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Opinión - España: una democracia atascada. Por Rosa María Artal

A ciegas

No hay mayor estafa que aprovecharse de la ignorancia de la gente para sacarle el dinero. Puede ocurrirte de forma ocasional, pero es peor si te pasa regularmente y sin que nadie lo detenga. En el caso de la luz, bastará con preguntar en un corrillo para descubrir que no sabemos qué estamos pagando y por qué nos suben la tarifa.

“El precio mayorista de la electricidad vuelve a batir récords este viernes”. “La subida es del 11,6% en dos días”. “La luz se ha encarecido un 70% en diez años”. Suma y sigue con los titulares. Comparemos, por ejemplo, la media de 88 euros por megavatio/hora de hoy con los 33 euros de media en enero del año pasado. El gobierno nos cuenta que, con estos precios, subiría unos 100 euros al año.

Y yo me pregunto: ¿hasta cuándo? En un año, las grandes eléctricas ganaban más de 5.000 millones mientras cortaban la luz a más de 650. 000 hogares. Hay unos 7 millones de ciudadanos con problemas para pagar la factura, según la Asociación de Ciencias Ambientales. Al mismo tiempo, lees que un directivo, presidente de Iberdrola, cobra 2.407 euros a la hora, 44.000 al día, 9 millones y medio en un año y 100 millones de euros en sus 15 años al frente de la eléctrica.

Es curioso que el gobierno nos diga primero que no puede intervenir en los precios y achaque la subida a “elementos que confabulan”, como si esto fuera el misterio de la fórmula del refresco de cola. Para decirnos después que estudiará el mercado del gas, por si hubiera “encarecimientos artificiales”. Dicho de otra forma: parches.

Ponerse manos a la obra es modificar el mercado eléctrico, terminar con su opacidad o cambiar el sistema de fijación de precios. Otra cosa será que las autoridades comunitarias y españolas quieran. Hablamos de un sector concentrado en muy pocas manos, que mueve miles de millones y que influye poderosamente en las administraciones públicas. Basta ver la puerta giratoria de expresidentes o exministros hacia estas empresas.

Es un escenario donde se ha reducido la aportación de las energías renovables, como la hidráulica, la eólica y la solar, para aumentar, principalmente, la del gas y el carbón. Esto, unido a las serias sospechas de que en las centrales gasísticas no funcionan todos los ciclos que debieran, para encarecer así la producción.

Soportamos una pasmosa diferencia entre lo que cuesta producir la energía y lo que pagamos. Sirva como ejemplo que, estos días, según varios expertos, el coste en una nuclear y una hidroeléctrica pueden estar entre los 10 y los 25 euros por megavatio/ hora, pero estamos pagando más de 80 euros. Aquí hay también intermediarios que se llevan su parte: generadoras, distribuidoras, comercializadoras…

Mientras, nos tienen a vueltas con los mejores horarios para poner la lavadora, con contadores inteligentes, con la telegestión… Si nos dejamos, entran en nuestra casa y nos marcan la agenda. Han dejado solo al consumidor, en medio, y alrededor hay un montón de intereses, cogidos de la mano, que nos rodean. Parece que les conviene tenernos mareados, sin enterarnos, como si fuera el juego de la gallinita ciega.