Según las encuestas, Vox tendría hoy entre 1,2% y 5% de la intención de voto, es decir que podría llegar a un millón de papeletas. En las anteriores elecciones en 2016 sólo consiguió 0,2%. Vox puede no sólo marcar una diferencia en escaños, no tanto propios -algunos- sino en los que pueden perder el PP e incluso Ciudadanos porque les quite votos esenciales para el reparto final con los restos en algunas circunscripciones. También puede influir, está influyendo, en el discurso del centro derecha. Pues Vox tiene una capacidad altamente contaminante, sobre todo en materia antiinmigración y de recentralización. Puede echar una cerilla sobre la gasolina.
Quizás los españoles no seamos tan diferentes como lo pensamos y también haya en nuestra sociedad una importante fibra xenófoba. Algunos estudios y encuestas demuestran que está ahí, con un nivel de 10-15%, cortando a través de todos los partidos desde los años 90, cuando empezó a llegar la ola inmigratoria. Una reciente encuesta (de 40dB) indica que un 28,6% de los españoles responsabiliza mucho o bastante a los inmigrantes de la crisis económica (aunque no los vea como una causa principal). Este porcentaje sube hasta el 43,6% en las clases más bajas, y baja a un 19,3% en las clases acomodadas.
En todos los países donde estas tendencias han empezado, se han consolidado o crecido, y han contaminado no solo a la derecha radical sino también a la derecha y al centro derecha. Incluso a la izquierda, como en Alemania, con el nuevo movimiento Aufstehen). Y luego se pierde el control. En Francia, en sus tiempos, François Mitterrand favoreció las posibilidades electorales del Frente Nacional para debilitar al centro derecha, y alimentó un monstruo. En España, como en el resto de Europa, estos niveles de intención de voto a Vox u a otros partidos de derecha radical indican que se está perdiendo el rubor a votar, y decir que se vota, a la extrema derecha. Es también un síntoma, como el notable registro de PACMA, el partido animalista, del “malestar político que sigue existiendo en la sociedad española”, como señaló Marta Romero en estas páginas, y que tiene que tener con el sentimiento de abandono en muchos ciudadanos.
Un análisis de Metroscopia indica que la intención de voto a Vox proviene de votantes del PP (seis de cada diez), de C’s (tres) y de la abstención (uno). Los electores son básicamente hombres (ocho de cada diez), más bien urbanos (sobre todo, Madrid, pero otras encuestas apuntan también Valencia y en las andaluzas, uno por Almería según el CIS) y con un nivel de ingresos superior a la media nacional (41%). Es verdad que el acto de Vistalegre el pasado 7 de octubre catapultó a Vox en las encuestas y está por ver si fue una llamarada, aunque venía creciendo desde antes. Las elecciones europeas, con un distrito nacional único, le pueden proporcionar un trampolín, reforzado además por un esperado avance de la derecha radical y alternativa en casi toda la UE.
Más allá del tema inmigración y de su limitado pero importante arrastre de votos, el partido de Santiago Abascal, está teniendo un efecto en la derechización del Partido Popular y de Ciudadanos sobre todo, en materia territorial, económica y de normas sociales. El PP porque vuelve a perseguir el logro que fuera de Aznar de aunar desde la extrema derecha hasta el centro en un solo partido. El segundo, porque también ve que pierde votos por su derecha a favor de Vox. Y ambos quieren cortar esa hemorragia como primer paso, aunque, si lo consiguen -lo que no es seguro- veremos un nuevo movimiento de esos dos partidos hacia el centro. En algún elemento, C’s ha indicado sus intenciones a este respecto. En España, el centro sigue existiendo sociológicamente, en la demanda, pero está huérfano en la oferta. Por la extrema derecha, Vox está contribuyendo a este vacío. Cuidado con su cerilla.