El diputado de Compromís en el Congreso de los Diputados, Joan Baldoví, tiene aspecto de afable y buena gente, y dice que borda la paella. A esas virtudes, une ahora la de ser experto en un idioma que desconocíamos, el palentino.
Esta misma semana se ha dirigido, precisamente en palentino, a Pablo Casado, un señor nacido hace 40 años en Palencia, para que pueda entenderle bien lo que tenía que decirle. Y lo que tenía que decirle era una obviedad, que el valenciano, el balear y el catalán, vienen de un tronco común y forman una lengua.
''Voy a hablar en palentino -dijo Baldoví en el Congreso de los Diputados- para que el señor Pablo Casado me pueda entender perfectamente. Pablo fue a las Baleares y se atrevió, con todo el desparpajo del mundo que da tener un máster regalado, a decirles a los mallorquines, a los menorquines, a los ibicencos, a los ciudadanos de Formentera en qué lengua hablaban'', ironizó Baldoví. ''En definitiva, hay que ver cómo cunde un máster en esa universidad para que el señor Pablo Casado se atreva incluso a opinar de filología en contra de los dictámenes de la Real Academia de la Lengua y de las universidades europeas''.
Esa aclaración venía a cuento porque el palentino Casado, quien tiene todo un récord en formación (superó 12 materias de las 25 de Derecho para obtener el título en solo cuatro meses tras ser elegido diputado madrileño en 2007 en el Centro de Enseñanza Superior Cardenal Cisneros de Madrid), se ha destapado como experto en la lengua catalana y en sus versiones ''mallorquina, menorquina, ibicenco y formenterenc''.
Lo dijo alto y claro recientemente con motivo de la clausura del 16º congreso del Partido Popular en las Islas Baleares: ''Vosotros no habláis catalán, habláis mallorquín, habláis menorquín, habláis ibicenco, habláis formenterenc y esta cultura no es apéndice de nadie, no sois Països Catalans, sois las grandes Islas Baleares admiradas en todo el mundo''.
Esto de las lenguas hispanas va complicándose cada vez más y no es de extrañar que hagan falta verdaderos expertos en castellano, perdón, español, como Toni Cantó, flamante director de la Oficina del Español de la Comunidad de Madrid, y en formenterenc, como Pablo Casado, para situarnos a los analfabetos funcionales ante hechos que somos incapaces de calibrar en su justa medida.
Qué más da que la Real Academia de la Lengua considere que el catalán es una ''lengua romance que se habla en Cataluña y en otros dominios de la antigua corona de Aragón'', y que la misma academia nos explique que el valenciano es una ''variedad del catalán que se habla en gran parte del antiguo reino de Valencia y se siente allí comúnmente como lengua propia''.
Es obvio que la Real Academia de la Lengua ya no tiene ni voz ni voto en esta materia. Cantó y Casado, preparados durante años y decenios en estas lides, se vislumbran como los nuevos faros de la lingüística hispana. Ramón Menéndez Pidal era un pobre gallego de escasa formación en comparación con estas dos lumbreras surgidas de ese pozo de conocimiento que es Twitter.
Cierto que la propia Acadèmia Valenciana de la Llengua explicó en su momento, precisamente como contestación a una iniciativa de un parlamentario valenciano del PP, que ''el valenciano, propiamente dicho, se conformó a partir del siglo XIII, cuando fue traído aquí por los repobladores catalanes y aragoneses venidos con Jaime I, como demuestra la historia, la documentación medieval, la onomástica y la filología'', lo que ''muestra su procedencia del latín. Por eso, valencianos, catalanes, baleares, y los habitantes de otros territorios de la antigua Corona de Aragón compartimos la misma lengua''. Pero eso, para Casado, es peccata minuta.
Es increíble lo que pueden hacer las anteojeras, esas ''piezas de vaqueta, opacas, que se colocan junto a los ojos de las caballerías para impedir su visión lateral'' como dice la RAE, cuando uno se empecina en llevar su objetivo político a término a pesar de las evidencias. Casado se está acostumbrando a poner en titulares debates ridículos y sin fundamento, extraídos de las redes sociales, lo que no parece muy adecuado para un aspirante a estadista.