desencanto como el que él tuvo con una revolución que tanto le dio y tanto le decepcionó. Pero Cuba sin Milanés, como sin Silvio Rodríguez, sería otra cosa para los cubanos y también para nosotros. Con Silvio fueron grandes amigos. La isla les unió y el castrismo les separó.

Hacía ya un tiempo que en las entrevistas explicaba que prefería no hablar de política. Ni con sus amigos, con los que se divertía conversando sobre fútbol o comida. Le dolía debatir sobre el régimen cubano y decía que le perjudicaba para una salud más que maltrecha tras una veintena de operaciones. Seguía sintiéndose un revolucionario, pero no compartía los métodos de los hermanos Castro.

Más de 40 álbumes, más de 400 canciones y la más coreada, ‘Yolanda’, dedicada a su segunda esposa, como declaración de amor que acabó como nombre en muchos certificados de nacimiento. A los que no creen en uniones eternas aunque a veces existan les quedará el recuerdo de ese breve espacio en el que surge la pregunta de si volverá.      

Mientras, seguiremos pensando en los años que tenemos para vivir y no olvidaremos, maestro, que aunque nuestro dolor no sea menos, nos queda su música para seguir hasta el final.