Ignacio Dancausa, presidente de las NNGG de Madrid, subió a un atril durante la Junta Directiva Regional de las juventudes populares y, con tono ceremonioso, agarró el micrófono para hacer un anuncio importante: “Tenemos las negociaciones muy avanzadas y los acuerdos se anunciarán pronto”. Cabría pensar que hablaba de VOX en alguna comunidad o ayuntamiento, pero no exactamente. Dancausa se refería a las avanzadas negociaciones con las “mejores discotecas” de Madrid para que los afiliados al PP tengan un “acceso preferente” a estos locales. El carnet del PP dará otro tipo de ventajas adicionales, o “privilegios” como anotó Dancausa: chupitos, copas gratis y demás regalías todavía por determinar. El anuncio arrancó aplausos sonoros de los asistentes. “Nuevas Generaciones está donde están los jóvenes”, añadió. Más aplausos.
De un partido y sus juventudes cabría esperar, sin caer en la demagogia, promesas para los jóvenes como mejor acceso a la vivienda, alquileres más baratos, acceso a becas, subida del salario mínimo interprofesional, atajar el desempleo juvenil, atención psicológica, campañas contra la ansiedad, pero en los inescrutables caminos de una campaña electoral todo vale, incluso el garrafón. Es todo tan burdo que provoca resaca antes siquiera de haber consumido.
Siempre me ha causado cierta fascinación antropológica el status del reservado de discoteca. Gente que paga un precio superior, o que normalmente va invitada, para estar recluida en un espacio separado del resto de la sala por una cuerdecita. Es como el cordón sanitario a la ultraderecha, pero al revés. Una vez estuve en uno por circunstancias improvisadas de la noche. Nos trajeron una botella con una bengala encendida encima, que yo no sabía si había que beberla o lanzarla a la pista clamando por algún derecho.
Los reservados otorgan, sin embargo, algo fundamental para esta gente: la anhelada distinción. Los reservados sirven para agrupar, pero también para dividir. Por ellos fluye la meritocracia del baile y el alcohol, que podríamos denominar como “chupitocracia”. Porque también en las discotecas se recogen los privilegios sembrados a los que se refería Dancausa. Hay algo gregario y envidiable en el comportamiento de los privilegiados: siempre eligen y cuidan de los suyos, de sus iguales. Lo hacen en todas las esferas de la vida; por supuesto también la política.
Cuando murió Lola Flores, leí una crónica en El País en la que Eduardo Lago “Chirro” contaba que Lola se presentaba, sin previo aviso, en discotecas en las que estaban de fiesta, como Pachá. Se presentaba sola y Eduardo le decía entonces que se subieran al reservado, que dejaran la pista llena, a lo que ella respondía: “Yo no me he arreglado y pintado para reservados. Yo quiero que me vea la gente”. El objetivo de los reservados es que te vean, pero desde abajo; lo que los convierte en una metáfora precisa.
Juventudes del PP publicaba un tuit hace unas semanas criticando el bono cultural del PSOE: “Un 40% de paro juvenil y lo importante para Sánchez es que tengamos un bono para ir al cine. Dar dinero y no trabajar. Marca PSOE”, escribían. No sé a qué marca corresponderá esta medida de copas, chupitos y reservados gratis para jóvenes afiliados del PP, pero es de suponer que será marca Tanqueray o Barceló.
En el fondo de esta medida anecdótica está lo de siempre: la grotesca desigualdad. Una desigualdad que no solo deja cicatrices en la sociedad, sino que ya la define.