Había una vez un continente viejo, muy viejo, en el que hace mucho nació un sistema de gobernar la convivencia en la sociedad y la relación de esta con el poder: la democracia. Este invento se asentó sobre bases sólidas, entre otras cosas porque lo habían elaborado sabios y pensadores profundos muy dedicados a la reflexión sobre la polis (la ciudad), haciendo que este centro de la colectividad humana fuese el núcleo de la idea. Su eje no era tanto insistir en el valor (que lo tiene, sin duda) de la elección como presupuesto sino en que lo esencial fuese su caracterización por ser una demo-cracia, esto es, según su sentido etimológico, el poder del pueblo.
Eso, algunos siglos a.C., se fue modelando, perfeccionando y aplicándose a algunas ciudades vinculadas a la Atenas de entonces… Hasta que esa idea avanzada se guardaría en un cajón. También tuvo vigencia (aunque de forma menos pura y al servicio de la oligarquía), durante breves etapas del imperio romano. Sin embargo, el tiempo fue elevando capas de arena sobre esa forma de regular la convivencia social y que estaban muy lejanas de esos modelos configurados por aquellos griegos (aunque este concepto no existía como tal). Así, quedaría en el olvido sin apenas aplicación práctica salvo poblaciones muy pequeñas aisladas en Asia y Oriente.
Curiosamente fue en una tierra lejana, allende el Atlántico, donde a mediados del siglo XVIII cinco núcleos o naciones pequeñas norteamericanas del noroeste formaron una confederación que se regía por la llamada Gran Ley de la Paz con principios democráticos singulares basadas en principios tribales.
De esas fuentes Benjamín Franklin, además de inventor y uno de los padres fundadores de los Estados Unidos, tomaría ideas que fueron base de la Declaración de Independencia en 1783 y en la Constitución de 1787 en lo que sería la Convención de Filadelfia. Es muy expresivo el comienzo con esa frase inicial “Nosotros, el pueblo”. Es la Constitución vigente más antigua del mundo.
Es significativo que un siglo antes se viviera en un país anglosajón europeo, que ejercería gran influencia en EEUU, una revolución que asentada sobre la defensa del parlamentarismo, liderado por Cromwell, desembocó en una única república inglesa, de 1649 a 1660. Y poco después en la histórica Carta o Bill of Rights de 1689 donde el parlamento limitó los poderes del Rey.
También un país muy conectado con los incipientes Estados Unidos de América era Francia cuyas ideas liberales explosionaron en la Revolución de 1789, uno de los hechos más importantes de la historia con su Declaración de Derechos del Hombre y del Ciudadano.
Sirva, muy paciente y meritorio lector, esta introducción para recordar que la historia debemos tenerla muy presente y que, a la vista de lo que acontece ahora, tener la idea de que las capas de la historia pueden hacer que etapas de progreso queden tapadas por otras de retroceso, como ahora sucede. Es el ritmo de la vida y la historia que a veces parece va para atrás.
Ciertamente Europa, con los precedentes históricos y la conjunción de valores revitalizados del socialismo democrático, el cristianismo originario y el liberalismo, logra asentar unos principios que desde la segunda mitad del siglo XX supusieron el desarrollo del Estado Social y Democrático de Derecho (ideas estas provenientes de la primera mitad del siglo anterior) y de lo que hemos vivido hasta ahora aunque todo ello ha entrado en crisis.
Ahora el planeta entero se ha levantado sobresaltado por la victoria de Donald Trump en EEUU. De un modo particular y aparentemente en una Europa donde parece, (y de modo falso, anticipo ya) se rasga las vestiduras por ese triunfo. ¡Hay tanto cinismo!
Antes de ampliar el foco angular, fijémonos en el término utilizado aquí el día anterior de las elecciones por dos periódicos antes tan distintos y ahora tan iguales en algunas cosas, como La Razón y El País. Ambos, ante la hipótesis de victoria de los republicaos, hablaban de “Abismo”. Y yo me pregunto: ¿es que no hay aquí quien conecte con las ideas de Donald Trump? Anticipo la respuesta: millones de españoles, aunque sea en silencio. El diario ABC, por ejemplo ya ha empezado a variar hacia un mensaje más optimista con la exaltación de la bandera y los valores patrios.
Hace ya 14 años se produjo una de las bodas más obscenas de la política española: en el Escorial se casaba la hija del presidente de Gobierno del momento con un joven ya entonces puro comisionista, carrera que luego seguiría su suegro. Además de que nunca se juntaron en un ágape tantos personajes que serían procesados por diversas causas, la estrella internacional era el renacer del fascismo moderno (mezclado con la mafia estilo italiano) en Europa: Silvio Berlusconi.
Ese personaje era y es la manifestación más evidente del progresivo pero silente retroceso democrático de Europa. Rodeado además de un estilo hortera, sigue teniendo muchos admiradores en la tierra de la pasta.
Eran momentos de bajar la cabeza frente al poderoso vaquero G. H. Bush. Lo hizo nuestro Aznar y el Blair que utilizó su posición sobre la guerra de Irak para forrarse después. Eran tiempos de apertura de la UE a la llamada “nueva Europa”: países excomunistas cuyas larvas totalitarias estaban vivas. Se utilizaría a esos países sin cultura democrática para fraccionar el continente: “la nueva” y “la vieja” Europa.
Desde entonces, a los problemas de identidad europea se sumó un relajo del factor democrático en aras de una apresurada ampliación y de criterios economicistas y geoestratégicos. También las facilidades dadas por todos a EEUU en su guerra, también en suelo europeo en la lucha antiterrorista permitiendo cárceles ilegales, vuelos con prisioneros…. Aquí en la España de Zapatero también se consintieron abundantemente las paradas de esas cárceles volantes con secuestros.
El atrabiliario Berlusconi, con gran apoyo popular, fue el preludio de un clima de regresión ya sembrado en la Unión Europea. Ha tenido después muy variadas manifestaciones de grave retroceso. Pero todo ha tenido una eclosión máxima con el tratamiento de los refugiados que huían de conflictos bélicos. Lo más infame de varios países salió fuera.
Desde escasa inteligencia y visión de futuro, ausencia total de humanidad a vulneración de principios de Derecho Internacional y Humanitario. Y actitudes abundantes en numerosos países, buena parte de ellos, decía, ex comunistas.
Hoy forman parte de la UE que supuestamente está asentada en principios democráticos, muy diversos Estados que en este asunto de los refugiados y otros sobre minorías, libertades, etc están manifestándose como países neofascistas. Hungría, Polonia, Eslovaquia, Macedonia, República Checa, Eslovaquia, etc. Estos están manifestando unas actitudes xenófobas cercanas a las que propició, con gran silencio de la comunidad internacional, el nazismo cuya clave de pensamiento, no hay que olvidarlo era el odio racial y la xenofobia.
El nivel de intolerancia y odio al diferente, sobre todo al débil, (extranjeros, ancianos, gays, menores), manifestado además no sólo como desprotección sino también como violencia y desprecio, es también muy creciente en nuestras sociedades. Los demás países históricos de la UE callan. En otros lugares también hay terreno muy abonado para el éxito de corrientes neofascistas: Holanda, Francia, Austria, etc. En España no subirá una fuerza de ese tipo pues ya está el Partido Popular que obtiene un número creciente de votos de extrema derecha y asume con barniz algunas ideas de este calado.
Solo desde este planteamiento muy regresivo de democracia, libertades y derechos es posible entender que a nivel mundial, especialmente en el continente cuna de la democracia, se esté retrocediendo fruto de un ambiente global que invade todo el planeta cual es la reaparición de un neo fascismo, cercano al disfrazado como neoliberalismo que defiende la lucha por las especies, donde salen solo adelante los más capaces, los más fuertes, quedando en la cuneta los que tienen menos inteligencia, menos recursos, etc. Una sociedad de excluyentes y excluidos que hace que la derecha esté hace años ganando el debate por la lucha de clases. Desde la derecha se actúa. Desde la izquierda se queda en palabras gastadas.
Y en estas, el neofascismo, cruza el Atlántico, con otros elementos característicos internos: la violencia, la ultra defensa de la propiedad privada, un patriotismo excluyente, un desprecio hacia sectores más excluidos y, sobre todo, la xenofobia y gérmenes de antirracismo. La defensa a ultranza de libre tenencia de armas es otra manifestación.
¿Y por qué se escandaliza Europa con ese triunfo de Trump cuando aquí hay elementos comunes en la gobernanza y en las sociedades de numerosos países de la UE y lo que puede representar el magnate electo norteamericano? Hay sobre ello, mucho cinismo. Lo que sobre todo a esos sectores les molesta y no les agrada del personaje es el carácter tan zafio, tan burdo, tan grosero con tan escaso recato en sus manifestaciones de fobias a determinados sectores. Pero salvo esa expresividad tan salvaje, hay elementos comunes de ideología que comparte Donald Trump con numerosos sectores de población francesa, austriaca, española, checa húngara, polaca, serbia británica, alemana, etc.