Como quiera que me he pronunciado en esta misma columna en varias ocasiones acerca del caso de Pablo González Yagüe – el periodista y/o espía de Rusia –; comoquiera que se leen opiniones reclamando golpes de pecho y arrepentimientos a quienes hemos alzado nuestra voz contra su injusta situación de prisión en Polonia y comoquiera también que, de alguna manera, me siento interpelada y no soy de quienes rehúyen el debate ni las posibles contradicciones en que he podido incurrir, aquí voy, a intentar dar satisfacción a esas peticiones.
Yo confieso, sí, que he pecado de querencia - profesional y humana - y que he sostenido aquí e, incluso en algún acto público, que la situación de quien ha estado encarcelado en Polonia desde el 28 de febrero de 2022 hasta el 1 de agosto de 2024, esto es, durante dos años y cinco meses, en condición de preso preventivo en arresto provisional ha sido tan grave como injusta. Y es que, que es lo que hace verdaderamente grave este caso, por cuanto ni Pablo González ni nadie ha tenido durante ese tiempo conocimiento de ninguna concreta acusación ni de cargo alguno ni tampoco de las concretas diligencias de investigación que se hubieran estado llevando a cabo ni, menos aún, claro está, de su resultado. A lo que ha de añadirse, según han denunciado su mujer y su abogado, que dicha situación de prisión tuvo lugar en aislamiento prácticamente total, pudiendo salir solamente una hora al día a un pequeño patio, sin poder comunicar con nadie, salvo algunas pocas visitas que habría recibido del cónsul de España y de su abogado polaco y unas pocas cartas que pudo cruzarse con su familia, con grandes dificultades para comunicar eficazmente con los dos letrados que llevan su defensa jurídica.
Yo confieso, sí, que conocidos estos hechos – que nadie negó entonces ni niega ahora – sumé mi voz a la de otras personas, instituciones y organizaciones. Como la voz del Consejo de Europa, que denunció la situación en marzo de 2022, esto es, muy poco tiempo después de la detención, y como lo hicieron un grupo de eurodiputados y otros grupos y asociaciones de periodistas.
Yo confieso, sí, que, siendo Pablo González periodista, defendí el derecho humano y constitucional a la información – a proporcionarla y a recibirla – como derecho político por excelencia, un derecho sin el cual la participación ciudadana en los asuntos públicos y la respuesta a las actuaciones de los poderes no serán nunca efectivas ni tendrán el alcance preciso para una democracia de calidad. Y, en defensa de este derecho mío y de toda la ciudadanía, denuncié su detención ocurrida en los términos dichos.
Yo confieso, sí, también, que consideré – como sigo considerando hoy - que la situación de detención provisional prolongada y en los términos descritos fue claramente atentatoria a sus derechos fundamentales a la presunción de inocencia, a un juicio justo, a su vida privada y familiar, y a informar.
Yo confieso que entendí – y sigo entendiendo – que Pablo González Yagüe era titular también de un derecho humano tan relevante que el hecho de haberle sido negado lo convierte en víctima de una tremenda injusticia. Me refiero al derecho contenido en el artículo 48 de la Carta de los Derechos Fundamentales de la Unión Europea o del artículo 6.2 del Convenio Europeo de Derechos Humanos, textos jurídicos ambos que, dicho sea de paso, también rigen “de Derecho”, aunque parece que no de facto en Polonia-. Esto es, el derecho a que “todo acusado se presume inocente hasta que su culpabilidad haya sido legalmente declarada” y que “se garantiza a todo acusado el respeto de los derechos de defensa”.
Yo confieso que he defendido – así está escrito – que, si Pablo González es o ha sido un espía ruso, defiendo igualmente sus derechos, aunque me repugne su actuación. Como defiendo los derechos de quienes carecen de ellos en la realidad. Los derechos de Pablo González fueron vulnerados en ese largo tiempo de prisión preventiva sin acusación ni posibilidad real de defensa. Y es que, y aquí está la grandeza de los derechos humanos, “los malos” también deben disfrutar de ellos, pues de otro modo, son derechos hueros e hipócritas. Derechos que hay que defender en todo tiempo, lugar y situación. Incluso para quienes mayor dolor y mal hubieran podido causarnos.
Yo no confieso, sin embargo, haber actuado por ignorancia: aunque desconocía absolutamente la presunta real actividad de Pablo González, ello no altera mi percepción de lo acontecido ni mi posicionamiento. Cierto es que su liberación el pasado 1 de agosto ha sido muy llamativa: ha sido liberado en el marco de un intercambio de prisioneros entre varios países europeos y EEUU, de un lado, y Rusia, de otro lado, habiendo suscitado innumerables comentarios – y también silencios -. Y, pese a todo, incluso si es un espía de Rusia, aunque me duela que haya podido, en su caso, utilizar para ello su posición de periodista, sigo defendiendo sus derechos,y lo hago de manera consciente, sin tener que arrepentirme de nada. No ha sido, pues, mi ignorancia la causa de mis pronunciamientos.
Y, además, como decía antes, también ACUSO, como lo he hecho en este tiempo.
Acuso a la UE, que conociendo la situación de Pablo González Yagüe, haya mantenido lo que considero un vergonzoso silencio ante esta situación de un ciudadano preso durante tanto tiempo sin ser acusado formalmente de delito alguno y sin que consten diligencias de investigación ni sus conclusiones.
Acuso al Estado español, lo acuso de no haber defendido la presunción de inocencia de Pablo González Yagüe ni su derecho a unas dignas condiciones de prisión.
Acuso a quienes, considerando que Pablo González es un espía, le niegan su derecho a seguir siendo inocente. No dudo de que en este momento hay datos para poder tenerlo por cierto - como, por otra parte, hace ahora Polonia al acusarlo de espionaje para Rusia tras liberarlo en el canje antedicho y sin haberlo hecho mientras lo tuvo detenido -. Pues, como he dicho más de una vez, es inocente, ya que la verdad habrá, en su caso, de determinarse judicialmente, como ha de hacerse en los lugares respetuosos de los derechos humanos.
Confieso defender los derechos humanos de todas las personas, pero no me acuso de ello.