El comercio honrado no chupa la sangre de nadie
¿Cuánto vale que alguien te descuelgue el teléfono por ser quién eres? ¿Cuánto poner en contacto a dos personas que conoces? Para la mayor parte de los mortales honestos la respuesta es: nada. Los humanos normales hacen favores, dan referencias a otros de quien puede ayudarles o bien presentan a personas que pueden tener intereses comunes a cambio de nada, de las gracias, de ser amables, de ayudar. Luego están los intermediarios profesionales, los conseguidores, los que tienen un nombre y una posición social que poner en el mercado: los comisionistas de lujo.
Ahí tienen su respuesta: para Luis Medina Abascal es perfectamente lícito meterse en el bolsillo un millón de dólares por usar su carta de presentación social –soy el marqués de Villalba, el hermano del duque de Feria– para hacerle una preguntita a un señor que tiene en su agenda, y que es primo del alcalde, y saber con quién conviene tratar en el Ayuntamiento. “No hay irregularidad alguna (…) he cobrado por mi gestión”, ha declarado. Porque él lo vale y su agenda también. Un millón de dólares. No solo lo dice sino que es muy probable que no tenga la más mínima conciencia de haber cometido no ya un delito, sino ni siquiera un acto deshonroso, una sinvergonzonería. Un millón de euros mientras la gente moría por miles cada día. La nobleza, ya saben, obliga. Antes, al parecer, a ser honorable por encima de la norma y ahora a mantener el tren de vida a que te obliga tu sangre azul cuando ya no queda patrimonio y te sangran de rojo los saldos.
Del rey abajo… todo el que pueda. La propia Fiscalía del Tribunal Supremo escribió en un documento oficial que envió a Suiza que el rey Juan Carlos I era “un comisionista internacional”. ¿Cuánto vale que una testa coronada te ponga en contacto con quien quieres? Tras el manto de la inviolabilidad han quedado cubiertas esas conductas pero no cabe ninguna duda moral de que las comisiones forjaron la fortuna que el Emérito tiene en el extranjero ¿qué si no? Y junto a él entra en tropel su yerno Urdangarín condenado por tráfico de influencias, junto a otros cinco delitos, porque ¿cuánto valía su situación social? ¿cuánto le era debido al matrimonio de la hija de un jefe del Estado? Y la amante comisionista o comisionista amante –¿qué fue primero?– que amén de otras cuestiones se escribía con Urdangarín para ofrecerle las comisiones por el business de vender a empresas y administraciones los premios Oscar del deporte.
Comisionistas los de la Gürtel, de contratos públicos, beneficiando con parte de esas comisiones al Partido Popular para acudir dopados a las elecciones. Comisionista Correa, el profesional de “la intermediación”, ese nexo entre la Administración y los empresarios “basado en la confianza mutua” que resultó ser una trama perfectamente engrasada desde la propia política para enriquecer a unos y darles poder a otros a través del dinero de los contribuyentes.
El hermano de la presidenta de la Comunidad que según ella misma nos contó cobró comisiones por “intermediar” para la compra de mascarillas de forma “perfectamente legal”, 283.000 euros que aún no sabemos en concepto de qué cobró. Él no era comercial de la empresa ganadera de su amigo pero se llevó dinero de un contrato público que no entregó la calidad que prometía, que es otra forma de inflar los precios. Con dinero de la Unión Europea, que ahora rastrea su Fiscalía.
Es la nota que más me llama la atención, el hecho de que todos parezcan convencidos de que es lícito, normal, legal y hasta un favor, una especie de servicio público, llevarse una pasta por hacer un trabajo innecesario, es decir, por poner en contacto a empresas con administraciones públicas, cuando no hay nada más sencillo que llegar con tu oferta sin necesidad de nadie excepto que además de la vía de presentación exista una seguridad subyacente de que conseguirás el contrato, tú y no otros, aprovechando quién eres, “aprovechando su condición de personaje conocido en la vida pública” como dice la Fiscalía de Luis Medina Abascal.
Los intermediarios, los comisionistas, los facilitadores –con ese término que suena a vaselina corrupta–, una fauna que llena las mesas de los mejores restaurantes de Madrid, y tal vez de otras capitales, no sé si con tanta profusión. Antiguamente había rentistas, pero hace décadas que hay toda una casta de comisionistas que viven del aire, de las relaciones, de no hacer nada ni producir nada que no sea chupar del bote de nuestros impuestos. Probablemente muchos de ellos son entusiastas de los políticos que quieren acabar con “los chiringuitos” y las subvenciones a grupos sociales o culturales. Son competidores. El dinero público está ahí esperando a que alguien les pida un teléfono, un contacto, una presentación, que organicen una comida, con menganito o zutanita. El bísnes, tú.
Las comisiones son legales, repiten. Obviamente existen las comisiones en la empresa privada porque hay que convencer de que un proveedor es el mejor, porque hay que hacer el producto o poner en contacto a las partes o ayudar a incrementar las ventas estrictamente entre particulares. En ese caso las comisiones salen del beneficio de las empresas. Cosa distinta es cuando están en juego contratos públicos o bien la influencia de autoridades. En ese caso, tengan por seguro que las comisiones, de un volumen impensable entre empresas privadas, salen de nuestras costillas. La Fiscalía dice que el espabilado de Alberto Luceño encareció un 426% las mascarillas y un 244% los test rápidos para asegurarse las indecentes comisiones de ambos. De las costillas de los madrileños. De las mías también.
Son toda una clase, una casta. No son empresarios, no producen nada. Son chupópteros, parásitos, jetas sin escrúpulos que se creen con derecho a un determinado tipo de vida a expensas de los demás. Y son muchos. Algunos tan tontos además que no reparan en que existen algunos mecanismos que intentan cazarlos. No parecieron pensar en que los bancos tienen obligación de documentar las operaciones sospechosas y de ponerlas en conocimiento del Sepblac. Si te llegan semejantes ingresazos no habituales, en dólares y desde Malasia, te van a preguntar. Es entonces cuando se te ocurre la ingeniosa solución de falsificar los documentos para certificar el origen del dinero y como cantan que tira para atrás, el banco se lava las manos y hace una comunicación formal. El marquesito dice que todo es cosa de la Fiscalía, “que son todos de izquierdas y así actúan”, ya ves, escandalizándose por algo tan normal como es meterse al cesto un millón por hacer una llamada mientras la gente muere y el país está en shock.
Esta es la gusanera. En qué gastaran el dinero es lo de menos. Si lo hubieran escondido debajo de un ladrillo, la arcada moral hubiera sido la misma. Lo de los coches y los pelucos es muy vistoso para titulares pero la mierda no varía seas un hortera o tengas el buen gusto de comprarte un velero como el que usaba el rey Alfonso XIII para regatear.
El problema no son los impuestos. No hace falta que me los bajen, basta con que no se los entreguen a esta chusma.